Contemplación de la Divinidad
La Torá aborda directamente el tema de la autoestima. «No se gloríe el sabio en su sabiduría, ni se gloríe el poderoso en su poder, ni se gloríe el rico en su riqueza; mas el que se gloría, gloríese en esto: en que Me entiende y Me conoce a Mí, que Yo soy el Señor que hago misericordia, juicio y justicia en la Tierra; porque en estas cosas me complazco, dice el Señor» (Irmiahu IX, 22-23).
El profeta afirma que uno puede lograr la autoestima por medio de la búsqueda del conocimiento de D-s. Esto concuerda con la definición de sabiduría que da la Torá, porque la característica de lograr el conocimiento de D-s es tal, que uno nunca puede decir «Yo sé», sino solo «puedo tratar de saber». Como hemos señalado, la primera afirmación es gaavá, y la segunda, autoestima.
Aunque el conocimiento último de D-s es evasivo, el solo hecho de adquirir el conocimiento que está a nuestro alcance es, de por sí, meritorio. Un discípulo del Baal Shem Tov se lamentó, cierta vez, de su frustración en la búsqueda de D-s. Le parecía que en lugar de avanzar había retrocedido, puesto que cuanto más duramente se esforzaba, más distante se le figuraba estar de la meta.
El Baal Shem Tov lo tranquilizó. «Piensa -le dijo- en un padre que le enseña a su hijo a caminar. El espera hasta que su niño haya desarrollado la fuerza muscular y equilibrio necesarios para permanecer de pie. Colocándose cerca de su hijito extiende sus manos hasta unos cuantos centímetros de él y lo llama con señas. Aunque el hijito pueda ser aprensivo respecto a caminar, el hecho de ver a su padre tan cerca le da el coraje necesario para arriesgar el primer paso.
Tan pronto como ha dado este primer paso, el padre retrocede un poco y llama nuevamente al niñito. Habiendo dominado exitosamente el primer pasito sin fallar y viendo que el padre sigue permaneciendo muy cerca, el hijito tiene el coraje necesario para aventurarse a dar otro paso o dos. El padre retrocede otro poco y esta actitud continúa con retrocesos cada vez mayores hasta que el niño aprende a caminar libremente.
Si fuésemos colocados en la posición de ese niño – prosiguió el Baal Shem Tov- veríamos que es sumamente frustrante. Se arma de coraje y hace el esfuerzo para alcanzar a su padre solo para encontrarse con que éste retrocede progresivamente a una distancia cada vez mayor».
Tenemos aquí dos objetivos distintos. El del niño es alcanzar a su padre, pero éste tiene otro propósito. Su meta es, antes bien, enseñarle a caminar a su hijo y esto exige su retroceso progresivo.
El progenitor también querría abrazar a su hijito querido, pero si lo hiciera echaría a perder, por cierto, su proceso de aprendizaje.
«Como ves», le dijo el Baal Shem Tov a su discípulo, «tu meta es alcanzar a D-s, pero El tiene otro objetivo: desea que aprendas a buscarlo y efectúes los cambios necesarios en tu personalidad a fin de que seas capaz de crecer en espiritualidad, lo que te hará acercarte a El. Si te permitiese alcanzarlo ya, entonces se acabaría tu crecimiento».
¿Cómo logra una persona conocer a D-s? El profeta prosigue diciendo: «Me conoce a Mí, que Yo soy el Señor, que hago misericordia, juicio y justicia». El Talmud trata este concepto al explicar el versículo: «Y Lo emularás» (Shemot XV, 2). «¿Cómo puede un ser humano finito emular al D-s infinito?», pregunta el Talmud. Y a renglón seguido responde: «Identificándose con los atributos divinos. Así como D-s es misericordioso, así debe serlo el hombre. Tal como D-s es bondadoso, así debe serio el hombre. Y así como D-s perdona a los que pecan contra El, así deberá el hombre perdonar a aquéllos que lo ofendan» (tratado Shabat CXXXIIIb). De esta manera, dice el Talmud, el hombre puede ser como D-s.
¡Ser como D-s! Estas fueron, exactamente, las palabras de la serpiente al tentar al hombre para que comiera del árbol del conocimiento en el Jardín del Edén (Bereishit III, 5). «Porque sabe D-s», dijo la serpiente, «que en el día que comiéreis de él… seréis como D-s». RASHI comenta que la serpiente los tentó queriendo significar que «serás tan poderoso como D-s y también serás capaz de crear mundos».
Aquí encontramos, magistralmente expuesta, la diferencia entre la verdadera autoestima y la vanidad. El hombre es consciente, intuitivamente, de su singularidad y tiende hacia una identidad a fin de lograr el objetivo para el cual ha sido creado: convertirse en un ser a imagen de D-s (Bereishit I, 27). La Torá le indica al hombre que puede alcanzar esa identidad con D-s emulando los atributos divinos de misericordia, bondad, compasión, paciencia y perdón, por medio de los cuales puede desarrollar su carácter hasta el punto de lograr dominarse a sí mismo. La serpiente incita al hombre a emular a D-s obteniendo poder para así lograr el dominio sobre los demás. El acercamiento a la Torá genera una auténtica autoestima a medida que el hombre alcanza el dominio sobre sí mismo, mientras que la actitud secular origina una falsa autoestima al ejercerse el poder sobre los demás. Como es bien sabido por todos nosotros, el hombre terminó sucumbiendo a la seducción de la serpiente. El conocimiento que obtuvo le brindó, por cierto, un poder enorme, hasta el punto de que vive, actualmente, en constante estado de ansiedad, puesto que con sólo apretar un botón puede aniquilar a toda la humanidad.
«Mas el que se gloría, gloríese en esto: en que Me entiende y Me conoce a Mí… que hago misericordia, juicio y justicia…» (Irmiahu IX, 23). Contrariamente a lo que muchos creen, el conocimiento de D-s y la identificación con El se pueden lograr sin practicar el ascetismo ni sumiéndose en un estado místico-metafísico meditativo. Uno puede conocer a D-s y ser «como D-s» en el mundo real actuando con justicia y bondad, porque éste es el deseo divino.
Dr. A. Twerski