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El Kohen silencioso

Simon Jacobson es el autor de «Hacia una Vida Plena de Sentido» (Ed. Kehot Sudamericana Argentina, 1999).

Hace unos años, en un Seder de Pesaj, estaba sentado cerca de un judío francés que, durante el curso de su búsqueda espiritual de toda la vida, había descubierto el Zen. Sorprendentemente robusto y vivaz a los 70 años, Julián era un autoproclamado ateo.

Advertí que Julián se resistía a cualquier intento de verse involucrado en las discusiones de la mesa sobre el judaísmo. Cuando comenzamos a conversar, compartió conmigo –casi para demostrar su antipatía a cualquier cosa judía– que siempre había estado absorbido por el pensamiento Zen, particularmente sus Koans (ejercicios mentales teóricos). Había, sin embargo, dos Koans que continuamente lo eludían:
Koan #1: «Una mano se introduce en el agua, pero la manga no se moja. ¿Cómo?»
Koan #2: «Un buey traspasa el cristal de una ventana. Su cabeza, cuerpo y piernas lo atraviesan, pero no su rabo. ¿Por qué?»
A medida que progresaba la velada, sentí que llegó la oportunidad de responder al dilema de Julián. Le pregunté si estaba familiarizado con el original y primer Koan de todos: la palabra hebrea «Kohén» significa sacerdote, refiriéndose a los sacerdotes que servían en el Gran Templo.

En el Gran Templo, había dos tipos de servicio: el servicio de los Kohaním y el de los Levitas. Los Levitas servían a Di-s mediante la canción, componiendo cada día una nueva melodía para loarlo. Los Kohaním servían en silencio. Pero por más grande que sea el poder de la canción, no puede compararse al poder del silencio. El silencio del servicio del Kohén accedió a la más íntima dimensión de lo Divino, cuya intensidad no puede contenerse siquiera en la melodía más hermosa.
Desde nuestra perspectiva limitada, el sonido es más fuerte que el silencio. Desde la perspectiva de verdadera Realidad, sin embargo, el silencio es más poderoso que el sonido. No porque Di-s esté más cerca del silencio que del sonido, sino porque el silencio nos permite la capacidad de alzarnos por encima de nuestros limitados sentidos y percepción para experimentar lo sublime.
Este es el verdadero Kohén. El Kohén Sagrado.

«Ahora bien», dije a Julián, «volvamos a tu primer koan: Una mano resbala al agua, pero la manga no se moja. ¿Cómo?»
¿Puede mojarse el agua? No. Porque la agua es humedad. Desde nuestra perspectiva limitada, una mano y manga secos que se introduce en el se moja, porque seco y mojado son dos estados diferentes. La realidad, sin embargo, no es seca ni mojada, y por lo tanto incluye e integra ambos. Cuando nos sublimamos (`tevilá‘, la inmersión en la mikvé, se compone de las mismas letras como bitúl, la autoanulación) en las «aguas puras del conocimiento» y experienciamos el silencio, nuestra manga y brazo y ser por entero no puede mojarse, para somos la humedad misma.

Tu segundo Koan: «Un buey atraviesa el cristal de una ventana. Su cabeza, cuerpo y piernas lo atrviesan, pero no su rabo. ¿Por qué?
Déjame preguntarte, ¿por qué no? ¿Por qué debe seguirle el rabo? Un profesor de filosofía pidió a sus estudiantes graduados que escribieran su disertación respondiendo a una pregunta de dos palabras: «¿Por qué?» Todos salvo dos de los estudiantes escribieron tratados largos y fracasaron. Un estudiante recibió un A por contestar, «Porque». El el otro recibió un A+ por contestar «¿Por qué no?»
Todas nuestras preguntas de «por qué» se originan del hecho que comenzamos con principios definidos que son «dados por sentado», y por lo tanto preguntamos, «¿por qué?» Sin embargo, desde la perspectiva de Di-s, una que está más allá de todas las definiciones y paradojas, cualquier pregunta de «por qué», y para el caso cualquier pregunta, es absurda. Ante Di-s, «¿Por qué no?» es la más pregunta más apropiada.
El buey, nuestro lado agresivo, se estrella por una ventana. Todos esperamos que la atraviese por entero, incluyendo el rabo. Cuando el rabo no lo hace, preguntamos, «¿Por qué?» «Mi amigo», dije, «suspende tu lógica y mantén silencio. Y ahora, ¿Por qué no?»
Pues el silencio es el secreto del Santo Kohén.

El francés saltó de su silla, «¡Por supuesto! Después de todos estos años — por supuesto, por supuesto…». Continuó murmurarndo para sí en medio de explosiones breves de risa… «¿Por qué no? ¿Por qué no? ¿Por qué… no?»
Se quedó quieto por algún tiempo. Luego me miró en silencio. Un silencio que era más fuerte que cualquier palabra. Y dijo, «¿Pues entonces por qué permitió este Di-s –tú Di-s– el Holocausto?»
No precisó explicarme su drama. Mantuve silencio. Entonces lo miré con sinceridad a los ojos –mis ojos y sus ojos– y le dije, «Acabas de toparte con el más grande Koan de todos. Habiendo pasado la vida entera intrigado, buscando los misterios del Koan, estás perturbado por el máximo Koan, la máxima paradoja». Se inclinó más cerca a mí, mirándome fijamente a los ojos, escuchando con todo lo que tenía. «¿Por qué estás dispuesto a aceptar las experiencias trascendentales que resultan de las intrínsecas paradojas inherentes en todos los Koans, pero no estás dispuesto a aceptar la paradoja de una buen Di-s permitiendo la maldad? Si Di-s es la Realidad –la totalidad de la Realidad– ¿no es posible que Di-s trasciende nuestras definiciones limitadas de bien y mal? Específicamente, que Di-s no es ni bueno ni malo (en las formas en que nosotros definimos los términos), ni mojado ni secos, ni sí ni no, y por lo tanto nosotros no podemos preguntar `¿Por qué?’ o siquiera `¿Por qué no?'»
«La razón de que tú –y yo, y todos, da lo mismo– nos atormentamos por este Koan es que éste golpeó en casa. Los otro Koans son ejercicios teóricos que son tanto intrigantes y engañosos y pueden hasta llevar a alguna verdad mayor. Pero al final del día, vivimos y dormimos pacíficamente con el conocimiento que nuestra lógica no comprende el sonido de una sola mano palmoteando, o la mano seca en agua mojada. Sin embargo, no podemos dormir pacíficamente cuando sabemos y sentimos la agonía de niños inocentes siendo cruelmente asesinados con gas, sus cenizas sopladas a lo lejos por el viento, su sangre desamparada siendo absorbida por los pastos del suelo Bávaro.

«Este, mi estimado amigo, es el máximo Koan. Y no tengo respuesta para él. Ninguno de nosotros tendrá una respuesta jamás. De hecho, puede ser que Di-s Mismo nunca tenga una respuesta que nosotros podamos comprender y tampoco Di-s duerme pacíficamente. Cuando los Romanos sometían a una tortuosa muerte a los más grandes sabios y santos de su tiempo, y lo hacían con desenfrenada barbarie, los ángeles celestiales exclamaron a Di-s: `¿Esta es la Torá y ésta es su recompensa?’ Di-s no entró en ninguna explicación teológica. Simplemente dijo, `Mantengan silencio…'».
Silencio. La única respuesta.

Julián dobló su cabeza ligeramente. Me miró durante una eternidad y no pronunció otra la palabra en toda la noche. Tampoco yo.
Pero antes de irse a casa me dijo en la puerta, «es tan difícil. El dolor es tan profundo».
No fue sino después que me enteré que este judío francés y superviviente del Holocausto es un Kohén, un Santo Kohén.

(extraído de Jabad Magazine, www.jabad.org.ar).


 

Simon Jacobson

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