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Cuidado con los hipócritas

Un hombre anciano y muy rico estaba por morir, y llamó a su hijo único para darle su último consejo:
«Te dejo toda mi riqueza para que la disfrutes. Sólo te pido que te cuides de los hipócritas, porque éstos te pueden hacen perder todo lo que tienes».
«¿Y cómo puedo saber quién es hipócrita?», preguntó el hijo.
«Lo vas a notar cuando veas a alguien que se conduce de manera totalmente contradictoria. En unos casos será, por ejemplo muy complaciente, y en otros, muy estrictos».

Estas palabras quedaron grabadas en la mente del joven, que fue lo último que escuchó de su padre.
Después del fallecimiento, se casó con una muchacha huérfana y pobre, en quien no vio malas intenciones ni interés material. Pero el tiempo lo hizo sospechar: Ella se conducía a veces con demasiado recato, tan es así que no salía a la calle «para que no la vea la gente» (así decía), y por otro lado tenía actitudes por demás llamativas con algunos hombres. Se acordó de lo que le dijo su padre, y puso en marcha un plan para salirse de dudas.

«Me voy de viaje», le dijo a su esposa con un atado de ropas en la mano. «Creo que voy a estar afuera de la ciudad unos cuantos días».
«¡Oh, querido esposo, te voy a extrañar mucho! Sólo quiero que me avises cuando vas a regresar».
«No lo sé. Ya te dije: unos cuantos días».
«Eso significa que hoy, mañana y pasado, no vas a estar».
Al joven le pareció que a ella le brillaban los ojos.
«No. Seguro que no voy a estar por aquí», dicho lo cual se retiró.

Podía sentir la mirada de su esposa en sus espaldas cuando caminaba por la calle. Pero no se alejó mucho de allí. Se detuvo unas horas en determinado lugar, y por la noche regresó a su casa. Al entrar, se encontró con la anunciada sorpresa de que su esposa estaba con otro hombre.
Lejos de mostrarse arrepentida o avergonzada, le dio un revólver al hombre extraño, y le pidió que disparara en contra de su marido. Entre la vacilación y la demora, salió una bala que no dio en el blanco, lo que le permitió al joven escaparse de su propia casa para salvar su vida.

«¡Qué ciertas fueron las palabras de mi padre…!», pensaba mientras huía. «Las personas que exageran en sus actitudes y se muestran diametralmente
opuestas, están manifestando la hipocresía que ocultan».
Tenía que ir con el gobernador de la ciudad para denunciarla. Y seguro que la iba a castigar, porque el adulterio se condenaba muy duramente en aquellos tiempos. Pero era muy tarde, y decidió que sería mejor ir lo más temprano por la mañana , por lo que se vio obligado a dormir a la intemperie.
No llegó a conciliar totalmente el sueño, cuando fue despertado violentamente.
«¡A ver! ¿Qué haces tú aquí a estas horas?», le dijeron unos soldados.
«Es una larga historia», alcanzó a decir mientras se despabilaba.
«Sin embargo, nosotros creemos que es una muy corta historia, y te vamos detener por sospechoso».
«¿Sospechoso de qué?».
«¡No te hagas el desentendido! ¡Te llevaremos ahora mismo con el gobernador!».
¡El gobernador! ¡Quería entrevistarme con él mañana en la mañana, y ahora o veré a la medianoche!», pensó.
«¡Señor gobernador!», le dijeron los soldados, «Encontramos a este hombre durmiendo en la calle. ¿Qué piensa usted?».
«¡Oh, claro, claro!», dijo el gobernador como reaccionando. éste es el culpable del asesinato del hijo del rey».
El joven no podía creer lo que escuchaba.
«¿Asesinato? ¿Hijo del rey? Pero si yo…».
«¡Cállate tú, criminal!» el gobernador se volteó y dijo: «¡Soldados! ¡Ahora mismo lo llevaremos a ejecutar!».
De nada sirvieron los gritos y las súplicas del joven. Al tiempo que lo llevaban a las rastras al lugar donde iba a ser colgado, le dijo a un soldado que se veía un poco más compasivo que los demás:
«¿Me puedes decir qué esta pasando?»
«Ayer secuestraron al hijo del rey, y después de que pagaron el rescate, encontraron su cadáver frente al palacio», le respondió aquel soldado en voz baja.
En eso, se escuchó un grito del gobernador: «¡Alto! ¡No sigan caminando!». Los soldados querían saber a qué se debía la orden, y el gobernador les explicó:
«Es que estábamos por pisar un hormiguero. ¡Pobres criaturas! ¿Cómo podíamos hacerle daño? ¡Vamos a desviarnos, y seguiremos por otro lado».
En ese instante, al joven se le ocurrió una idea: «¡Un momento! Ustedes sospechan de mí que he matado al hijo del rey, y por eso me van a ajusticiar. ¿Pero por qué no me piden el dinero del recate?».
«¡No… No tenemos tiempo para eso!», exclamó nervioso el gobernador,
«Terminemos con esto y matemos a este asesino».
«Señor»… Dijo aquel soldado complaciente, «El reo tiene razón. Lo vamos a colgar, pero antes recuperemos el dinero del rey».
Los demás soldados no tuvieron más que admitir y le dijeron al joven:
«Bueno. ¡Entréganos el dinero ahora mismo!».
«¡Se lo quiero entregar personalmente al rey!», respondió.

Volvieron todos sobre sus pasos, y se dirigieron al palacio. Entretanto, al gobernador se lo veía entre intrigado y preocupado.
Una vez frente al rey, el joven dijo:
«Su majestad: Quiero entregarle el dinero del rescate antes de que me maten».
«¿Y dónde lo tienes?», preguntó el rey.
«¡Está en la casa del gobernador!» dijo el joven, ante el asombro de todos. El gobernador se puso blanco.
«¡Pe… Pero cómo se atreve! ¡Este hombre está loco! ¡No sabe lo que dice! ¿Cómo le van a creer a un asesino?» decía.
«¡Sí, sí! ¡Es verdad! ¡Registren toda la casa del gobernador, y allí encontrarán el dinero del rescate…!», aseguraba el joven.
El rey vio que algo andaba mal en todo esto, y mandó a sus soldados inmediatamente a la casa del gobernador.

Mientras el joven le contó al rey todo lo que le había pasado en su casa, y la razón por la que estaba durmiendo en la calle.
«Soy inocente, su majestad. Ni secuestré ni maté a su hijo. El que lo hizo fue el gobernador».
En ese instante, entran los soldados con la bolsa de dinero en sus manos Efectivamente, la habían encontrado en la casa del gobernador, junto con todas las evidencias de que también el asesinato del hijo del rey también él
lo había cometido.
«Dime hijo: ¿Cómo te diste cuenta que el gobernador estaba mintiendo, y que era él el culpable de todo?», le preguntó el rey al joven.
«Me lo enseñó mi padre», respondió. «Descubrí que el gobernador era un hipócrita cuando vi que por un lado, no tenía límites de crueldad al querer ahorcarme sin juicio y con la única sospecha de haberme encontrado durmiendo en la calle. Y por el otro lado, se detuvo para no pisar unas insignificantes hormigas. ésta era sin duda una clara señal de que una siniestra personalidad se escondía detrás de una imagen piadosa».

El gobernador fue condenado. La mujer y el adúltero fueron severamente castigados, y el joven pasó a formar parte de la corte del rey.

Extraído de Osar Hamaasiot

(Gentileza Revista semanal Or Torah, Suscribirse en: ortorah@ciudad.com.ar )

1 comentario
  1. Jose alfonso h

    EXCELENTE INSTRUCCIÓN, Y GUÍA PARA RECONOCER A LOS HIPÓCRITAS.
    BENDICIONES.

    08/06/2020 a las 14:05

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