De Katmandú a Jerusalem

Susan Keselenko Coll es una escritora de Nueva Delhi.
Mientras los turistas serpentean por las filas de inmigración en el aeropuerto Tribhuván de Katmandú, Jaim Alevsky se dirige hacia el mostrador de aduana para comenzar la formidable tarea de obtener su maleta, llena de pollo deshidratado kasher profundamente congelado, pasando delante de los confundidos funcionarios Nepaleses.
En sus tradicionales ropas negras y blancas, sombrero de ala ancha y oscura barba, el aspecto jasídico del estudiante rabínico parece incoherente portando un decididamente menos tradicional accesorio ?? una guitarra eléctrica.
Después de un «toque» inicial en la aduana, prosigue para ubicar el resto de su «equipaje»: un flete aéreo por valor de 5,200 dólares conteniendo cajas de vino kasher, matzot, guefilte fish y cuchillería. Estos serán utilizados en un Seder de Pesaj en este minúsculo reino hindú sin población nativa judía alguna.
Nepal ha sido desde hace mucho un imán para jóvenes israelíes que vienen a refrescarse en las montañas o a frecuentar los cafés de la ciudad y sus bazares luego de sus obligatorias restricciones militares.
Este año, muchos organizaron sus viajes de manera tal que coincidieran con la celebración anual del Seder en la ciudad, solventada y organizada por Jabad-Lubavitch, la organización jasídica con sede central en Nueva York conocida por sus programas educativos y caritativos.
Hace tres años, a pedido del embajador israelí, Jabad-Lubavitch comenzó a organizar Seders en Katmandú, tal como lo hace en otras localidades remotas. Cientos de jóvenes se vieron atraídos al festejo del Seder conducido por Alevsky por relatos del evento del año pasado, que se ha vuelto algo así como una leyenda porque coincidió con la declaración de democracia del lugar siguiendo a demostraciones masivas.
«Los nepaleses, después de la revolución, celebraban con israelíes borrachos», rememora Alevsky. «Rompieron mesas bailando y cantando».
Un Pesaj exótico es apenas una de las atracciones de Katmandú, donde los turistas pueden beber té de hierbas, escuchar música folk de los años ’60, observar el Himalaya y comprar hashish (ilegalmente) de vendedores nepaleses clandestinos.
Aquellos nostálgicos de delicias israelíes encuentran refugio en el Café Pumpernickel, ubicado en un congestionado y estrecho carril del ruidoso barrio de Thamel. El inconspicuo café se ha vuelto reducto de los israelíes que viene para comer sufganiot rellenas de jalea y leer los avisos del tablero de anuncios, frecuentemente en hebreo, anunciando todo, desde el Seder de Alevsky hasta la búsqueda de compañeros de trekking o inspiración espiritual.
Norbu Tsering, su propietario tibetano, está encantado y un poco aturdido por la popularidad del Café Pumpernickel, que comenzó hace nueve años como una pequeña panadería.
«Algunos israelíes vinieron al negocio cuando abrimos», explica, «y preguntaron si sabíamos cómo hacer sufganiot», una delicia popular israelí. Norbu dejó que los turistas enseñaran a su personal a preparar las sufganiot, y el rumor acerca de la panadería se difundió. (Ahora aparece en las guías de turismo israelí). Preparar los bocadillos no fue el único regalo legado por los turistas israelíes; la mayoría de sus camareros nepaleses ahora hablan hebreo.
Norbu fue útil para lograr el éxito del Seder del año pasado, prestando su cocina como cuartel general para preparar la comida mientras la ciudad estaba bajo toque de queda durante las a veces violentas demostraciones pro-democráticas. El suceso se vio amenazado por la inquietud política y la incesante lluvia, cuenta Alevsky, y más de una vez los organizadores se vieron forzados por los soldados nepaleses a apartarse del camino a punta de pistola. Muchos israelíes huyeron a las montañas.
Pero Alevsky tuvo una idea.
«Encontramos la única máquina del pueblo, y enviamos un fax al Rebe diciendo que teníamos un problema con la lluvia y la inquietud civil», dice, refiriéndose al Lubavitcher Rebe, Rabí Menajem Mendel Schneerson, acreditado con actos tales como sanar enfermos y predecir con precisión el fin de la Guerra del Golfo. Horas después, explica Alevsky, el monarca absoluto de Nepal, Rey Birendra, declaró la democracia. «No estoy haciendo una conexión directa», se ríe. «pero es interesante».
El Seder de este año atrajo a más de 900 personas, más de las 700 del año pasado, e incluyó a los embajadores de Israel y los Estados Unidos. La celebración, de cinco horas y media de duración, incluyó una lectura de la historia del éxodo judío, una comida ritual, y docenas de canciones judías tradicionales y populares. Típico entre los de la audiencia era el caso de Guy Farji, un israelí que vino a Katmandú en busca de `algo diferente’ luego de oír de la celebración en una playa de Tai.
Alevsky, nacido en Nueva York, quien también ha organizado Seders en Japón y Tasmania, dice que disfruta particularmente de su misión en Katmandú. Aquí puede pasarse sus días repartiendo volantes, y sus noches con su guitarra encima del tejado del hotel con israelíes que lo saludan con gozosos alaridos de «¡Rabí!»
Cuando se le pregunta si se siente conspicuo deambulando en su atuendo tradicional por las calles de Katmandú, Alevsky se encoge de hombros. Los nepaleses lo tratan como a cualquier otro, dice, tratan de venderle souvenirs.
(extraído de Jabad Magazine, www.jabad.org.ar)
Susan Keselenko Coll