Descartando las normas de la vida cotidiana
(selección comentarios de R. M.M. Schneerson, © Ed. Kehot Lubavitch)
La lámpara en el Pórtico
Ningún producto de madera puede emplearse como mecha para la lámpara de Shabat, a excepción del lino golpeado.
— Talmud, Shabat 27b
Si un camello cargado de lino pasaba por la vía pública y el lino que se extendía a una tienda se encendió por causa de la lámpara del tendero e incendió el palacio, el propietario del camello es responsable. Si el tendero colocó su lámpara afuera, el tendero es responsable. Rabí Iehudá dice: Si era una lámpara de Janucá, queda absuelto de toda responsabilidad.
— Ibíd., Bavá Kamá 62b
Una lámpara es un recipiente diseñado para convertir aceite en luz. Con este fin, ordena una cantidad de aceite y una mecha de tal suerte que el primero es arrastrado por la segunda para alimentar una llama. Mientras ambos, aceite y mecha, son substancias combustibles, ninguno de ellos podría producir luz por sí mismo con la eficiencia y estabilidad de la lámpara. La mecha ardería brevemente y se extinguiría, consumida totalmente. En cuanto al aceite, resultaría sumamente difícil encenderlo del todo. Pero cuando la mecha es introducida en el aceite y encendida, absorbe, transmite y transforma el aceite en una luz constante y controlada.
«El alma del hombre es la lámpara de Di-s»[1], cuyo propósito en la vida es iluminar el mundo con la luz Divina. Di-s proveyó al hombre del «combustible» que genera Su luz, la Torá y sus mitzvot, que encarnan la sabiduría y voluntad Divinas, y manifiestan Su luminosa verdad. Pero el aceite Divino precisa de una «mecha» para canalizar su substancia y convertirlo en una llama iluminadora. La Torá es la sabiduría Divina; pero para que la sabiduría Divina se manifieste en nuestro mundo, debe haber un cerebro físico que la contemple, digiera y exprese por medio de la lengua y la pluma. Las mitzvot son la voluntad Divina; pero para que la voluntad Divina se manifieste en nuestro mundo, debe haber un cuerpo físico que la concrete y substancias físicas (cuero para tefilín, lana para tzitzít, dinero para caridad, etc.) con los que concretarse[2]. En el mismo espíritu, una «mecha» sin aceite produce poca luz. Una vida sin Torá y mitzvot, no importa cuán ardiente con el deseo de relacionarse con Di-s, es incapaz de mantener su llama. Podría experimentar destellos de extática experiencia espiritual, pero careciendo de un aceite de genuina substancia Di-vina, estos mueren rápidamente, y fracasan en la tarea de introducir cualquier luz perdurable en el mundo. Para concretar su rol de «lámpara de Di-s», la vida humana debe ser un recipiente que combina la existencia física (la «mecha») con las ideas Divinas y los actos de la Torá (el «aceite»).
Cuando la mecha se satura de aceite y alimenta sus anhelos espirituales con un constante abastecimiento de lo mismo, la llama resultante es tanto luminosa como sustentable, conservando la existencia y productividad de la mecha e iluminando el rincón del mundo en que ha sido colocada.
Lino Golpeado
Pero no todo resulta en una buena mecha. En el segundo capítulo del tratado de Shabat, el Talmud enumera aquellos materiales que son apropiados para ser usados como mecha para las luces de Shabat[3], y los que no lo son. Entre las substancias descalificadas están todos los productos de la madera (es decir, fibras del duro tallo de una planta), pues estos no son lo suficientemente dúctiles como para permitir el suave flujo del aceite a través de ellos. La única excepción lo constituye el «lino golpeado», que es el tallo de la planta de lino suavizado mediante la enérgica trilla (mechas fabricadas con «lino sin golpear» no son aptas)[4].
Aplicado a la vida interior del hombre, esto significa que mientras el materialismo de la vida es imprescindible para la elaboración de luz Divina, hay ciertos elementos del mundo material que son demasiado crudos, demasiado resistentes a la santidad, como para incluirse como «mecha» de la «lámpara de Di-s». No toda substancia física puede emplearse en la observancia de una mitzvá, y no toda actividad mundana puede elevarse como un empeño santo[5]. Uno de estos elementos irredimibles es la «madera», que en la Torá simboliza la altivez y auto-importancia[6], pues el más básico requisito para la relación con Di-s es la humildad y la abnegación[7].
En las palabras del Talmud: «Cualquier persona que tiene un espíritu inflado, Di-s dice de ella: «Yo y él no podemos morar en el mismo mundo»»[8]. «Lino golpeado», sin embargo, puede alistarse como mecha en la lámpara Divina. En otras palabras, hay elementos de la vida física que son ostensiblemente no- conductivos para la santidad, pero que pueden rehacerse – mediante enérgica «trilla»- hasta volverse facilitadores de la luz Divina. El «lino»[9] representa estas más desafiantes áreas de la vida física, las que se encuentran simplemente en los más distantes confines a los que el hombre puede llegar con su capacidad de refinar lo material.
Dominios, Vehículos y Materiales
Por una vía pública anda un camello, cargado de atados de lino crudo que desbordan por sus costados. El camello pasa delante de una tienda, con su abultada carga extendiéndose y apretándose contra las paredes de la tienda e invadiendo su pórtico y ventanas. Repentinamente, el material altamente combustible se inflama: el lino ha sido encendido por la lámpara del tendero. Por culpa de la llamarada surgente, arde un enorme palacio hasta sus cimientos. ¿Quién es responsable por los daños ocasionados por el accidente? ¿El conductor del camello o el tendero?
Este caso es revisado por el Talmud en el sexto capítulo de Bavá Kamá, el tratado que se ocupa de la responsabilidad legal para los daños directos o indirectos ocasionados por uno mismo o por su propiedad. El Talmud legisla que si el lino se extendió a la tienda y se encendió por una lámpara que arde más allá de las paredes de ésta, la responsabilidad descansa sobre el propietario del camello; en caso de que el tendero colocó su lámpara afuera, es el tendero el responsable. El Talmud registra luego la opinión de Rabí Iehudá, que si la lámpara en cuestión era una lámpara de Janucá -que por ley debe colocarse «en el pórtico… afuera»[10]- el tendero no es responsable[11].
Aplicada a la vida interior y espiritual del hombre, esta ley alude a los posibles accidentes que pueden resultar del manejo errado del lino físico y el fuego espiritual. Aquí, también, hay «camellos», «vías públicas», «tiendas» y, por supuesto, «lámparas» – todo lo cual interactúa de maneras delicadas y complejas, y cuya perturbación puede explotar en conflagración. La ley de la Torá distingue entre un «dominio de los muchos» (reshut harabím; por ejemplo, una vía pública) y un «dominio del uno» (reshut haiajíd, la propiedad privada), una distinción que resulta importante en muchas áreas de la halajá, la ley judía, que van desde la del Shabat hasta la de la pureza ritual.
En el sentido espiritual, «dominio de los muchos» son aquellas áreas de la existencia en las que una pluralidad de creencias, costumbres y estilos de vida compiten por la supremacía; el «dominio del uno» alude a aquellas áreas que se han afirmado como la provincia privativa del Unico Di-s y Su verdad singular. Nuestras vidas pueden, así, describirse como el tránsito entre el «dominio de los muchos» y el «dominio del uno»: el esfuerzo por transferir cosas de la anarquista «calle» a la provincia singular de la santidad (como cuando una substancia física es transformada en el objeto de una mitzvá), y por extender la influencia del dominio Divino a aquellas áreas que aún deben reconocer a su Unico Amo (como cuando un ideal de la Torá echa raíces en una filosofía o cultura foránea). En el «dominio del Uno» hay una única verdad, un único propósito, una única orientación. En este dominio todo reconoce a Di-s como su amo y está totalmente comprometido a El.
En el «dominio de los muchos» la situación es más ambigua. Mientras los elementos que por allí circulan no son necesariamente negativos en esencia, tampoco están comprometidos de una manera u otra y pueden alistarse como instrumentos tanto del mal como del bien. El «camello» encarna esta dualidad. Para que un animal sea kasher, debe ser rumiante y tener pezuñas partidas. El camello, sin embargo, descripto por la Torá como poseyendo una señal de kasher (es rumiante) y un aspecto de no-kasher (sus pezuñas no están partidas), representa la dualidad de la materia cruda de la Creación.
[Así, el casamiento de Itzjak y Rivká -el matrimonio entre espíritu y materia que produjo una progenie de perfección (Iaacov) y corrupción (Eisav)- fue logrado en medio de una profusión de camellos: Eliezer tomó «diez camellos de su amo» cargados de regalos para ganar el consentimiento de la familia de Rivká para el casamiento[12]; la «prueba» de mérito de Rivká como novia para Itzjak fue que cuando se le pidió un trago de agua, ella ofreció proveer agua también para los camellos[13]; la procesión nupcial «cabalgó sobre camellos» desde Jarán hasta Tierra Santa[14], y Rivká «cayó del camello» al ver por vez primera a Itzjak[15]. En las palabras del Midrash: «Tal como el camello tiene una señal de pureza y una de impureza, del mismo modo Rivká produjo un hijo justo y un hijo malvado»(16)].
Vidas Combustibles
El camello transporta una carga de materia corpórea por el «dominio de los muchos». Se dirige hacia una tienda, donde el «lino» será descargado e introducido a un «dominio del uno»; allí, el tendero golpeará el lino, lo refinará, lo hilará en hilo, y lo convertirá en un objeto útil. Quizás hará mechas para la lámpara que arde en su tienda, iluminando su interior con su luz y derramándose ésta hacia afuera, a la calle.
Pero muchas cosas podrían andar mal. El dominio de los muchos es una calle bidireccional, el camello es propenso a marchar en cualquiera de ambas direcciones, y el lino crudo es un material altamente combustible. El «conductor del camello» (aquella parte de nosotros que administra el área material de nuestras vidas) podría sobrecargar al camello con lino. Semejante exceso de materialismo podría infiltrarse en la tienda en su estado «sin golpear», antes de experimentar el proceso que lo convierte en un componente constructivo de la «lámpara de Di-s». Cuando el materialismo sin refinar invade el privado recinto de santidad que creamos en nuestras vidas, la conflagración es inminente, amenazando la integridad de «el palacio»[17], el objetivo de la Creación de Di-s. Alternativamente, el tendero (nuestro ser espiritual) podría descuidar de restringir su fuego adentro, permitiendo que su fervor se extienda a áreas donde la ecuanimidad es esencial. Pues sólo la luz de la lámpara debe extenderse a la calle, pero no la llama misma: el éxtasis y deseo consumidor son resplandecientes en las cámaras interiores del alma, y catastróficos en sus empeños «exteriores».
Cuando el fuego del alma es colocado en la vía pública de la vida material, existe el peligro de que en lugar de una llama serena que ilumina sus cercanías, tengamos una llamarada volátil que ponga todo el «palacio» en peligro.
Una Luz Ilimitada
Pero una ley diferente rige a la lámpara de Janucá. Janucá marca una época en la que un puñado de fieles judíos descartó las reglas y normas de la vida cotidiana en una inequívoca exhibición de compromiso con Di-s. Ellos no calcularon las probabilidades de una victoria de «los débiles sobre los poderosos, los pocos sobre los muchos, los justos sobre los malvados»[18]. No consideraron si la ley de la Torá los obliga a sacrificar sus vidas en aquellas circunstancias[19]. De hecho, el milagro mismo de Janucá, en el que la ración de aceite para un único día mantuvo ardiendo las lámparas del candelabro, la menorá, en el Gran Templo durante ocho hasta que pudiera elaborarse aceite ritualmente puro, era técnicamente innecesario: según la ley de la Torá, la menorá podría haberse encendido con aceite impuro bajo esas circunstancias[20]. Estos judíos sólo tenían una única consideración: cómo cumplir la voluntad Divina de la mejor y más hermosa manera. Todo lo demás -su seguridad física, el alcance de su deber, la permisibilidad de compromiso en cuanto a la pureza de la luz de la menorá- les era totalmente irrelevante.
La lámpara de Janucá es la celebración de un compromiso que no puede ser cuantificado o regulado, de una llama que trasciende todos los límites y dominios. En Janucá, nuestra lámpara se traslada a «el pórtico del propio hogar, del lado de afuera». En esta época, las paredes que encierran lo espiritual y excluyen lo material se quebrantan, pues el fuego del alma judía no acepta limitaciones en su relación con Di-s.
Basado en Reshimot #22
Notas:
1. Proverbios 20:27.
2. Véase Torá Or, Miketz 33c; Shaaréi Orá, Sháar HaJanucá, sobre «Ki Atá Nerí»; Igrot Kodesh, Vol. IV, pág. 228.
3. La Torá fue dada para hacer paz en el mundo (Mishné Torá, Leyes de Janucá 4:14). De modo que la vida que convierte el aceite de la Torá en una llama iluminadora es análoga a la lámpara de Shabat, cuya función es traer paz y armonía al hogar (ibíd.). El modelo de la lámpara de Shabat es también de pertinencia especial en nuestro período de la historia. La lámpara de Shabat se enciende el viernes apenas antes del anochecer, para que su luz brille en Shabat. Hoy, nosotros estamos en el cuarto final del sexto milenio de la historia, el equivalente a «la avanzada tarde del viernes» de la semana cósmica; nuestros esfuerzos encontrarán concreción en «el día que es totalmente Shabat y tranquilidad, para toda la eternidad», el séptimo milenio, que es el mesiánico «Mundo Venidero».
4. Talmud, Shabat 27b; ibíd., 20b.
5. Así, tenemos substancias y actividades permitidas (mutar, literalmente «suelto») que pueden utilizarse hacia un fin de Divinidad, y substancias y actividades prohibidas (asur, «atado»), que no pueden elevarse (véase Tania, cap. 7).
6. Véase Rashi, Levítico 14:4; Torá Or, Vaigash 43c-d.
7. Tania, Cap. 6.
8. Talmud, Sotá 5a.
9. La planta del lino posee la cualidad de unidad (Talmud, Iomá 71b; Likutéi Torá, Ajarei 28b-c); así, representa aquellos elementos «de madera» que pueden trascender su arrogancia y rigidez para revelar la unidad de Di-s.
10. Talmud, Shabat 21b.
11. Talmud, Bavá Kamá, 62b; Mishné Torá, Leyes de Daños Monetarios, 14:13; Tur y Shulján Aruj, Jóshen Mishpat 418:12.
12. Génesis 24:10.
13. Ibíd., vers. 14, 19-20.
14. Ibíd., vers. 61.
15. Ibíd., vers 64.
16. Midrash Rabá, Bereshit 60:13.
17. Habirá – una expresión usada por nuestros Sabios para referirse al mundo como creación de Di-s (comp. con Midrash Rabá, Bereshit 39:1).
18. plegaria de Al HaNisím para Janucá.
19. Véase Likutéi Sijot, Vol. XXXV, pág. 173.
20. Comp. con Mishné Torá, Leyes de Ingreso al Santuario 4:9-12.
R. M.M. Schneerson