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El Dedo de Di-s

Extraido de Jabad Magazine

Mi primo segundo Dov a”h., todo un personaje, falleció hace unos años en Israel, sin haber tenido hijos. Habiendo pasado algunas temporadas en mi casa, nos unía además de cariño, la clara conciencia de ser- además de nuestras hermanas – y no estando ya nuestros padres, los únicos sobrevivientes de nuestra numerosa familia, aniquilada por los nazis en Europa. Por lo tanto, sentí la obligación de rezar el kadish por él durante los once meses correspondientes, como así también en cada aniversario.

El último año, al acercarse la fecha, busqué el calendario para ver qué día de la semana sería. Domingo. Inmediatamente fruncí el ceño e hice una mueca de disgusto. Estando en pleno verano, con mucha gente de vacaciones y algún que otro dormilón, los últimos domingos en nuestro shilejl (pequeña sinagoga), concretamente no se alcanzó a formar minián. Por un compromiso contraído, me era muy complicado y lejos cruzarme a Capital donde seguramente tendría un minián. Si llamaba a dos o tres personas para completar el quórum, quizás me hubieran faltado otras tres, y si me iba, tal vez el que provocaría la falta de minián seria yo mismo. Pensé y recé para mis adentros: -“Bueno, que Di-s provea el minián, y que también mi primo Dov se ocupe. Yo por mi parte, haré lo mío, que es asistir.”

Cuando llegué al shil, para alegría de todos, éramos diez judíos. Como había llegado un poco tarde, me apresuré a colocarme los Tefilín, y completar los rezos previos al kadish. Sentado atrás, no reparé en quienes estaban sentados adelante y de espaldas. Terminado el rezo y los respectivos kadishim, y con sincero alivio por el deber cumplido, observé que nuestro jazán estaba colocándole los Tefilín a un anciano judío, a quien nunca había visto, que resultó ser el décimo judío que completó el minián. Para mi sorpresa, vi sobre su brazo, tatuados, los trágicos números. Entonces, me abalancé sobre él.

-“¿Quién es usted? ¿En que campos de concentración estuvo?”
-“Me llamo Julio Pitluk y estuve en Buchenvald, Aushwitz, etc.”- Contestó (¡¡al igual que mi padre y el padre de mi primo!!)
-“¿Donde fue liberado?”
-“En los Sudetes, Checoeslovaquia”-(¡¡al igual que mi padre y el padre de mi primo!!)

Hablamos largo rato, ya solos, en la penumbra del shil, hermanados por un lenguaje común de dolor, nombres y hechos trágicos, conocidos por mí a través de mi padre. Me contó, que con 85 años, él y su esposa eran los últimos sobrevivientes aun con vida en nuestra ciudad y, creía, en toda la zona sur. -“Pero, bueno -pregunté- ¿Por qué vino usted hoy acá?” Me contó que, efectivamente, después de la guerra, salvo por tratarse del Bar Mitzvá de su nieto, jamás había vuelto a un shil .Pero un tiempo atrás, había recibido de un primo de Norteamérica una lista de mártires, más otras frases hebreas, escritas en medio del fragor de los hechos, y alguien le dijo que tal vez en nuestro templo podrían traducírselas. Entonces con esa excusa, increíblemente, llegó justo ese domingo, y después de casi 60 años, para completar nuestro minián.

Nos despedimos cariñosamente, y en un abrazo nos prometimos reencontrarnos. Al consultar a los ancianos del shil (quienes no sólo conocían la primera piedra colocada en Lanús, sino, que seguramente fue colocada por ellos) y contarles que ese hombre vivía a pocas cuadras y que era su vecino desde hacía casi 60 años, me confirmaron que jamás lo habían visto.

Más tarde reflexioné en la intimidad de mi hogar y de mi alma. Cuando una persona en la vida diaria tiene un problema: ¿Quiénes se acercan para intentar ayudarlo?- La familia directa y algún amigo. Evidentemente, pensé, mi primo en el cielo tenía un problema. Había aquí abajo, alguien, que quería decir el kadish (que todo difunto necesita) pero no había minián. Entre la mucha gente que también podría haber venido ¿A quién movilizaron desde el cielo Di-s, mi padre y su hermano? No a cualquier iehudí, sino que al único judío de toda la zona que había pasado lo que ellos pasaron, un paisano con el que tenían un pasado trágico en común, el último sobreviviente, al rescate de una necesidad imperiosa para el alma de su hijo, un kadish para mi primo Dov.

Cuando conté a mi prima Tova de Miami, lo que pasó con el kadish de su hermano, y lo que relaté luego a los integrantes del Minián, me preguntó emocionada: -“¿Y qué dijeron? ¡¿Qué dijeron?!“ -“Todos dijeron-contesté- “-Etzva Elokim”. Es el dedo de Di-s”.

por Jaim Szadman Lanus, Pcia. de Bs. As.

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