Confiar en Hashem
Extraido del libro Cultivar Rosas entre espinas
Confiar en los padres es un paso previo a confiar en Hashem. Como ya comentamos antes, el Rab Itzjak Hutner, zt»l, dijo que la palabra , madre, se traduce como «el primero en quien confié». El Rab Hutner continúa diciendo que la letra nun
que extiende la palabra
formando
conforma la raíz misma de la palabra emuná,
y se traduce como: «al madurar fui capaz de elevar la confianza que originariamente tuve hacia mi madre, para que incluyera a Hashem y al magnífico mundo espiritual»
éste es un pensamiento muy importante. Si deseamos impartirles a nuestros hijos la alegría de la confianza en Hashem, en primer lugar debemos ejemplificar en nosotros mismos esa confianza. Ante los ojos de nuestros hijos, los padres son un paradigma de D’os mismo.
Cuando Moshé Rabeinu fue a encontrarse con el Faraón y declaró: Beni bejorí Israel, «¡Israel es mi primogénito!», estaba realizando una declaración trascendental. Nunca antes en la historia un ser humano había tenido la audacia de declarar una relación de padre-hijo con Hashem. Nunca antes un ser humano se había atrevido a pensar en comer de un sacrificio que hubiese llevado ante D’os, sin importar cuánto D’os lo amara.
Todos los grandes hombres de la antigüedad, desde el primer hombre, Adam, y hasta los patriarcas, ofrecieron sacrificios olá a Hashem y los quemaron completamente en el altar, sin dejar ni siquiera una pizca para los seres humanos que con tanta devoción lo habían llevado ante Hashem. Ahora algo estaba por cambiar. El pueblo judío fue designado como el hijo de D’os, y como tal podría compartir el korbán Pesaj. ésa era una ofrenda que ellos Le hacían a su Padre.
Una de las cosas que cambió con el éxodo fue que ahora se esperaba que el pueblo judío confiara en Hashem. Las lecciones del éxodo y del año repleto de milagros que lo precedió tenían como propósito crear un sentimiento de cercanía con Hashem para que el pueblo judío confiara en él y siguiera una serie de preceptos que para la mente humana podía parecer irracional. Hasta entonces se esperaba que ellos, al igual que el resto de las naciones, usaran su intelecto para vivir como era debido.
Por ejemplo, el Shabat, la celebración de la Creación, era una festividad que le pertenecía a toda la humanidad, y sin embargo le fue otorgada al pueblo judío en recuerdo al éxodo. El Meshej Jojmá dice que esto se debe a que sólo del pueblo judío se puede esperar hacer lo irracional (y en consecuencia también se le puede ordenar hacerlo): observar un día de descanso, cerrar sus negocios, dejar sus campos y confiar en la generosidad y en la benevolencia de Hashem. Sólo ellos aprendieron las lecciones del éxodo, y por ello pudieron ser coronados con el título de «hijos», con todos los derechos y obligaciones que esto conlleva.
Rab Noaj Orlowek