El Beit Ha-Mikdash: destrucción y dispersión
(selección extraída del libro «Profecía y Providencia» por R. Meir Sokolovski, © Kest-lebovits)
Un Regalo Condicional
D-os entregó Eretz Israel al Pueblo Judío para siempre, con una condición: que obedecieran Su voluntad y cumplieran con la Torá, con lo que vivirían seguros en la tierra, comerían de sus frutos, y se llenarían de su abundancia. Pero si, D-os no lo permita, no observarían la Torá, entonces la tierra los echaría. Y muy pronto se perderían de la buena tierra, tal como está escrito:
…Y os corromperéis haciéndoos ídolos de cualquier clase y pecando a los ojos del Eterno vuestro D-os, provocando Su ira. Tomo como testigos al cielo y la tierra contra vosotros y pereceréis en la misma tierra que vais a poseer luego de cruzar el Jordán. (Devarim 4:25)
Vosotros guardaréis Mis estatutos… para que la tierra no os vomite…(Vaikra 20:22)
Mas si no Me escucharais y no cumplierais estos Mis mandatos… Haré que la tierra se convierta en un desierto… Os dispersaré los pueblos. (Vaikra 26:14,32,33)
Y sucederá que, si no obedecieras la voz del Eterno tu D-os observando todos Sus mandamientos y estatutos que hoy te prescribo…el Eterno hará que venga contra ti un pueblo de muy lejos, desde el extremo de la tierra, rápido como el águila. Un pueblo cuya lengua no comprenderás… Te asediará por todos tus portales hasta que los muros más altos y fortificados se desplomen, no obgstante la confianza que tenías en ellos.. Y serés arrancados de la tierra que te dio para que la poseyeras. (Devarim 28:15-63)
Estas advertencias de la Torá especifica de que los judíos son exiliados, su tierra es destruida y queda desolada durante muchísimos años:
Y haré que la tierra se convierta en un desierto…
Y os dispersaré entre los pueblos…
Y vuestras tierras serán desvastadas y vuestras ciudades quedarán en ruinas…
(Vaikrá 26:32,33)
Al advertir acerca del castigo, la Torá describe lo desolada que les parecerá la tierra a las generaciones posteriores:
…y las generaciones futuras, vuestros hijos que vendrán después de vosotros y los forasteros que procedan de tierras lejanas…cuando vean las plagas que asolarán vuestra tierra y las pestes que el Eterno le enviará… (dirán): la tierra es azufre y sal, de modo que en el suelo abrasado no podrá crecer más hierba alguna, como ocurrió con el cataclismo de Sodomo y Gomorra. (Devarím 29:21-22)
Esta descripción profética se convirtió en una realidad física.
Había sido una tierra que rebosaba de vitalidad y de una población próspera, una tierra conocida por sus «cursos de agua y manantiales que brotan de valles profundos y de montañas; tierra pródiga en trigo, cebada, viñas, higueras y granados; tierra de olivares, de aceite y de miel; nada te faltará en esa tierra» (Devarim 8:8-9). Esta tierra de tan exuberante fertilidad se convirtió en un desierto estéril y maldito que no podía ser cultivado. Sus verdes campos se transformaron en fétidos pantanos que causaban enfermedades y muerte. Sus ciudades quedaron desoladas; los zorros deambulaban libremente por entre los montículos de grava. Sus calles quedaron desiertas por miedo a los criminales y los asesinos. Durante más de mil quinientos años, desde el final de la posesión romana de Eretz Israel hasta el regreso de los judíos a su tierra, en nuestra generación, la Tierra de Israel permaneció desolada y su población apenas si superó algunas decenas de miles de habitantes.
No obstante, las descripciones de Eretz Israel que traen los Sabios contrastan en forma radical:
«Le dio a sorber miel de la roca» (Devarim 32:13): Es como en Sakini y sus ciudades vecinas. Se cuenta que una vez Rabí Yehuda pidió a su hijo residente en Sakini que le llevara higos secos de un barril. Su hijo le dijo: «Pero padre, es un barril de miel». Y él le respondió: «Hijo mío, coloca la mano bien adentro del barril, y verás que contiene higos».(Sifri)
«Sumérjanse su pie en aceite» (Devarim 33:24): es la porción de Asher, que producía aceite como de un manantial. Se cuenta que una vez la gente de Ludkia necesitaba una cantidad muy grande de aceite. Entonces dijeron a un mensajero: «Ve a Gush Jalav». Allí le proporcionaron cantidades innumerables de aceite… (Menajot 85b)
«Dijo Rabí Jiya bar Ada: «Mi padre me dejó una sola viña. El primer día coseché trescientos racimos de uvas… el segundo día, otros trescientos racimos… Y tuve que dejar la mitad del resto sin cosechar, para que todos pudieran tomar las uvas…»
Rami bar Yejezkel visitó cierta vez Bnei Brak y vio que había unas cabras pastando bajo una higuera. La miel goteaba de los higos y la leche fluía de las ubres de las cabras, y así se mezclaban la miel con la leche. El exclamó: «Esto es lo que signfica la frase «Una tierra donde fluye la leche y la miel» (Ketubot 111b)
Hay muchos más relatos maravillosos como éstos que testimonian la bendición que le confirió D-os a Eretz Israel y a sus frutos. A partir de las palabras de los Sabios, es evidente que los relatos mencionados no constituyen casos aislados, sino que son representativos de toda la tierra.
En Josefo hallamos una descripción que corrobora la fertilidad de la Galilea:
Aunque la zona de la Galilea es pequeña… es una tierra de gran fertilidad y rica en pasturas. Además allí crecen muchas especies de árboles. La riqueza de sus productos atrae a personas que no tienen lazos con la agricultura. Toda la tierra es cultivada por sus habitantes. Ni una sola región está inactiva. Y gracias a la bendición de su buena tierra, en la Galilea hay gran cantidad de ciudades, y una multitud de pueblos llenos de gente. (Historia de las Guerras Judías, libro III, cap.3)
Hagamos un contraste entre estas descripciones de la tierra durante la ocupación judía con informes de su desolación tras el exilio de su pueblo por los cuatro confines de la tierra.
El ciudadano francés Valneu, que realizó viajes durante el siglo dieciocho, escribió en su «Viajes de Valneu a Siria y Egipto en los años 1780-1795»:
Viajé a pueblos y ciudades distantes y en todos lados vi únicamente desolación y despojos, despotismo y pobreza. Mientras viajaba lo único que veía a lo largo del camino eran campos abandonados, pueblos en ruinas, ciudades destruidas… Al compararlos con sus imágenes del pasado, me acosaron muchos pensamientos. En mi mente vi los reinos de Damasco, Jerusalén, Samaria y los filisteos amantes de la guerra… Visité lugares donde una vez la vida floreció, y no vi más que desolación. Ni una sola alma humana. Ciudades en ruinas, una tierra sin habitantes, transformada en un gran cementerio. D-os Todopoderoso! ¿Qué fue lo que causó cambios tan drásticos en estas tierras? ¿Por qué se destruyeron tantas ciudades? ¿Por qué la maldición del Cielo ha caído sobre estos parajes? ¿Cuál es la razón de la ira Celestial que perpetúa la desolación y la destrucción de estos lugares?
El famoso autor norteamericano, Samuel Clemens (Mark Twain), visitó Eretz Israel en 1867 y registró sus impresiones:
No hallarán ni un solo pueblo que esté a menos de treinta millas de su pueblo vecino. Es posible hallar dos o tres campamentos de beduinos, pero ningún asentamiento permanente. En esta área se puede viajar unas diez millas sin encontrar más de diez personas en total. Es acerca de esta misma región que dice la profecía: «Y haré que la tierra se convierta en un desierto… Y vuestras tierras serán desvastadas y vuestras ciudades quedarán en ruinas…» Es imposible contemplar este sitio y declarar que esta profecía no se ha cumplido.
El testimonio de este escritor norteamericano es en sí mismo el cumplimiento de la profecía de la Torá:
…y las generaciones futuras, vuestros hijos que vendrán después de vosotros y los forasteros que procedan de tierras lejanas… cuando vean las plagas que asolarán vuestra tierra y las pestes que el Eterno le enviará… (dirán): la tierra es azufre y sal, de modo que en el suelo abrasado no podrá crecer más hierba alguna, como ocurrió con el cataclismo de Sodoma y Gomorra… (Devarim 29:21-22)
R. Meir Sokolovski