Investigando
Sobre la Ciencia y sus Teorías, y la Religión
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Ciencia y Religión

Existe un error muy difundido respecto a que el antagonismo entre ciencia y religión es el resultado del asombrosamente rápido avance de la ciencia en el siglo XX. Los hechos demuestran otra cosa.

Desde los albores de la historia el hombre ha formulado la exposición razonada de la Creación a través de dos filosofías esencialmente opuestas. Por un lado tenemos la visión espiritual, que propone un mundo creado por D-s y dirigido por Su Providencia – un mundo con propósitos y responsabilidad. Por el otro existe una visión naturalista que sostiene que solo el azar y la casualidad desempeñan un papel en la realidad, y niega la existencia de factores espirituales que no pueden ser analizados o medidos físicamente. La filosofía material considera que toda existencia y acción es regida por una ley natural, eterna, sin rastros de un plan o propósito intencional. La «naturaleza» se transforma casi en un equivalente de «ley», una necesidad abstracta y trascendental que no tiene principio ni fin, pero que ocupa todo el universo existente. Parece obvio que el hombre nunca podrá probar o refutar la validez de este punto de vista. Eso está actualmente fuera del alcance de la ciencia y, sin embargo, constituye la base sobre la que ella se fundamenta!

Cuando hablamos de una contradicción entre ciencia y Torá, nos referimos al hecho de que la información que nos da esta última se contradice con la científica respecto al mismo fenómeno. La creencia de que la ciencia es diametralmente opuesta a la religión se origina en la suposición de que las conclusiones científicas son objetiva y totalmente válidas. Nuestras Escrituras contienen varias categorías de proposiciones. Restringiremos este tema a los enunciados referentes a la realidad física que, de acuerdo a la tradición, deben ser entendidas, por un lado, literalmente y, por el otro, como una comunicación divina. Los consideramos verdaderos aún cuando parecen estar en desacuerdo con nuestra experiencia y no los podemos entender. Nuestro propósito es, pues, investigar la validez de la ciencia.

A veces se sostiene que en una era de ciencia y tecnología la Torá es como un órgano atrofiado – un resto de las generaciones pretéritas. Esta opinión arrogante es considerada obsoleta en la actualidad. Se origina en la filosofía del siglo XIX. Embriagados por los logros de la ciencia inductiva y experimental (definida, en primera instancia por Francis Bacon), los científicos reconocieron el potencial de la ciencia para transformar la voluntad y el conocimiento en fuerza. La gente, que hace unos cien años atrás abandonó la religión, buscaba un sustituto adecuado con el mismo poder y, autoridad, la ciencia fue una alternativa obvia. Esto se explica, en parte, por la rigidez y el dogmatismo de la ciencia del siglo XIX y por los sistemas filosóficos imperantes, como el positivismo y el empirismo lógico. En esencia este último sostenía que toda proposición que no podía ser verificada o refutada por los métodos científicos no tenía sentido.

Aún a pesar de episodios como el del esfuerzo de Hoeckel por aislar el alma humana pesándola, cristalizándola o destilándola, hubo alguien como Ludwig Wittgenstein, quien dijo: «Sentimos que aún cuando todos los interrogantes científicos fueran contestados, nuestros más profundos problemas permanecerían intactos». Naturalmente, sostenía que los asuntos principales eran la moral, la ética y la estética. Los problemas de este tipo no se incluyen en el ámbito del conocimiento científico y rechazan el tratamiento cuantitativo. Los temas más importantes de la vida -los relativos a las finalidades y los valores- están fuera del campo de la ciencia. Esta, por su propia naturaleza, permanece indiferente frente a ellos. De las leyes naturales no se pueden obtener valores. Ellas no nos pueden enseñar qué es bueno y qué es malo. Nosotros hacemos espadas con las rejas de arado o todo lo contrario utilizando procesos técnicos semejantes. Sólo el hombre es capaz de proteger el derecho a nacer de un embrión o hacerlo abortar en razón de consideraciones revolucionarias como las reservas alimenticias o la conveniencia social.

Las ideas abstractas sobre ética o los sentimientos de obligación moral no pueden ser aprehendidas cognoscitivamente.
Este es, como se destacó, un conocimiento unipersonal y objetivo. Ellas pertenecen al dominio del conocimiento existencial, lo que es una forma de conocer aquello que no puede ser expresado en símbolos linguísticos. Esto genera una implicación subjetiva – el conocimiento del hombre de su estado consciente. Por consiguiente resulta claro que el método científico no puede ayudar a construir una base moral para una vida de valores y objetivos.

Parece obvio que el desarrollo del conocimiento científico no desmerece a la Torá sino que, por el contrario, acrecienta las presiones y tensiones psicológicas que operan sobre el hombre, y de esta manera la necesidad de la Torá se vuelve mucho más imperiosa. Las ciencias exactas pueden ser el vehículo, pero su guía y carta itinerario son las divinas instrucciones de la Torá.

De la verdad

Volviendo a nuestro tema principal, la aparente contradicción entre ciencia y Torá, veremos que actualmente los restos de las actitudes filosóficas del siglo XIX, si bien hubo acercamientos positivistas a la ciencia, un «camino real» hacia la revelación de la verdad única y esencial, se han vuelto anticuados debido a los recientes descubrimientos de la ciencia y al desarrollo de la filosofía de la ciencia.

Analicemos, en primer lugar, la definición de verdad. Este concepto ha sido definido y utilizado de diversos modos. Examinaremos tres de ellos:
1) Verdad correspondiente – significa que una proposicion es verdadera si, y solo si denota el estado actual de los hechos que prevalecen en el mundo. Esta es la idea más corriente de la verdad.
2) Verdad coherente – implica que una proposición es verdadera si, y solo si es consecuente con todo un sistema de razonamiento. Por ejemplo, cuando se promulga una nueva ley civil más de uno pretende que ella representa la única forma de justicia absoluta y verdadera. A menudo sirve a los intereses del gobierno o refleja la opinión pública corriente, que puede cambiar rápidamente. Sin embargo, esta nueva ley es verificarla concienzudamente para que no haya contradicción y en pro de la armonía y la uniformidad de espíritu con el resto del código civil. Es decir, sabemos que no se trata necesariamente de una verdad correspondiente, pero exigimos que sea una verdad coherente.
3) Verdad pragmática, lo que significa que la verdad de una proposición se mide solo según su utilidad. La tercera ley de Newton es verdadera porque nos permite construir misiles al utilizarla como principio orientador. Para ella no hace falta nada más.

Ahora podemos volver a exponer nuestro tema de acuerdo con esas definiciones y arrojar una nueva luz sobre él.
La Torá, como creación divina, es una verdad correspondiente basada en la realidad: «El Señor miró la Torá y creó el mundo» (Midrash ). Esto también es perfectamente coherente.
Por otra parte, la ciencia es solamente una verdad pragmática y las proposiciones de las distintas disciplinas son, a menudo, solo parcialmente coherentes. Por lo tanto, resulta evidente que no puede haber contradicción entre ciencia, una verdad pragmática, y Torá, verdad correspondiente.

A la ciencia no se le exige que refleje la realidad sino solo que sirva como modelo de trabajo para la utilización del mundo físico en beneficio de la humanidad. Antes de aclarar esta aseveración debemos recalcar que esta definición de ciencia no va en desmedro de su integridad espiritual. ¡Por el contrario! La ciencia se jacta de ser un sistema autocorregible. Su metodología exige que cada una de sus leyes esté sujeta a la posibilidad de duda. Esto permite la mejora continua de la ciencia y, por consiguiente, el beneficio creciente de la humanidad. A su naturaleza pragmática se debe al hecho de que a veces a la ciencia se le haga necesario sacrificar el requisito de coherencia total.

Lo que queremos decir con esto es que las diferentes disciplinas de la ciencia se ocupan del mismo asunto en términos inconexos e inconsistentes. A pesar de los esfuerzos de Einstein, aún no se ha elaborado una teoría de campo unificada. El ejemplo más notable de esta incoherencia es, posiblemente, una citada por A. N. Whitehead acerca de la naturaleza de la luz. Fueron propuestas dos teorías: la corpuscular, de Newton, y la ondulatorio, de Huygens. Ambas teorías se contradecían, una con la otra, pero «actualmente existe una numerosa serie de fenómenos que solo pueden ser explicados por medio de la teoría ondulatorio, mientras que otro grupo no menos cuantioso solo puede ser explicado a través de la teoría corpuscular. Los científicos no pueden hacer otra cosa que confiar en el futuro».

En realidad esta dualidad de la naturaleza de la luz puede ser aplicada a la descripción de la estructura de la materia en general. Lo que el famoso principio de la Complementaridad, de Nies Bohr, implica es, que la materia no puede ser representada adecuadamente por una sola de las dos teorías. Ambas deben ser utilizadas, aun cuando se contradigan. Esto no significa que la materia sufra una metamorfosis misteriosa, sino que tenemos aquí una unidad de dos cualidades opuestas, un todo que está fuera de la capacidad humana de percepción.

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