De moscas y miel

Cuento de lectura obligatoria en la víspera de Rosh Hashaná.© 2011 Avico, cursos@halel.org
Llegó el día tan esperado por Sara. Sus gestos eran apresurados. Preparaba los ingredientes con entusiasmo. De forma ágil los disponía en fila sobre el mármol según el orden de intervención. Desde hace más de diez años, Sara cocinaba el mismo plato festivo para la cena de Rosh Hashaná. Estaba convencida de que era el mejor manjar para su esposo e hijos, aunque nunca les preguntó su opinión. En realidad, ellos estaban hartos del mismo guiso insípido, pero no lo decían. Eso sí, cada año por esas fechas, tal y como había visto hacer a su madre, Sara compraba una cacerola nueva.
En un abrir y cerrar de ojos, desfilaron y tomaron sus puestos los personajes sobre el mármol de la cocina la flamante cacerola, el aceite de oliva virgen extra, una cebolla grande rallada, dos ajos picados, pimienta, sal, una hoja de laurel, un pollo sin piel troceado, agua y una tapadera. Al finalizar, Sara se llevó la mano a la frente, estaba segura de haber incluido todos los ingredientes necesarios pero sentía que faltaba algo. Los repasó, de arriba abajo, desde la cabeza hasta la cola de la fila, sin notar ninguna ausencia. Aún así tenía una corazonada de que algo importante faltaba. Y justo entonces llamaron a la puerta. Era una vecina que se acababa de mudar a su edificio, en sus manos traía un regalo muy bien envuelto. Se lo entregó y deseó a Sara que dejara entrar en su vida a su Rey. Sara no entendió a qué se refería, ella ya tenía marido, pero para no ser descortés le dio las gracias y tomó el regalo.
De vuelta en la cocina, ocurrió lo imperceptible a los ojos de Sara. Sin romper filas, en sus puestos antes de figurar en escena, cada uno de los personajes dio la bienvenida a su compañero de al lado. Todos se conocían de años anteriores, estaban felices de reencontrarse de nuevo y ser actores principales en la celebración más alegre del año.
Sara comenzó a cocinar, se levantaba el telón y los actores estaban nerviosos. Entró en escena el fuego, desempeñaba el papel de dinim, la llama era potente y roja, con su furia característica buscó al agua por todos lados para exterminarla, el agua, el jesed, quería apagar los dinim del fuego, pero la cacerola, el kav emtsaí, se puso en medio para sacar lo mejor de ambos, o sea el calor del fuego y el hervor del agua. Seguidamente entró en escena la cebolla y se puso a llorar, todos hicieron lo mismo que ella, y le preguntaron “por qué lloras cebollita ´ayada´”, y contestó “porque soy la primera en entrar, el aceite me va a rehogar y se me ha olvidado el salvavidas”; incluso Sara derramó una lágrima sin saber porqué. El ajo, en hebreo shum -alegóricamente shum dabar-nada, tan modesto como siempre, enseguida intervino para apaciguar la situación, y calmar a la cebollita diciéndole “cuando el pollo entre pégate a él y así flotarás”. El aceite de oliva con jojmá le contestó, no te voy a quemar, solamente te daré un tono dorado para que brilles más. Por fin entró el pollo y con mucho garbo dijo: “Queridos, vine al mundo para que elevéis mi alma al lugar necesario, gracias a todos por ayudarme, recé para que me comieran con brajá y que fuera en un Shabat o un yom tov, y gané la lotería. Todo sufrimiento no es en vano. ¿Se han dado cuenta cómo me callé mientras Sara me sacaba la piel?”. En medio de su discurso, llegaron las especias, eran un grupo de voluntarios que estaban dispuestos a dar de sí todo su sabor para que el pollo se elevara. Hasta el fuego y el agua hicieron paces para poder ayudar al pobre pollo. Éste continuó confesando sus más íntimos deseos: “Desde que nací me he preguntado…, si estamos siempre metidos en el gallinero para qué necesita un pollo alas y hoy he sido agraciado con un gran regalo del cielo, saber que dentro de pocas horas podré elevarme al paraíso. ¡Qué emoción, gracias por ayudarme! Pidamos ahora juntos que bendigan con kavaná para que vuestras chispas se eleven conmigo también. Amén.
Sara seguía teniendo una sensación indescriptible, era como si en ese momento algo nuevo fuera a entrar en su vida, y eso le asustaba. Quiso cambiar el rumbo de sus pensamientos y se acordó de su nueva vecina y de su extraña bendición: ¿Qué habría querido decir con el Rey? ¿Estaría la respuesta en el obsequio que trajo?” Apresuradamente abrió el paquete, y ante sus ojos vio un hermoso tarro de miel finamente tallado con flores. Se quedó observando su pureza, su tono ámbar tan brillante, su espesor sinuoso y decidió abrirlo. Un aroma delicioso brotó del tarro y penetró hasta el corazón de Sara. Sin esperar un segundo, tomó una cuchara grande y delicadamente vertió el dulce líquido sobre el pollo.
Al ver a un actor nuevo que nunca había participado anteriormente, todos los personajes se enfurecieron, y un temor desproporcionado comenzó a invadir el seno de la cacerola. Al unísono todos gritaron: “Tapadera, tapadera, corre, tapa la cazuela para que no entre esa cosa pegajosa”. La tapadera no hizo caso, argumentando que nadie se había acordado de ella y ahora interesadamente la llamaban como desesperados. El enojo de todos crecía. Sara sin saber qué estaba pasando, vertió otra cucharada de miel.
La revuelta en la cacerola creció y la miel se apartó a un rincón. De pronto un zumbido en el aire se oyó y aparecieron tres moscas, tres pesadas zevuvim, “ze veze veze veze”, en hebreo quiere decir cada uno para sí mismo, fueron a parar directamente al interior de la cacerola. La discordia reinó por completo en el lugar. Y las moscas estaban disfrutando de tanta confusión, y se decían una a otra: “Cuanta más separación haya entre ellos más provecho sacaremos”. El pollo comenzó a decir selijot, pues con moscas dentro era imposible que nadie comiera el guiso. Silenciosamente, la miel tan íntegra y sabia por su infinita dulzura, cubrió a las moscas en su manto y las trasformó en miel. La miel tiene el poder que todo lo que entra en ella, con el paso del tiempo, se acaba convirtiendo en miel. Alegóricamente la miel representa el trabajo interior que puede llevar años a la persona. Todos estaban conmocionados por la heroica intervención de la miel, y vieron así que lo que en un principio les parecía negativo, fue la solución al final.
Cuando el guiso estaba listo, Sara inmediatamente entendió el mensaje de su nueva vecina. Ese Rey que debía dejar entrar en su vida, era precisamente estar dispuesta a recibir lo nuevo, lo inédito, lo no conocido aún. HaShem nos quiere dar lo mejor y para eso tenemos que saber activar, el reshut donde están los kelim que tenemos que unir a la kedushá. La novedad, como la miel, es rechazada al principio por los personajes del guiso de Sara, incluso ella la rechaza; nadie quiere recibirla, piensan que va en detrimento de sus vidas y todo porque no la conocen, hasta que ven que la dulzura diluye toda guerra, unifica y eleva al nivel de Gan Eden.
Esa noche inolvidable de Rosh Hashaná, Sara dispuso sobre la mesa su gran guiso especial junto a todos los manjares hechos con miel. Su familia obtuvo el deleite más sublime, ella junto a su marido y sus hijos elevaron las bendiciones hasta el mismísimo Kisé Hakavod-Trono de Gloria.
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