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2. Pureza familiar y Natalidad
El Amor, La Mujer Judía y El Matrimonio
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El Misterio de la Concepción

Extraído de El misterio del Matrimonio, del Rabino Itzjak Ginsburgh. Editorial Obelisco

La creencia en que hay un Dios que creó el mundo con un propósito y una promesa para su futuro, reorienta nuestra sensación de deleite desde la serenidad flotante del presente eterno hacia el gran placer de la futura consumación. Más aún, junto al sentido del propósito de Dios en la creación viene el conocimiento del rol único que cada uno desempeña en ayudar a su realización, el «recuerdo» de que fue la visión que tuvo Dios de Su pueblo manifestando Su presencia en el mundo, lo que Lo inspiró a crearlo.

Una vez que se ha ascendido al plano en el que uno pierde toda conciencia de sí mismo y se centra únicamente en la Divinidad, uno deviene en un conducto transparente de la Divinidad en el mundo. Al carecer de todo ego que se interponga entre Dios y la realidad inferior, el individuo «no conocido e incognoscible» sirve para establecer una simpatía perfecta entre Dios y su creación.

Como tal, uno deviene verdaderamente en «copartícipe de Dios en la labor de la creación». El deseo de tener hijos es la expresión seminal del impulso del alma reforzado por el deleite inspirado por la fe de participar con Dios en la creación e infundir Divinidad a la realidad.

En el corazón del secreto que rodea la unión de la pareja está el misterio de la concepción. Aunque la concepción ocurre en los momentos más íntimos de la pareja, realmente sucede en el lugar más recóndito del útero. Aunque la procreación es la razón principal para entablar relaciones maritales, la concepción física ocurre sin la intención consciente de la pareja. La concepción es entonces una expresión concreta de la paradoja conocimiento – misterio de la «cabeza incognoscible».

Por más que el misterio de la concepción es un reflejo del recato de la pareja, el momento en el que Dios consagra la unión de una pareja con una vida nueva está intrínsecamente ligado al grado de recato que demuestran los cónyuges. Hemos señalado que la intención – kavaná – de una pareja durante las relaciones maritales influye en la naturaleza de sus hijos. En adición, la conducta recatada facilita la concepción en general y en particular es un prerrequisito para el descenso de un alma elevada.

Dar a luz a un hijo significa, en un sentido, dar a luz al verdadero yo. Tener un hijo es participar con Dios en el acto de creación, y tal como Dios creó al hombre «a Su imagen y semejanza», así los rasgos latentes del carácter de uno se manifiestan en su progenie [1]. En este sentido el hijo es una revelación más genuina de uno mismo que lo que uno podría alcanzar. Esta es la paradoja suprema de la procreación, la de la unión de marido y mujer en recato.

La primera pareja del pueblo de Israel, Abraham y Sara, representan al máximo el atributo de recato – tzeniut [2]. Por esta razón merecieron ser progenitores del pueblo, es decir, tener hijos como ellos, que personificaban la esencia Divina escondida en la «cabeza incognoscible».

La Cábala nos enseña que en estas ultimas generaciones no es tan grande la relación espiritual entre las almas de los padres y sus hijos. Efectivamente, en nuestros días las almas de padres e hijos pueden derivar de raíces espirituales completamente diferentes [3]. De todas formas cuanto mayor sea el recato de los padres en la unión marital, mayor es la posibilidad que el hijo refleje sus personalidades verdaderas, su «cabeza incognoscible».
Había una vez una mujer llamada Kimjit que tenía siete hijos, todos los cuales servían como altos sacerdotes en el Santo Templo. Los sabios le preguntaron: «¿Qué has hecho para merecer esto?» y ella replicó: «Las vigas de mi casa no han visto mis cabellos ni el reverso de mi vestido en toda mi vida». Por eso aplicaron a ella el versículo «El honor de una princesa está en su interior» [4].

Misterios de la Torá

Contraer matrimonio y tener hijos revela entonces una dimensión de la realidad que antes estaba oculta, tanto en uno como en su esposa y sus hijos.
En este sentido, el misterio de las relaciones maritales es similar al misterio de desentrañar los secretos de la Torá. Por esta razón, de acuerdo a algunas autoridades, uno no debería comenzar el estudio de la Cábala hasta casarse [5]. Antes del matrimonio uno debería dedicarse ante todo al estudio de la dimensión revelada de la Torá, la ley, que enseña cómo rectificar la dimensión revelada de la realidad mediante nuestros actos. Sólo después del matrimonio uno puede experimentar el misterio Divino y la intención que subyace en la creación, el deseo de Dios de la unión (o «matrimonio») de Su esencia trascendente con Su Presencia inmanente tal como se manifiesta en Su pueblo elegido, Israel.

La próxima etapa de la vida, después del matrimonio, es ganarse el sustento [6]. Aquí uno intenta reconciliar la vida física y las demandas espirituales, elevando aquella hacia estas, preparando de esta forma el reino material para recibir los secretos Divinos que uno ha sido capaz de revelar. De este modo uno cumple el propósito de la creación haciendo del mundo físico «una morada» para Dios»[7] y facilitando la «armonía marital» suprema, entre Dios e Israel, en el contexto de nuestro mundo físico.

Al estudiar la dimensión interna de la Torá, uno desarrolla la sensibilidad hacia el misterio y la santidad de la vida, que a su vez lo inspira a buscar la esencia interna de su propia alma, su relación con Dios y el mundo, particularmente con su cónyuge. Al relacionarse con recato, reflejando el aspecto supra-racional de su raíz espiritual común, y dedicando sus vidas a consumar la voluntad de Dios, el esposo y la esposa se fusionan en una única identidad verdadera.

Esta es la esencia del misterio del matrimonio.

1-Todo Mei HaShiloaj, por ejemplo pag.15. Este es el significado interno del enunciado de nuestros sabios arriba citado (llamada 44): «el poder del hijo excede al del padre», es decir que el hijo es más el padre que el padre.

2-La primera referencia a la tzeniut marital en la Torá es respecto a Abraham y Sara. Cuando bajan a Egipto, Abraham se vuelve a Sara y le dice: «Ahora sé que tú eres una hermosa mujer» (Génesis 12:11). De acuerdo al Midrash (Midrash Tanjuma, Lej Leja 5; Midrash HaGadol, Lej Leja 11), su modestia no le había permitido notar su belleza física anteriormente. Sólo entonces, al cruzar un río, accidentalmente vió su reflejo en el agua y se dió cuenta cuan bella era.

3-Sha´ar HaPreceptos, Ytro, Mitzvat Kibud Av v´Eim.

4-Salmos 45:14; Vayikra Raba 20:11. Yoma 47a.

5-Esto es aplicable en particular al estudio de la Cábala; la Jasidut, por lo contrario, fue revelada en un lenguaje adecuado para todos. Como tal, la Jasidut revela algo de la modestia suprema que caracterizará las revelaciones Divinas de la era mesiánica y el mundo venidero. La piedad será entonces totalmente revelada (es decir completamente y para todas las criaturas como conocimiento público) y totalmente escondida (es decir que no abrumará a la realidad, permitiéndole existir).

6-Según Avot 5:22: «…a los dieciocho uno debe casarese, a los veinte ganarse el sustento…».La madurez completa llega sólo a la edad de veinte años, la edad de conscripción (la conexión entre ganarse el sustento y servir en el ejército es indicada por la raiz común de las palabras «pan» – ??? y «guerra» – ?????. La Halajá considera que una persona es lo suficientemente responsable para vender la herencia de su padre sólo a los veinte años. En la Cábala esto sucede porque sólo a los veinte años uno adquiere mojin dAba. A la edad de trece uno adquiere mojin d´Ima. Sólo a los veinte uno alcanza el estado del que dice la Jasidut «dentro y fuera del mundo simultáneamente» ( en el original en idish: in velt ois velt, ??? ????? ???? ?????).

7-Tanya, cap. 36, basado en Midrash Tanjuma, Naso 16, ed. Buber 24.

Rabino Itzjak Ginsburgh.

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