Cambio de Paradigma: Percepcion de Dios
extraido de Buscando a Dios: Diez Lecciones de la Cabalá
LIBERARSE DE DIOS
Un día, mi hijo de tres años me vio en medio de la plegaria, intentando imitar mis movimientos y fingiendo que también estaba orando. Entonces dijo: «¡Papá! ¡Acabé de ver los pies de Dios!»
No supe qué responder, pero rápidamente decidí que la verdad era la mejor opción. «Iehuda, no pudiste haber visto los pies de Dios. él no tiene pies».
Mi hijo parecía sorprendido con la respuesta, pero sólo dijo «ah».
Al cabo de unos minutos, Iehuda tiró de mi camisa, y mirándome con sus grandes ojos castaños y con una dulce sonrisa, dijo con total convicción: «Pero yo los vi».
No había nada que pudiese hacer para convencerlo de lo contrario. Decidí pasar por alto el tema. Al fin y al cabo, él tenía sólo tres años. Espero que de adulto aprenda que Dios no tiene pies. Si aún él alimentase este concepto, no logrará ver a Dios verdaderamente.
Veo ese problema con frecuencia en el Instituto Isralight, en Jerusalém. Las personas vienen al instituto ansiando ver a Dios, pero frustradas, porque en la infancia aprendieron ciertas cosas que, en la vida adulta, actúan como vendas espirituales.
Hoy en día, las personas realmente quieren conocer a Dios. Sin embargo, buscan más una presentación de Dios que entenderLo. Quieren una entrevista particular. Quieren ver a Dios. Eso es posible, por increíble que parezca. Dios puede y quiere ser visto.
Pero lo triste es que la mayoría de las personas no ven a Dios; no pueden ver a Dios ni aunque quisieran.
Entonces, antes de comenzar a explicar cómo se puede ver a Dios, trataremos de por qué no podemos verLo. Espero que así podamos librarnos de los mayores obstáculos en nuestro camino.
La mayoría de las personas que conocí desde que soy rabino tiene vendas espirituales en los ojos. Eso les causa mucho sufrimiento, porque esas vendas encubren los ojos del alma, que de ese modo nunca están libres para ver a Dios.
Algunas personas saben que andan ciegas por la vida, pero la mayoría no tienen esa conciencia. Eso es peor aún porque, si tú no sabes lo que te lastima es más difícil que encuentres la curación.
En mis seminarios, muchas veces pido a los participantes que escriban sus definiciones de Dios. Las respuestas típicas son intelectuales, filosóficas y abstractas. Entonces pido que escriban una carta a Dios, que comience con «Querido Dios, siempre quise saber…» También pido que escriban con la mano izquierda —o en el caso de los zurdos con la derecha— para simular la experiencia de escribir como un niño, porque el objetivo del ejercicio es llegar a los primeros años de vida, cuando la imagen de Dios comienza a formarse en nosotros.
Es entonces que las vendas se revelan. Independientemente de la definición intelectual que las personas tengan de Dios, sus visiones infantiles y sentimentales se revelan en cartas como:
- «Querido Dios…¿por qué te has llevado a mi abuelo?»
- «Querido Dios…¿por qué permites que ocurran guerras?»
- «Querido Dios…¿por qué hay tanta gente mala en el mundo?»
Todas las asociaciones son negativas y sugieren la imagen de un Dios injusto, impiadoso y castigador.
Imagina si tú administrases hoy tu dinero de acuerdo con el discernimiento que tenías cuando eras un niño. ¿Cómo gastarías tu ingreso? O si tus hábitos alimentarios fuesen basados en tu conocimiento sobre nutrición de cuando tenías cinco años, ¿cómo sería tu alimentación hoy? Entonces puedes imaginar que, si tu vida espiritual está basada en una comprensión infantil de Dios, tu actual búsqueda espiritual podría estar severamente perjudicada.
EL SER VIOLETA EN EL CIELO
De vez en cuando, mi mujer y yo pasamos un tiempo con los niños, analizando sus dibujos más recientes. Generalmente, los dibujos no varían mucho, el papá tiene el cabello ondulado y anaranjado, las flores son mayores que las personas y el sol brillante tiene una gran sonrisa feliz. Un día, mi hija de cinco años, Neema, nos mostró un dibujo que, además de las cosas de siempre, traía una extraña figura violeta y verde flotando en el cielo.
«¿Neema, quién es éste?», pregunté.
Ella fingió no escuchar mi pregunta y comenzó a hablar sobre otro elemento del dibujo.
Yo insistí hasta que ella no pudo más evitar la identificación de aquella figura.
Entonces hizo un gesto para que yo me aproximase. Así, ella podría cuchichear en mi oído y proteger su secreto de los hermanos que estaban allí cerca. «Es Dios».
Es claro que mis otros hijos no resisten a un secreto. Ellos se acercaron para escuchar. Cuando Iehuda oyó a la hermana, dijo: «¿Tú dibujaste a Dios? ¡No se puede dibujar a Dios!»
Neema tomó su dibujo y corrió para el cuarto, llorando. » ¡Sí, puedo dibujar a Dios si quiero!»
Ahora imagina que, a los 25 años, Neema continúe pensando que Dios es un ser violeta y verde en el cielo. Ciertamente, si alguien le preguntase si cree en Dios, ella respondería: «¿Qué? ¡Claro que no!» Ella probablemente se consideraría atea. (Un colega mio tiene una respuesta estándar para los ateos: «En el Dios que tú no crees, tampoco yo creo»).
La mayoría de nosotros retenemos algún tipo de imagen de Dios originada en la infancia. Si hiciéramos memoria un poco, podríamos recordar la primera vez en que la idea se registró en nuestras jóvenes conciencias. Muchos recibieron influencia de las imágenes griegas y romanas de Zeus, otros de la versión de Miguel ángel de la Capilla Sixtina, que se asemeja en cada parte al propio Zeus. Es común que niños (y adultos también) imaginen a Dios como un hombre poderoso y viejo de barba blanca y aleteante. Los niños necesitan dar a Dios una forma física, de lo contrario no comprenden la idea. Para ellos, un Dios invisible y sin cuerpo simplemente no existe.
En la mente de los niños, de acuerdo con el nivel de comprensión de cada uno, Dios necesita de un cuerpo o de algún tipo de forma para existir. Sin embargo, a medida que el niño crece, que madura intelectual y espiritualmente, precisa encontrar otro paradigma, una nueva estructura conceptual para entender a Dios; para ver a Dios.
El problema es que la mayoría de nosotros no encuentra ese paradigma.
EL DESTRUCTOR DE íDOLOS
La humanidad lucha contra ese problema desde el inicio de la civilización. ésta fue la contribución genial y fundamental de Abraham. Hace cuatro mil años, él dijo a un mundo que adoraba una gran cantidad de ídolos —que representaban cada aspecto de la naturaleza— que existe sólo una Fuente inimaginable de toda la creación. ¿Puedes imaginar el choque? ¿Es que Dios no tiene forma? ¿Cómo es eso?
La ironía es que el padre de Abraham, Teraj, era un fabricante de ídolos profesional. Cuenta la tradición judía que, cuando niño, Abraham destruyó todas las estatuas del local del padre. En respuesta a la furia de Teraj, el pequeño Abraham simplemente alegó que la mayor de las estatuas era la responsable por la destrucción. «¡Pero es sólo una estatua, ella no puede hacer nada!», dijo el padre. «Que tus oídos escuchen lo que tu boca acaba de decir», replicó Abraham.
Dios, responsable por la inmensidad y complejidad de la Creación, no puede ser limitado a ninguna forma, principalmente a formas esculpidas e inanimadas. Un alma madura y saludable debe negar imaginaciones tan infantiles.
Como dice el Rabino Abraham Itzjak Kuk, gran cabalista y filósofo de comienzos del siglo XX: «Hay un tipo de fe que es, en verdad, negación; y hay un tipo de negación que es, en verdad, fe». Si una persona dice creer en Dios, pero el dios en el que cree es un ídolo conceptual y espiritual, una imagen de dios que la misma persona formó, entonces su fe es, de hecho, la negación de la verdad, una herejía. Sin embargo, si una persona profesa el ateísmo porque no consigue creer en un rey todopoderoso de barba blanca y aleteante flotando en algún lugar del espacio, de cierto modo está expresando la fe verdadera, porque ese dios no existe.
El desafío es sacar esas imágenes falsas de la mente, imágenes que se tornarán gruesas, duras y sólidas con el tiempo y que, así como una pared de cemento, son una obstrucción que nos impide realmente ver a Dios.
Comencemos con la gran palabra: D-I-O-S.
Actualmente se habla mucho sobre Dios. Está de moda conversar sobre asuntos espirituales en fiestas. ¿Pero cuál es el sentido que generalmente se confiere a la palabra «Dios»?
Hace algunos años, cuando una gran editorial concordó en publicar mi libro Luz Infinita, mi editor, que también era el vicepresidente de la compañía, me dijo: «Sepa, rabino, francamente, cinco años atrás ni nos hubiéramos detenido a mirar un libro de este tipo. Un libro sobre Dios no hubiera sido vendible. Pero hoy… ¿qué puedo decir? ¡Dios está de moda!»
Es una nueva era. Dios hace vender libros. Creer en Dios está de moda. Poco tiempo atrás, no estaba de moda creer en Dios. Era hasta políticamente incorrecto. No hace mucho, una estudiante, jefa del departamento de filosofía de una importante facultad americana, participó en uno de mis seminarios. Ella se decía «creyente de armario»: creía en Dios, pero si lo hubiera admitido en círculos académicos hubiera sido ridiculizada y hubiera podido hasta perder el empleo. Las personas inteligentes simplemente no creían en Dios. La fe era una cosa primitiva, anticuada y definitivamente no académica. Por eso, ella tenía que ser «creyente de armario». Hoy ella puede «salir del armario». ¡Cómo cambiaron los tiempos! Pero lo que me preocupa de esa moda de Dios es que las modas van y vienen. Hace doscientos años, Dios estaba de moda, los fundadores de los Estados Unidos colocaron a Dios en la Declaración de Independencia y la leyenda In God we trust («En Dios confiamos») en todos los billetes de dólares. Hace cincuenta años, Dios no estaba de moda, los fundadores del Estado de Israel, después de mucho debate, decidieron referirse a Dios de modo enigmático —»Roca de Israel»— en la Declaración de Independencia. Ahora, Dios está de moda nuevamente.
Para garantizar que Dios no esté sólo «de moda» y que el año que viene quede fuera de moda junto con los tacos plataforma, debemos ser cautelosos. Para asegurar que Dios realmente forme parte de nuestras vidas y tenga una influencia profunda y saludable mejorando nuestro día a día y nuestras relaciones, debemos prestar atención al significado que atribuimos a la palabra «Dios».
LA MUERTE DE DIOS
Sinceramente, la palabra «Dios» no significa nada para mí, sólo interfiere en mi verdadera fe. No creo en «Dios»; es una voz de origen latina que no se encuentra en la Torá original, en hebreo. Esa palabra fue usada, abusada y mal entendida al punto de que llega a estorbar nuestra búsqueda por la verdad fundamental.
Pensando en esto, comienzo a entender lo que Nietszche quiso decir cuando declaró que Dios está muerto. El concepto de «Dios» —el significado que atribuimos a la palabras «Dios»— es un concepto muerto. No real. El vengador parecido a Zeus que flota en el cielo no representa ni un poco de la realidad.
Percibí cuán infantil y contraproducente es este concepto cuando un día entró en mi seminario un sujeto vistiendo una camiseta con una historieta de Calvin y Haroldo. Haroldo, el tigre de la caricatura, pregunta al pequeño Calvin: «¿Calvin, tú crees en Dios?» la respuesta de Calvin es: «Bien, alguien está ahí para agarrarme».
Desgraciadamente, mucha gente alimenta la imagen de que Dios es un valentón celeste y todopoderoso, que existe para «agarrarnos». No es de asombrarse que esas personas no quieran creer en Dios, que no tengan la menor idea de cómo desarrollar una conexión con ese Dios. Cierta vez una mujer me dijo: «Sólo quiero que él me deje en paz. Yo no Lo incomodo a él, que él no me incomode a mí.» Pero en el fondo, esas personas sufren de un intenso miedo a Dios y de Sus castigos. Es la teofobia. Muchas veces, las personas que sufren de teofobia se dicen ateas e intentan escapar de sus tormentos mentales negando la existencia de aquel Dios a quien ellas, en verdad, continúan temiendo constantemente.
Entiendo el miedo de esas personas. Recuerdo que la primera vez que sentí ese tipo de miedo estaba viendo la película Los Diez Mandamientos, con la actuación estelar de Charlton Heston en el papel de Moshé. Sólo percibí la influencia negativa de aquella experiencia algún tiempo después. Una cosa es cierta: la voz de Dios quedó marcada en mi mente por mucho tiempo. imagina sólo las pruebas para el papel. ¡Actores de voz dulce y gentil que ni se inscriban para el casting! Sólo alguien de voz estruendosa, alta y opresiva podría ser la voz de Dios.
Esos son los tipos de recuerdos que pasean por las mentes de muchos. La suma de todas esas memorias resulta en una pésima imagen de Dios. Por eso, creo que antes de cualquier crecimiento espiritual debemos liberarnos de Dios. Como Abraham, debemos destruir nuestras propias estatuas para desenredarnos de la idolatría conceptual que bloquea los ojos del alma. Llegó la hora de ver a Aquel a quién buscamos.
EL QUE FUE, ES Y SERá
El nombre en la Biblia que infelizmente fue traducido como «Dios» está compuesto por las letras hebreas iud, he, vav, he, y cuya transliteración en castellano es I-H-V-H. Es importante saber que I-H-V-H no es una palabra sino un tetragrama —el tetragrama, ya que hay solamente uno— que significa «fue/es/y será». El tetragrama, condensa tres tiempos verbales del verbo «ser», sugiriendo la fuente y el contexto eternos de toda la existencia.
Según la ley judía está prohibido pronunciar el tetragrama. Por eso, el judío religioso lo sustituye en las plegarias por una palabra completamente diferente: Ado-nai (Eterno).
¡Qué extraño leer una palabra y decir otra! Eso es para recordar al judío que lo que él ve no puede ser verbalizado; que la vivencia no puede ser definida con palabras o conceptos. Los sabios, antiguamente comprendían la naturaleza humana, que necesita de imágenes y recordatorios constantes para aceptar humildemente las limitaciones de sus mentes. ¿Cómo puede la mente de un ser humano abarcar I-H-V-H, pasado, presente y futuro en el mismo instante? ¿Cómo puede la mente imaginar la Realidad Suprema e Infinita?
Es muy difícil comprender este concepto porque supera la mente. Es como una gota de agua en el océano intentando abarcar el océano. De hecho, lo mejor que podemos decir es que cada uno incorpora un aspecto de la realidad, pero no somos la realidad. Como la gota en el océano, existimos dentro de la realidad. Porque la realidad es I-H-V-H.
Cuando los judíos conmemoran Pesaj, entonan una canción de la Hagadá: «Bendito sea el Lugar». Uno de los términos que describen a I-H-V-H es»Lugar». ¿Por qué? Porque sugiere que I-H-V-H es el lugar en que existimos, la realidad dentro de la cual existimos.
Si crees en la teoría del Big-Bang, según la cual el mundo surgió de una explosión primordial de masas de gases calientes que se condensaron en estrellas y planetas, aún así tendrías que preguntarte: ¿Dónde pasó todo eso? ¿En qué lugar? ¿Quién tornó posible semejante explosión?
La respuesta es I-H-V-H, la Realidad Suprema, Aquel que abarca todo tiempo, todo espacio y todo ser.
De acuerdo con la Cabalá, no se debe aplicar ningún nombre o letra a la Realidad Suprema. (La Cabalá se refiere a la Realidad Suprema como En Sof, el Infinito). Algo tan vasto y abstracto no cabe en ninguna imagen ni concepto. Hasta el tetragrama es, en la mejor de las hipótesis, sólo una alusión, porque Aquel a quien se refiere está más allá de nombres y conceptos.
¿Entonces cómo hacemos para referirnos a I-H-V-H sin quedarnos presos del concepto del cual estamos intentando liberarnos? El judaísmo evita el problema simplemente diciendo Hashem, que, en hebreo, significa «el Nombre». Esa práctica no nos relaciona con ningún nombre específico; no es ningún nombre. Decir «el Nombre», Hashem, nos recuerda que la Realidad Suprema está, de hecho, más allá de todo nombre, más allá de toda expresión y más allá de toda imagen. Cuando decimos Hashem, percibimos tener sólo una comprensión simplista, limitada e inadecuada de la Realidad Suprema, la Fuente de Toda Existencia, el Lugar o el contexto de Todo lo Que Existe.
No comprendemos —en verdad, no podemos entender— a Hashem, pero podemos tener —y de hecho ya tenemos— una relación con Hashem.
Dios está muerto; es un concepto sin vida, una palabra muerta. Pero Hashem está vivo; es la Realidad Viva y Suprema.
Mi amigo Ron me contó la historia de cómo se libró de Dios y descubrió a Hashem. él estaba ante el Muro de los Lamentos, en Jerusalém, el último remanente del Templo Sagrado, de más de dos mil años de antigüedad. Aunque él siempre se había considerado ateo, pensó: «Quiero saber, estoy aquí frente al Muro. Debería hacer algo espiritual». Entonces se dio vuelta hacia el religioso que estaba a su lado y le preguntó: «¿Qué hago yo aquí?»
Y el hombre le respondió: «¿Por qué no recitas algunos salmos?» y le entregó un libro. Ron estuvo de acuerdo y comenzó a leer algunos versículos. Naturalmente, ya en las primeras palabras encontró la palabra «Dios»; y a pesar de haber quedado un poco malhumorado, decidió continuar. Pero nuevamente apareció la palabra «Dios». Ya estaba comenzando a frustrarse. «¿Cómo puedo decir eso si no creo en Dios? ¿Será que debo creer en Dios para tener una experiencia espiritual?»
Como Ron es ingeniero en computación, decidió lidiar con este impasse como si fuese un problema de computación. Cuando hay datos en la computadora que no se pueden usar, él crea una zona de aislamiento y los coloca allí. Ron decidió: «Colocaré la palabra Dios en una zona de aislamiento mental y simplemente la ignoraré para poder continuar leyendo los salmos sin acongojarme». Y eso fue lo que hizo.
Ron entonces continuó leyendo y comenzó a sentirse completamente inspirado por las palabras poéticas y conmovedoras del Rey David. Me comentó que fue tocado por una profunda experiencia espiritual que nunca antes había sentido. Era como si estuviese cercado de luz. Ese fue el comienzo de su creencia en Hashem. Solamente cuando se liberó de Dios pudo ver a Hashem.
CAMBIO DE PARADIGMA
Es interesante notar que Nietzche, más allá de proclamar que Dios está muerto, dice que, a no ser que experimentemos un «Todo-Infinito» que se manifiesta a través de nosotros, la vida no tiene sentido. Nietzche no creía en Dios. Yo tampoco. Creo en el Todo-Infinito, Aquel que fue, es y siempre será: Hashem.
Para la mayoría de las personas, establecer una relación con Hashem requiere un cambio total de paradigma. En general, las personas entienden que hay una realidad y que hay Dios en la realidad. Dentro de esa realidad, Dios nos creó a ti y a mí. Y es así que aquí estamos en la realidad, junto a Dios Todo-Poderoso. Frente a semejante imagen es difícil no sentirnos muy pequeños, insignificantes y amenazados. ¡Todo —toda la creación y nosotros también— parece tan pequeño e inferior comparado a Dios! Por eso es que huimos de ese Dios y negamos Su existencia. Simplemente no podemos lidiar con la comparación, con el sentimiento de nulidad en relación a Dios.
Las personas tienen esa imagen de un Dios flotando en algún lugar en la realidad; y que, por algún motivo, decidió crearnos a ti y a mí. Aún así, ese Ser perfecto y flotante creó un montón de seres imperfectos. Es difícil evitar la comparación entre nosotros mismos y ese Ser perfecto y todopoderoso. No podemos evitar el sentimiento de nulidad con semejante comparación. Entonces nos preguntamos: «¿Tenemos que rendirnos a Dios y religiosamente aceptar la ideología de que no somos nada?» Algunas religiones responderían: «Sí, no somos nada y este mundo no es nada. Esa es la mayor comprensión que se debe buscar, la anulación personal.»
En tanto, para los que no están dispuestos a creer que no somos nada, la alternativa es dar vuelta la moneda: Dios no es nada. Para que yo crea en mi mismo no puedo creer en Dios.
El paradigma que construye un Dios en la realidad conduce a las personas a dos lineas de pensamiento: la filosofía de la sumisión absoluta y anulación total del ser humano y de la vida en este mundo o —para quien no quiere aceptar eso— el ateísmo. Por otro lado, el ateo, al negar a Dios, está en lo cierto en parte: en la realidad no hay Dios.
La Cabalá inspira un cambio completo de paradigma. Ella enseña que Hashem no existe en la realidad, Hashem es la realidad. Y no existimos junto a Hashem, existimos en Hashem, dentro de la realidad que es Hashem.
Hashem es el lugar. De hecho, Hashem es el contexto de todo que todo lo abarca. Entonces no es posible que tú y Dios estén lado a lado en la realidad. Hay solamente una realidad, que es Hashem, y tú existes en Hashem.
Tú existes dentro de la realidad. Incorpora, pues, un aspecto de la realidad y participa de ella. Se trata de un concepto completamente diferente. De repente, ya no eres más una criatura insignificante e inferior al lado de Dios, compartiendo el mismo lugar con él. Bajo la luz de esta nueva perspectiva, tú no eres inferior, insignificante y nulo; tu existencia se intensifica porque es una manifestación de lo Divino.
Ver a Dios es entrar en contacto con la realidad.
DIOS PERSONAL
Cuando hablo sobre realidad en mis seminarios, a veces mis alumnos protestan. Ellos dicen que «realidad» suena muy impersonal. «¿Qué pasó con aquel Dios más cercano a nosotros?», suelen cuestionar.
La Realidad Suprema, Hashem, I-H-V-H, no es impersonal. Ella nos abraza y constituye la fuente y el contexto para la humanidad; por eso Hashem no podría ser menos «personal» que tú y yo. De hecho, Hashem es infinitamente más «personal». La gente piensa que la realidad es un espacio vacío y muerto, cuando en verdad es consciente, viva y tierna. Por eso, no podemos hablar de «realidad» de modo impersonal. No podemos preguntar, por ejemplo, «¿Qué es la realidad? Debemos preguntar «¿Quién es realidad?» ¿Quién es la fuente de toda conciencia? ¿Quién es la fuente de toda vida? ¿Quién es la fuente del amor? ¿Quién es el que acomoda todo lo que vemos en éste mundo?
La respuesta es Hashem.
Rabi Moshé Cordovero, gran cabalista del siglo XVI, define esta idea: «Hashem se encuentra en todas las cosas. Todas las cosas se encuentran en Hashem. No hay nada exento de la Divinidad de Hashem. Todo está en Hashem. Hashem está en todo, más allá de todo».
Creo importante esclarecer que tal declaración no es panteísta. De acuerdo con la teoría del panteísmo, todo es Dios. No es eso lo que Rabi Cordovero quiere decir, ni es el mensaje que quiero transmitir. El panteísmo depende de la ecuación: Dios = universo. Sustrae el universo, y Dios pasa a ser nada. Sin embargo, el judaísmo afirma que Hashem ya existía antes del universo; y que, de hecho, él creó el universo. Aunque el mundo dejara de existir, Hashem continuaría existiendo. Este concepto, completamente diferente del panteísmo se denomina panenteísmo, y significa que todo está incluido en Hashem. Todo está incluido en lo Divino, pero si tú y yo no existiésemos, Hashem no sería inferior.
Hay una metáfora que nos puede ayudar a comprender nuestra relación con Hashem. Se trata de la relación entre el pensamiento y el pensador. Si creo un hombre en mi imaginación, ¿Dónde es que existe ese hombre? En mi mente. Ese hombre existe dentro de mí, pero yo no soy ese hombre. El hombre imaginado no soy yo; y continuará existiendo mientras yo continúe pensando en él. De lo contrario dejaría de existir. Pero yo continúo siendo el mismo; no me torné inferior después de haberlo creado en mi imaginación.
De la misma forma somos fruto de la creación de Hashem. Existimos en Hashem. Pero no somos Hashem y Hashem no es nosotros. Es un concepto místico. No hay nada exento de Hashem. Todo está en Hashem, Hashem está en todo, pero Hashem está más allá de todo.
Existimos dentro de la realidad, incorporamos la realidad, pero, asimismo, no somos la realidad. Y si dejásemos de existir, la realidad continuaría tal como antes o después de la creación.
Cuando intenté explicar esta idea a mi hijo de siete años fue más o menos así:
«¿Nuri, dónde está Hashem?»
«Allí», él me respondió apuntando con seguridad para arriba. «En el cielo».
«No, Hashem no está allí. Hashem está en todo lugar».
«Ah».
«¿Y dónde estamos tú y yo?»
«Bueno…» él ahora pensaba con más cuidado, creyendo que había alguna «trampa» en la pregunta.
«Estamos aquí».
«No, yo dije. «Tú y yo estamos en Hashem. Entiendes? Hashem no está allí, y tú y yo no estamos aquí. Hashem está en todo lugar y nosotros estamos en Hashem».
Mi hijo quedó pensativo por algunos instantes, procurando entender, y entonces dijo admirado: «Entendí! ¡Entendí! ¡Uau! Hashem es tan gordo!»
él tenía que imaginarse a Hashem gordo o bastante gordo para poder contener a dos personas, porque la mente de un niño no logra fijarse en abstracciones. Es por eso que, si un alumno de tercer año del primario tiene problemas para resolver cuánto es catorce menos nueve, le explicamos así: «Si tienes catorce caramelos y le das nueve a tu hermana, ¿cuántos caramelos sobran?» él entenderá enseguida, verá los caramelos desapareciendo en su imaginación. Pero cuando crezca, se espera que abandone los conceptos infantiles, limitados y concretos; no puede pensar en caramelos cada vez que haga cuentas de suma o resta. Tampoco puede imaginar un globo enorme cada vez que piense en Dios.
Si queremos una relación madura con Hashem debemos estar dispuestos a cambiar de paradigma. Pero abandonar viejos conceptos es muy difícil. La mente puede ser como una prisión. Escapar de la prisión de nuestra imaginación puede ser más difícil que huir de una prisión de cemento y rejas. Si nos convertimos en prisioneros del viejo concepto nocivo de Dios, vemos la vida a través de la idea «Dios versus yo». No me sorprende que esa religión no tenga mucha gracia.
Cuando leemos que un Ser omnipotente nos dio ese o aquel mandamiento, decimos en nuestras mentes infantiles: «¿Ah sí? ¿Y qué?» Y eso se convierte en una cuestión de quién va a ganar. ¿Nos rendiremos a ese Ser?
Pero si podemos salir de la cuenta de caramelos y entrar en las abstracciones del álgebra, lograremos liberar la mente de las imágenes nocivas y artificiales de Dios. Solamente cuando retiramos de los ojos de la mente las vendas de los viejos conceptos, podemos abrir los ojos del alma y ver de otra manera. Cuando lo hacemos tenemos la posibilidad de realmente ver a Hashem.
David Aaron