Festejando
Pesaj
Pesaj y su significado
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El Extranjero en el mundo civilizado

A la maestra jardinera le tocó un grupo muy exigente de alumnos.
Exigente era, porque se trataba de un conjunto de niños a quienes «nunca le había faltado nada», por lo menos en todo lo que se refiriera a poseer los últimos juguetes que estuvieran de moda. Dado que los chiquitines nunca se habían tenido que privar de nada, eran un tanto consentidos y les costaba compartir cualquier cosa que obtuvieran con sus compañeros. Con mucha perseverancia, la maestra intentaba, día a día, modificar las actitudes de sus pequeños tiranos para que tomaran conciencia que se puede disfrutar de las cosas participando a los amiguitos del juego junto a uno. Si esta tarea es difícil con cualquier niño a tan temprana y tierna edad, en este caso lo era mucho más. Toda oportunidad que se le presentaba, la aprovechaba para inculcarle generosidad y filantropía a los alumnos.

Hoy, a pocos días de Pesaj, volvió con el tema recordando que nuestros abuelos sufrieron bajo los látigos de los supervisores egipcios concluyendo el tema con la prohibición de no oprimir a los que están en desventaja en comparación con nosotros y de la obligación de prestar ayuda y otorgar Tzedaká a los necesitados.
Cuando creyó haber transmitido debidamente el mensaje, repartió hojas con dibujos alusivos a la los judíos construyendo las pirámides y otras ilustraciones para que las pintaran. Una vez concluida la tarea, los niños orgullosos le mostraron a la maestra sus logros que con su empeño, esmero y dedicación habían logrado. Era hora de distenderse y jugar. La maestra acomodó las sillas de la sala, colocándolas una en una dirección y la siguiente en el sentido contrario. Luego, nuevamente, una silla con el frente como la primera, y la próxima, al revés. Puso todas las sillas en la hilera – menos una. Los niños ya conocían el juego y a algunos de ellos que ya eran experimentados y eran los habituales ganadores, les encantaba jugarlo. La maestra activó el grabador con música. Los niños circulaban
alrededor de las sillas. Cuando la música se interrumpía, todos se sentaban lo más pronto posible, pero, claro – faltaba una silla. Ese niño, que no había llegado a ocupar una sillita, quedaba afuera del juego. La maestra retiró otra silla y volvió a encender el grabador. Otro alumno quedó excluido. Y luego otro, y otro más, hasta que quedó uno solo – el ganador. De tanto en tanto, surgía una pequeña pelea, cuando dos niños se sentaban simultáneamente sobre una sola silla. En ese caso, la maestra hacía de árbitro y decidía quién quedaría en el juego, y quién no. Antes de ir a casa, los pequeños educandos, se llevaron en sus carpetas las ilustraciones que habían pintado y una breve explicación acerca de la importancia de Pesaj y de saber compartir. ¿Y el juego? Ah, sí, el juego de las sillas había estado muy divertido – para algunos. Bueno. Esas «son las reglas del juego». Las reglas de todos los juegos. La de los que concurren al Jardín de infantes – y la de los adultos. ¿O no?

En la «vida real» están todos los componentes que encontramos en el juego del Jardín, o viceversa. Están las sillas que aparentemente nunca alcanzan para todos. Por ende, todos deben correr para no quedarse sin silla. No podemos dejar de notar un número, cada vez mayor, de los que van quedando excluidos, sin «silla», sin trabajo, sin auto-estima.

Cobra fama el último que se mantiene en el juego invicto, envidiado por todos los demás, quienes, obviamente, no llegaron y se quedaron en el camino. La maestra, o árbitro del poder que define las disputas, y la «fiesta» que se les hace a los que «triunfan» en la vida, por parte de los medios y de los que los adquieren y acompañan. Y, como no, el gran espacio de hipocresía que se crea entre lo que se predica acerca de los «valores», por un lado, y lo que se pone en práctica, por el otro.
Bueno, son las reglas de la vida, y entonces debemos acostumbrar a los jóvenes a prepararse ante la realidad que les tocará vivir – y, cuánto antes, quizás ya en el Jardín de Infantes, ¿no será mejor? ¿No dice en algún lugar que el que «pega antes, pega mejor»? (No, esta vez no está en la Torá). ¿No es este hermoso mundo, un mundo de competencias? Los políticos pelean por el poder y emplean cualquier método para hacer caer al adversario a ojos de los votantes. Los jugadores de cualquier disciplina deportiva, se disputan la copa, y juegan sucio ganándose tarjetas amarillas por los golpes que dan. En el mundo de los negocios, la contienda pasa por quedarse con los mejores clientes y, con el dinero. Nuevamente, nos encontramos con la confirmación legitimada en la cual el pez grande se come al pez chico. En el mundo del espectáculo, los rivales pelean por el «rating» y mostrarán cualquier programa si les permite sobrevivir en su área cada vez más competitiva.

Así, si seguimos analizando, todos los órdenes de la vida son similares.
Frente a esta tendencia, la Torá que siempre fue y será revolucionaria, mostrándole al ser humano sus falencias, nos recuerda una y otra vez, en particular al tratarse la relación con aquel que está en situación de inferioridad, sometimiento o dependencia, que nosotros mismos hemos sido esclavos en Egipto, que hemos sido discriminados, marginados y tratados con dureza, y que debiéramos, en consecuencia y habiendo conocido el dolor en carne propia, ser sensibles y compasivos con los menos afortunados.
La fiesta de Pesaj nos trae muchas enseñanzas. Una de ellas es la obligación de vivir en libertad. De los tantos elementos, de los cuales nos debemos liberar, uno, por cierto muy grave, es el pernicioso deseo del ejercicio y de la posición del poder sobre los demás, que está impregnado hasta el punto de saturación en el mundo en el que participamos. Para el verdadero creyente, al Todopoderoso se lo denomina de esta manera, pues realmente no Le falta, y «provee (sillas) para todos los niños». No faltan lugar ni medios en el mundo para que cada uno tenga lo suyo, siempre y cuando todos los humanos se preocupen que alcance para todos, se corran un poco y hagan lugar en la silla para que se pueda sentar el otro. El tema es que a muchos les parecería un mundo insulso y aburrido, pues… ¿a qué jugarían los niños en el Jardín?

Pesaj Casher veSameaj

Daniel Oppenheimer

por el Rab Oppenheimer

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