El fin del principio

Extraido de jabad magazine
Hace varios meses me ofrecí a pasar la noche en el hospital con una mujer conectada a un respirador, en una unidad de cuidado paliativo torpemente llamada “Paso Abajo” (Step Down) para pacientes que, por lo menos médicamente, no tienen que ir a ninguna parte, sino “abajo”. Fue una llamada que recibí de uno de los grupos de Bikur Jolim (Grupo de visitas a enfermos) del área. El marido de la mujer se negaba a dejar a su esposa sola, me explicaron, y él se había derrumbado varias veces debido al intenso agotamiento. Ella estaba comatosa desde hacía cuatro meses, y estaban buscando a personas para que lo relevaran. Dije sí inmediatamente, asustada de saber que si lo pensaba primero, perdería el valor.
La idea de compartir una noche entera con alguien que está entre dos mundos me parecía solemne, tanto como para que pasara después despierta toda la noche considerando a esta mujer y su alma. Sintiendo una tremenda compasión por la paciente, llegué al hospital ingenuamente determinada a localizarla y conducirla a la conciencia, aunque sea sólo por un momento. Al lado de su cama, leí el Tania (la obra de filosofía jasídica escrita por Rabi Shneur Zalman de Liadi) del día y recité algunos Salmos, imaginando que las letras hebreas y las palabras que ellas forman la sacarían misteriosamente de su coma.
Traje una alcancía de caridad- Tzedaká– y la puse cerca de su cama, y en las tempranas horas de la mañana, coloqué en ella tzedaká– una mitzvá sobre la que está dicho que posee el potencial de salvar una vida. Pero mi encuentro directo con esta situación forzó ciertas conclusiones en mí, y empecé a preguntarme por la visión absoluta de la Halajá (ley judía) en las medidas para extender la vida. ¿La perspectiva es la que promueve la extensión, incluso, de un momento adicional de vida, en su definición más amplia, quizás simplista, olvidando los matices en casos dónde la vida de todo lo esencial ha menguado?
Me sobresalté al encontrar a la paciente con sus ojos bien abiertos, moviéndose. “Sólo son reflejos” me dijo la enfermera. Me asomé estrechamente a sus ojos vacío deseando hallar una señal fugaz de la vitalidad que una vez los animó. Pero, su espíritu o alma que imaginé sería más perceptibles ante una existencia física menguada, me eludió completamente. Me pregunté por el esfuerzo sostenido consagrado a cuidar un cuerpo tan inanimado por un tiempo tan prolongado.
Cada dos horas ella era dada vuelta para prevenir las llagas. Se la alimentaba a través de tubos intravenosos que debían ser succionados regularmente. Sus funciones corporales se manejaban ahora por enfermeras pagas. Cuando era dueña de su dignidad, habría retrocedido con horror pensé- al saber que cuando ella no esté aquí- cuando todo lo que la definía como un ser humano distinto, no sólo que no se permitiría languidecer su cuerpo, sino se lo obligaría a languidecer en una condición antinatural. Sentía una profunda tristeza, convencida que ella no habría querido que su cuerpo sea manipulado para mantenerla tan exhaustivamente atada al limbo.
Así que, por primera vez consideré con más cuidado el argumento contra las medidas excesivas de prolongar la vida. Ya no me parecía inconcebible que alguien, anticipándose a semejante final, estipulara que no deseaba intervención para prolongar la vida. Y por primera vez comprendí que los familiares que rechazan este tipo de intervención no son necesariamente egoístas o crueles, sino pueden estar sinceramente motivados por la preocupación por el paciente y el deseo de dignificar a su amado.
La semana pasada, recibí otra llamada de la mujer de voz suave de Bikur Jolim. No estaba segura de lo que diría si me pedía dar otra noche, o incluso sólo unas horas. La experiencia había sido agotadora y parecía casi vana. Pero observé que nosotros, después de todo, no sabemos con certeza lo que sucede en la mente o alma del ser humano en la ausencia de la conciencia normal. Porque incluso en un coma, el alma puede hacer Teshuvá (retornar a Di-s) y alcanzar la realización – una posibilidad que es decididamente inalcanzable una vez que el alma parte del cuerpo.
Pero la señora del Bikur Jolim no había llamado para solicitarme algo. Por expreso pedido del marido de la paciente, estaba llamando a las personas que habían dado de su tiempo, para agradecerles de nuevo y hacerles saber que la paciente había salido de su coma
Beila Olidort
gracias por compartir. gracias por ser.