Distorsión de la Imagen de Uno Mismo
Introducción
A través de la historia, el hombre se ha empeñado en diversas búsquedas. Ha procurado el progreso de su medio, ha buscado nuevas formas de aumentar su productividad y de vencer las enfermedades.
Y, en una actitud más sublime, ha buscado a D-s.
Cierta vez, el Rebe de Kotzk afrontó a un joven que había ido a verlo en su corte jasídica: «¿Por qué has venido?», le preguntó.
«He venido a encontrar a D-s», respondió el joven.
«Es una lástima que hayas desperdiciado tu tiempo y tu dinero», dijo el Rebe. «D-s está en todas partes. También pudiste haberlo encontrado en tu propio hogar.»
«Entonces, ¿con qué propósito debería haber venido?» preguntó, a su vez, el joven.
«Para encontrarte a ti mismo», respondió el Rebe.. «Para encontrarte a ti mismo».
De todos los seres del mundo, el hombre es el que está más cerca y, paradójicamente, es el que se halla más distante de sí mismo. Este alejamiento da lugar a una distorsión de la autopercepción, y esta distorsión puede causar una mayor alienación con respecto a uno mismo, con lo cual se produce un círculo vicioso que se autorrefuerza.
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La Distorsión de la Imagen de Uno Mismo
En tanto algunas personas pueden darse cuenta de que están sufriendo de una baja autoestima, muchas otras no son conscientes de ello.
Cuando hablo de un problema de baja autoestima no me refiero sólo a una opinión de uno mismo sino, más específícamente, a un sentimiento desfavorable que es injustificado y no está basado en hechos reales. Aunque mucha gente se da cuenta de que se tiene poca confianza y de que abriga sentimientos de inferioridad, cree que estos están justificados porque está convencida de que sus insuficiencias son reales. Con bastante frecuencia esta autopercepción es incorrecta y la baja autoestima y la poca confianza en sí mismo son, en realidad, injustificadas.
Me ha resultado bastante dificil lograr que la gente se libre de sus autoconceptos erróneos. Una persona que tiene un objeto ante sus ojos está plenamente convencida de que lo que ve está realmente allí y de que posee, efectivamente, las características de forma y color que ella percibe. Es virtualmente imposible convencer a alguien de que el objeto que ve es inexistente, y de que su percepción es simplemente una alucinación. Si pudiéramos, de algún modo, convencer a dicha persona de que su visión está distorsionada, podría entonces aceptar la descripción que algún otro hace del objeto. En la esfera psicológica encontramos ejemplos de esta dificultad en el caso de la paranoia, en la cual una persona desarrolla el delirio de que es el mesías o que es extraordinariamente rica. La experiencia clínica ha demostrado la dificultad de librar a esta persona de su delirio. La idea se torna tan fija en su mente que la prueba lógica de lo contrario no logra hacerle impresión alguna.
Aunque los casos de delirio de grandeza no son demasiado comunes, sí lo son los de negativismo. Muchas personas se ven a sí mismas inferiores de lo que son en realidad y están plenamente convencidas de que sus percepciones son absolutamente correctas. La opinión en contrario de los demás e incluso la evidencia concreta de sus cualidades puede hacer poco o ningún impacto. Si bien muchas personas pueden admitir fácilmente que sufren de baja autoestima, insisten en que este sentimiento es justificado porque se ven a sí mismas realmente inadecuadas en uno o más terrenos.
Vayamos un poco más lejos. La persona que ve un objeto determinado está segura de que todos los demás lo ven exactamente como ella. No duda de la validez de su sentido de percepción, y si ve una mesa marrón, supone naturalmente que todos los demás la en también como una mesa marrón. En forma similar, la persona que tiene de sí misma la percepción de que es insulsa, nada atractiva, o antipática, está convencida, sin lugar a dudas, de que ésta es también la forma en que la perciben los demás. Para ella, su percepción es una realidad.
Esta idea no ha surgido solamente de los textos de psicología, sino que puede ser hallada en la Torá. En la leyenda de los espías que fueron enviados a Canaán por Moshé, se dice que ellos informaron que los canaanitas eran una raza de gigantes. «… Y éramos nosotros, a nuestros propios ojos, como langostas; y así también éramos a los ojos de ellos». La forma en que te consideras a ti mismo es la forma en que tú crees que otros te perciben.
Este pasaje peculiar es ampliado en el comentario de RASHI: «Nosotros los oímos (a los canaanitas) decir: Hay hormigas arrastrándose en nuestros viñedos». Dos importantes ideas psicológicas están contenidos en este comentario. En primer lugar, los espías seguramente no comprendían, siquiera, el idioma de los canaanitas, y sin embargo, estaban seguros de qué estaban hablando. Si te sientes inferior, ciertamente llegarás a la conclusión de que los demás lo han notado y están hablando de ello. En segundo término, hay una progresión descendente hacia sentimientos de baja autoestima. Habiéndose sentido inicialmente tan pequeños como langostas, los espías pronto se sintieron reducidos al tamaño de hormigas.
La confrontación de las personas con la evidencia incontrovertible de sus cualidades positivas tiene, a menudo, una influencia poco duradera sobre su autoconcepto. Recuerdo el caso de una mujer profundamente deprimida que tenía una imagen muy pobre de sí misma, a pesar del hecho de que era una excelente médica especialista que había alcanzado una prestigiosa posición en la comunidad de su profesión. Sus injustificados sentimientos de inferioridad la habían conducido a escapar a través de la adicción al alcohol. Yo estaba impresionado por su autoimagen notablemente distorsionada, y cuando le pedí que citara algunos de sus valores personales permaneció completamente silenciosa. Entonces le señalé que se había graduado summa cum laude, que había ganado el premio Phi Beta Kappa y que, evidentemente, no podía dejar de darse cuenta de su superioridad intelectual. Su respuesta fue: «Cuando me dijeron que habia ganado el premio Phi Beta Kappa, yo sabía que habían cometido un error».
A medida que estudiaba el problema de la autoimagen desfavorable descubría que los más profundos sentimientos de baja autoestima aparecen, paradójicamente, en aquellos que realmente están más dotados y son más competentes. Parecería ser que la persona que desarrolla una autoimagen desvalorizada, se ve a sí misma como si se estuviera mirando a través de una lente trucada que distorsiona la percepción de tal manera, que se ve como lo opuesto de lo que es en realidad.
Supongamos que podemos evaluar la personalidad de la gente según una escala que va del 1 al 10, basada en su inteligencia, carisma, atractivo y varias habilidades y talentos. Una persona que está algo por debajo del promedio podría ser calificada con un +3, en tanto que otra muy superior sería evaluada con +10. Si ambas personas, por cualquier razón, desarrollan autoimágenes desfavorables, han de verse probablemente como lo opuesto de lo que en realidad son. Así, la persona que es menos que mediocre tendría una baja autoestima de -3, y la persona de calificación excelente tendría una baja autoestima de -10: ambas se sentirían profundamente desvalorizadas.
La tragedia de la autoimagen desvalorizada es magnificada por el hecho de que el malestar que causa sea tan innecesario. Las personas que más debieran disfrutar de la vida son, precisamente, las más expuestas a sufrir en mayor grado.
La autoimagen desvalorizada no tiene por qué ser total; puede reducirse a algunos aspectos de la personalidad. Es decir, la persona puede verse a sí misma no uniformemente desvalorizada, sino deficiente sólo en ciertas áreas. Un ejemplo común de esto es la persona que se siente valorizada acerca de su competencia en su ocupación, pero tiene una baja autoestima como persona.
Conocí a un médico que usualmente comenzaba sus visitas hospitalarias a las siete de la mañana y regresaba al hospital inmediatamente despues de las horas de consulta, permaneciendo allí hasta muy entrada la noche. Los fines de semana no constituían una excepción. Era admirado por sus pacientes, por las enfermeras y el equipo administrativo, pero el personal del hospital señalaba a menudo que su esposa debía de ser una arpía, pues ¿por qué otra razón un hombre evadiría tan persistentemente su hogar?
Años más tarde, la esposa del médico me consultó porque estaba muy deprimida. Descubrí que era una persona suave y compasiva, muy diferente de la imagen que de ella se había formado el personal del hospital. Me dijo: «Soy una persona muy insegura. Necesitaba un hombro en el cual apoyarme, pero mi esposo nunca estaba allí para ofrecérmelo. Nuestros hijos nunca contaban con él como padre. Aunque él proveía siempre en forma adecuada a nuestras necesidades materia les nunca tuvimos la relación emocional y el apoyo que necesitábamos de un esposo y un padre».
Posteriormente me entrevisté con ese médico y comprendí que si bien se consideraba un médico competente, sentía que no tenía nada que ofrecer como persona. No creía tener la fortaleza emocional ni la personalidad que su familia esperaba de él. A causa de su supuesta incapacidad de proveer a las necesidades emocionales de su familia, tendía a refugiarse en la seguridad de su consultorio y del hospital, donde se sentía mucho mejor en su papel de médico.
Esta puede muy bien ser la razón por la cual algunas personas son tan «adictas al trabajo». El trabajo puede, simplemente, ser más cómodo que relacionarse como ser humano.
Ya sea que la autodistorsión afecte toda la vida de una persona o tan sólo una parte de ella, se trata de una idea errónea que puede tener serios efectos nocivos sobre ella y quienes la rodean.
Dr. A. Twerski
Estoy trabajando duro para destruir todo complejo de i ferioridad, y veo uds me están ayudando. Mil gracias
Me encantó! Me sentí muy identificada. Gracias.