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De inspiración a compromiso (Pesaj)

Pesaj ha tenido siempre un lugar de aprecio para el pueblo judío, sin tener en cuenta su afiliación o nivel de observancia personal. Consideramos esta festividad, más que cualquier otra, como simbólica de toda la cultura judía. Y es comprensible que fuera así: es la celebración de nuestra primera redención y de nuestros preparativos para asumir totalmente, por vez primera, nuestra identidad judía. Más que eso, es paralelo de la condición perpetua de nuestro pueblo: siempre anhelando la Redención, siempre precisando afirmar y reafirmar nuestra identidad judía.

A los judíos del Exodo que estaban en la transición de la esclavitud a la libertad, de Egipto a la Tierra de Israel, su identidad podría haberles parecido más bien oscura, con más necesidad de definición que de afirmación. Mientras ya no precisaban más esquivar el látigo, la condición de «hombres libres» los dejó con una identidad amorfa, determinada por lo que ya no eran, esclavos, en lugar de serlo por lo que habían llegado a ser. Eran judíos, pero de algún modo su identidad en la esclavitud, aunque miserable, era inequívoca, mientras que su condición judía ahora era hasta intangible. Esa condición judía se volvería más significativa sólo después de la Revelación Divina en Sinaí. Allí ellos descubrirían la esencia de la elección puesta en ellos. Pero eso no iba a suceder sino dentro de otros 49 días.

Aunque el Exodo mismo fue una revelación tan grande que, como decimos en la Hagadá, «Di-s Mismo (no un ángel ni un mensajero) redimió a los judíos del cautiverio», y de la Partición del Mar se ha dicho que «hasta un sirviente fue testigo, en la Partición del Mar, de lo que ni el profeta Ezekiel mereció ver» (Mejilta), con todo, la revelación máxima, aquella que sellaría nuestra identidad, tendría lugar sólo en Sinaí. ¿Por qué?

En el momento del Exodo, los judíos, habiendo sido recién quitados sus grilletes, seguían envueltos en más de dos siglos de cultura egipcia. Sin preparación ni receptividad para lo espiritual, la realidad de la presencia de Di-s en el éxodo no penetró sus conciencias. Pero anticipando la próxima revelación en Sinaí, los judíos comenzaron una cuenta regresiva de 49 días.

Estos 49 días no fueron un período de espera pasiva, aguardando que algo les pasara como objetos de un suceso. Más bien, fue un tiempo de crecimiento intensivo, un período de movimiento desde la deprimida –espiritualmente– condición de esclavos liberados que marchan en dirección al cenit de la santidad donde se convertirían en participantes en el evento en Sinaí.

Para conmemorar esto, también nosotros contamos sefirá cada año desde la segunda noche de Pesaj hasta Shavuot. La sefirá representa las más profundas maneras con que se espera de nosotros que incorporemos nuestra condición judía en nuestro ser íntimo.
Uno de los más difíciles desafíos del individuo es crear una armonía entre intelecto/conocimiento, sentimientos y conducta, los componentes psicológicos básicos del ser humano, de modo que cada uno esté en sincronía con el otro y que exista una saludable simbiosis entre ellos. Idealmente, el intelecto debería traducirse en ciertos sentimientos, y estos sentimientos deberían formar nuestro comportamiento.

Para los judíos del Exodo, los 49 días fueron un tiempo para absorber, en 49 etapas progresivas, la revelación del Exodo, de modo que se convierta en una honda y significativa realidad personal.
Cada uno de los días de la sefirá corresponde a una de siete cualidades de emoción/comportamiento, las midot. Estas están ordenadas en una jerarquía específica en la filosofía jasídica. Y cada una de estas siete tiene dentro de sí a todas las siete, formando 49 combinaciones diferentes de midot. Para tomar un ejemplo de la cualidad de jésed o bondad, podemos emplear el segundo día de la sefirá, correspondiendo a guevurá shebejésed, bondad templada por la restricción.

En términos judíos, guevurá shebejésed significa que la observancia de las mitzvot por amor debe a veces ser moderada por guevurá, por un sentido de obligación. Aquellos de nosotros que estamos naturalmente predispuestos a observar la Torá por amor no debemos descuidar el desarrollo de un sentido de obligación. Viceversa, aquellos de nosotros que estamos inspirados por un sentimiento de temor a Di-s, debemos llevar esa inspiración a los sentimientos de regocijo, o amor. Y así cada día de la sefirá se concentra en midot y combinaciones diferentes de estas cualidades de modo que la inspiración penetre hondamente dentro de la personalidad judía.

Al día 50, las judíos habían así asimilado totalmente las emanaciones Divinas del Exodo, y habían ascendido al pináculo de la santidad. Ahora se volverían socios de un pacto histórico con Di-s. Y la naturaleza de esta revelación, a diferencia de la del Exodo, estaba encaminada hacia un fin práctico. Dar la Torá.
Tres milenios luego, cuando contamos la sefirá, también nosotros debemos canalizar nuestra inspiración judía de manera que no sea meramente superficial. De otro modo podríamos encontrarnos inadvertidamente imitando al ladrón que implora a Di-s que le ayude en el robo que está por consumar. Intelectualmente, éste sabe de la existencia de Di-s. Pero este conocimiento no se ha conectado con él de una manera personal.

Para ser genuinos a nuestro judaísmo, toda inspiración, intelectual y espiritual, debe en definitiva traducirse en compromisos prácticos. Contando los días de sefirá, como nuestros antepasados antes de nosotros, nos esforzamos en avanzar hacia una identidad plenamente consciente.

(extraído de Jabad Magazine, www.jabad.org.ar)

 

Baila Olidort

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