Confesiones de un marrano de Hollywood

Hace varios años, llegué por un rodaje cinematográfico a Carolina del Norte. Cuando me establecí en mi oficina, golpearon la puerta y al abrir me encontré con un hombre joven, melenudo, tatuado, agresivo que se presentó como McCluskie. «Oí que usted tiene una dieta especial,» dijo.
«Sí,» dije, preguntándome qué le importaba todo esto. Me ofreció su mano.
«Estoy a cargo de la comida» se presentó
En silencio, todo lo que pude hacer fue tomar su mano y pensar: » Esto va a ser bueno…» Observo la dieta judía del Cashrut y aunque él había oído el término, dijo que no estaba familiarizado con sus detalles y me invitó a su camión de abastecimiento para que pudiera mostrarle lo que podía y no podía comer. En el camión, sacó un block de notas y garabateó unas notas mientras yo repasaba su inventario, mostrándole los símbolos de certificación, explicándole mis necesidades en cuanto a la preparación de alimentos. No dijo mucho ese día, sin embargo, registré su sorpresa al comprobar que prácticamente más de las dos-terceras partes de los productos que usaba regularmente eran casher sin siquiera saberlo.
Después de unos días se me acercó en el set de filmación y me preguntó si podíamos hablar. Caminamos hacia un costado, y cuando nos sentamos fuera de su camión, me preparé para lo que yo estaba seguro iba a ser un agravio sobre las dificultades del Cashrut.
«¿Cuál es la diferencia» empezó McCluskie «entre los símbolos de Cashrut O-U y O-K?»
Me sorprendí por la pregunta, y expliqué lo que sabía sobre las dos agencias de supervisión. McCluskie escuchó atentamente, para luego continuar con una batería de otras preguntas. Me arrepentí por mi opinión inicial acerca de él. Tenía una mente perspicaz y reflexiva, y hablamos mucho durante el siguiente mes, nuestras conversaciones emigraron del cashrut a los pensamientos más generales de Judaísmo…
McCluskie me enseñó mucho. Como escritor que trabaja en forma solitaria, las complicaciones de cuidar las mitzvot no crean generalmente problemas hasta que el proyecto entra en la producción. Mientras uno escribe, sus horas le pertenecen y nadie controla o incluso tiene que saber qué días trabajó, con tal de que la historia resulte como ha sido pedida.
La ardiente esperanza durante este tiempo es que el proyecto entre en la producción (raramente se garantiza), pero cuando la «luz verde» llega finalmente, trae consigo nuevas -y a menudo desalentadoras- condiciones de trabajo. El escritor ya no se sienta exclusivamente en un cuarto con una computadora. Sino que interactúa constantemente con el director, productores, el personal de sostén, vestuaristas y muchas personas más, que son necesarias para hacer una película, quienes normalmente trabajan largas horas, siete días por semana para que el film se realice. Guste o no, como judío observante, el escritor se sentirá «distinto»
Mi propia experiencia, y la experiencia de la mayoría de mis colegas, consistió en posponer esta exposición inevitable lo más posible, gestando algo así como un tipo de Marrano de Hollywood: el Tzitzit bajo la camiseta, recitar las bendiciones cubierto por un gorro de béisbol, y desapariciones misteriosas para rezar Minjá (la Plegaria vespertina). La industria del cine es lo suficientemente competitiva como para ofrecer motivos extra al arsenal de rechazos potenciales. «Nos gusta, pero no puede trabajar los sábados» no son las palabras que quieres que tu agente escuche.
En mi primera película ordenada para producción, fui convocado a Vancouver- Canadá- durante los días intermedios de Sucot. Un largo juego de revisiones me ayudó a valerme de astucias los dos días finales de Iom Tov (trabajé contra el reloj tanto antes como después) pero el primer viernes, el rodaje iba a tener lugar en una barcaza ubicada en un paraje remoto en la costa, a una hora de la ciudad. El clima era terrible- las escenas de agua siempre son difíciles- y el director dijo que me necesitaba categóricamente allí para las revisiones de la escritura. La filmación no acabaría hasta una hora después del horario del encendido de las velas y yo sabía de que el único transporte que volvía a la ciudad pertenecía al jefe de la tripulación.
Era mi primer película y hasta ahora todo había salido magníficamente. No quería arruinar todo, por ello evité el problema hasta el último momento posible. A las 5:00 de la mañana del viernes, cuando subíamos toda la carga al autobús para salir hacia nuestro destino, dije a uno de los productores judíos lo más serenamente como pude: «¿En qué consistirá hoy el trabajo? Necesito regresar para Shabat…»
Me sentí sorprendido por el apoyo que me dio, e incluso más, a las dos de la tarde cuando, una hora antes de lo que esperaba retirarme, el productor empezó a hacer señas para sacarme fuera de la barcaza y así regresar a la ciudad a tiempo para el encendido de las velas. No puedo decir que mostró el mismo interés en el Judaísmo que McCluskie, pero se intrigó por el hecho de que alguien- al igual que su abuelo- observara el Shabat…
Dentro de la comunidad judía, existen percepciones equivocadas con respecto a la industria del entretenimiento. Una es que la industria en general (y la televisión en particular) tiene un propósito dedicado a promover valores que son anti-Torá. Cuando estaba en la escuela de Cine en medio de los 1980, el entonces gerente de programación de una de las cadenas de televisión, fue invitado a disertar ante nosotros. Sus primeras palabras fueron: «No quiero que se equivoquen. La televisión comercial», dijo, «está para llenar los espacios en blanco entre los anuncios para que los espectadores se queden y miren dichos anuncios.»
Como cualquier otro negocio, la televisión no tiene ninguna agenda que no sea la de ganar dinero. Opera basándose en el principio básico de oferta y demanda, y las cadenas de televisión y anunciantes tienen mecanismos sumamente sofisticados que supervisan, con exactitud aterradora, qué es lo que los espectadores quieren, cada media hora, todos los días. En esa instancia, es que la determinación incluye mucha violencia, sexo y humor grueso. El próximo año- si por algún milagro- se encuentra atractivo incluir dramatizaciones del Talmud, créanme, eso será lo que veremos.
A menudo se pregunta a los judíos que trabajan en la industria de los medios por qué no pueden hacer algo para mejorar las historias, para que sean más estimulantes y se conlleven con los valores de Torá. La realidad actual simplemente es, que el público para ello es limitado. El problema está en el fin de la demanda, no en el suministro. Debemos preguntarnos si nosotros, quién orgullosamente y públicamente (y fácilmente) nos libramos de la oferta, no estamos volviéndole las espaldas a las responsabilidades más difíciles con el demandante. Si los judíos harían su trabajo eficazmente como la «Luz entre las Naciones» como se espera que seamos, entonces es axiomático que podríamos esperar el mar de cambios que nos gustaría ver en la demanda de la programación…
(extraído de Jabad Magazine, www.jabad.org.ar).