HALEL
Reflexiones
Sobre el deseo
+100%-

Descubriendo el objetivo

El Kadósh Barúj Hú es la Fuente Infinita del dar y nuestro deseo de recibir, la fuente receptora.

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La plenitud se origina en Su Esencia, mientras que el deseo de recibirla (allí incluído) producto de la ausencia de Su plenitud, será el origen de todas las creaturas.

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La Creación genera las condiciones para que surja «algo» que no tiene realidad en el Kadósh Barúj Hú: la carencia, el deseo de recibir.

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El deseo de recibir no puede existir en El, pues Es completo en Sí mismo, ¿de quién habría de recibir?

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La Creación, lo nuevo, es el deseo de recibir que surge como consecuencia del ocultamiento de Su plenitud. Por ello el vocablo hebreo que se utiliza para designar al mundo –olám– proviene del verbo lehialém que significa ocultar.

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La idea central de la Creación es la de dar plenitud a las creaturas por lo que se incorporó en el alma el deseo de recibir ese placer. El deseo es el instrumento y recipiente para recibir, siendo que la intensidad del placer es proporcional al deseo de recibirlo.

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El deseo de recibir es la «substancia» inherente a la Creación y no podemos anularla, es la fuerza que activa todos los procesos de la vida.

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El deseo genera dos acciones posibles: acercar o alejar. Cuando es un fin en sí mismo: egoísmo, separa; en cambio cuando es un medio para transmitir el bien: altruismo, une.

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Es como un puente que puede unir o, por el contrario, separar.

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Por ello en la Creación es imprescindible un sistema objetivo de discernimiento, la Torá y las mitzvót, que le enseñan al hombre a regular la manifestación de su deseo, «a ir cambiando gradualmente los anteojos», hasta que paulatinamente des-cubre la forma superior, el altruismo, que lo conduce concientemente al placer infinito.

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Torá señala la recepción de las leyes de restauración del deseo de recibir a su estado original: altruismo.

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La Torá puede activar en el hombre una voluntad poderosísima puesto que educa el deseo, pero debemos alcanzar un discernimiento agudo e inteligente, a través de su estudio interior, para aplicarla correctamente en todos sus detalles.

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Previamente a la revelación de la Torá no existía un proyecto universal cuyo objetivo fuese transformar el deseo egoísta en altruismo.

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Así como en el plano material la tecnología nos ayuda a canalizar la energía de modo que podamos utilizarla para el bienestar de la humanidad, la Torá nos ofrece la «tecnología» educativa y espiritual para encauzar armónicamente la energía más poderosa de la Creación: el deseo de recibir.

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La historia demostró cómo grandes culturas desaparecieron y la actual sociedad degenera, por estar todas ellas basadas en sistemas intelectuales que finalmente sucumben ante los instintos y deseos inferiores. La Torá y las mitzvót, en cambio, mantienen al ser humano alerta con respecto a la forma de vida a que dichos sistemas conducen, protegiendo a la humanidad para que el «antídoto contra el egoísmo» siga su camino.

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La Torá y las mitzvót, llevadas a cabo desde la perspectiva de la Kabalá – lishmá, elevan al ser humano por sobre los deseos inferiores que conducen a la pérdida del objetivo: el bien absoluto, para el cual fuimos creados.

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En todos los ámbitos del conocimiento, cada generación puede superarse y desarrollarse a partir de la experiencia de las generaciones que la precedieron.

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Los tzadikím son, en cada época, quienes representan el ideal espiritual de su generación. El tzadík (Tzadík es quien hace la acción justa en el momento justo) es quien logra asir (hasagá) la Sabiduría, y alcanza la actitud correcta para realizar el tikún: la correción del deseo de recibir no resuelto, el egoísmo de su generación. Dichos logros espirituales quedan a disposición del hombre para su desarrollo espiritual.

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Cada época, a través de sus tzadikím, manifiesta un aspecto del proceso de revelación del objetivo final de completitud. Dicho proceso deja abierta la posibilidad de que cada individuo, por su libre albedrío, acelere la revelación del objetivo final, transformándose así en «socio activo» del Kadósh Barúj Hú.

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Cuando damos, comenzamos a comprender y conocer la Fuente Infinita que sólo da; puesto que impartir y crear armonía entre los hombres requiere Sabiduría, una voluntad constante, y ver más allá de lo inmediato. De este modo el ser humano comprende que todo y todos somos partes inmanentes de una unidad infinita e indivisible. Y eso da placer.

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