Autoestima y Estrés
Hay una especie de ajustamiento consecuente con la autoimagen desvalorizada que a primera vista parece ser constructivo, pero que no es, en realidad, una excepción a la regla de que toda conducta basada en la distorsión de la realidad puede llegar a ser destructivo. Me refiero a las personas que intentan librarse de su baja autoestima haciendo cosas que les prueben a ellas y a los demás que son, en realidad, gente que vale la pena.
Para una persona es posible, ciertamente, compensar satisfactoriamente un defecto, a condición de que éste exista en la realidad. La gente que ha perdido el sentido de la vista desarrolla, a menudo, sentidos agudos del tacto y el oído. Algunas personas afectadas por impedimentos físicos desarrollan destreza artística o facultades intelectuales. Estas son adaptaciones constructivas porque su objetivo es compensar defectos reales. En cambio, cuando los defectos no son reales, como es el caso de la gente que se considera engañosamente inferior a lo que es en realidad, sus esfuerzos compensatorios, incluso aquellos que poseen un valor social, están invariablemente destinados al fracaso.
Al respecto es importante distinguir entre las personas triunfadoras y las súpertriunfadoras. Los triunfadores son personas de gran talento, movidas por una sana ambición. Aunque están permanentemente en acción, se parecen mucho a la madre amamantadora que se siente claramente molesta hasta que su bebé comienza a mamar. Entonces experimenta un alivio por un tiempo, pero sólo hasta volver a sentir nuevamente la necesidad de amamantar a su bebé por la acumulación de la leche materna. Ella se siente feliz con lo ya hecho, pero siempre necesita hacer algo más.
Si bien los triunfadores pueden estar siempre en movimiento, obtienen un sentimiento de satisfacción con lo realizado. Pueden disfrutar del reposo y el relajamiento de sus nervios. No se sienten inseguros ni empujados a probarle nada a nadie.
Los súpertriunfadores son totalmente distintos. Habitualmente se trata de personas que poseen una autoimagen desvalorizada. Se sienten inferiores aún cuando sean muy calificados. Aunque sus comunidades se beneficien con sus logros, ellos nunca se sienten satisfechos de lo que han realizado. Impulsados por su siempre presente necesidad de compensar su autopercepción desvalorizada, raramente disfrutan de ningún sentimiento de logro por lo efectuado y a menudo les resulta imposible hallar el sosiego necesario.
De este modo, la autoimagen desvalorizada desempeña un papel principal en situaciones de estrés. Este es un asunto extremadamente importante, debido a que muchas de las enfermedades incapacitantes y aún letales tienen relación, hasta cierto punto, con el estrés. Entre ellas se cuentan la afección de la arteria coronaría con angina; el ataque al corazón; la hipertensión arterial, que puede provocar un ataque fulminante; la insuficiencia cardíaca; desarreglos renales; enfermedades gastrointestinales; diabetes inestables; migraña o jaqueca emocional, por nombrar sólo unas cuantas. Hasta hay evidencias acerca de que el estrés puede desempeñar un papel nada desdeñable en el desarrollo del cáncer. La acción destructivo del estrés difícilmente pueda ser sobreenfatizada.
Para entender por qué el estrés resulta ser tan destructivo, sera útil considerar algunos de los mecanismos de defensa físicos que D-s nos ha brindado para hacerles frente, con éxito, a los peligros que amenazan nuestra supervivencia.
Las únicas amenazas serias a la vida a las que el hombre debe hacer frente son los ataques de un agresor. Sobrevivir a un ataque así depende de la ejecución exitosa de una de estas dos respuestas: luchar o huir, sea cual fuere la más adecuada.
En relación a la lucha efectiva o a la rápida huida deben producirse ciertos cambios en nuestra fisiología. Hay una necesidad mayor de oxígeno y nutrimentos para los músculos a utilizar en la lucha o en la huida. Esto es acompañado por un aumento de las pulsaciones y la presión sanguínea, lo que posibilita una más rápida provisión de sangre. También se produce la necesidad de desviar la sangre del tracto gastroinstestinal hacia los músculos en los que será necesaria. El azúcar almacenado en el hígado es descargado en la sangre para abastecer al tejido muscular con los nutrimentos adicionales que necesita. La respiración se acelera para proveer más oxígeno a fin de librar al cuerpo del dióxido de carbono producido por el aumento del metabolismo. También se produce un desvío adicional de la sangre que circula en la superficie del cuerpo para reducir a su mínima expresión la hemorragia que podría producirse en caso de lesión (es por esta razón que empalidecemos cuando somos amenazados). Para una mayor reducción del riesgo de hemorragia se produce un aumento de la capacidad de coagulación de la sangre. Estos son sólo algunos de los cambios que se generan automáticamente cuando debemos enfrentarnos a una amenaza fisica.
Resulta obvio que si bien estos cambios son muy útiles cuando la amenaza proviene de un agresor fisico y está dirigida contra nuestros cuerpos, no tienen valor alguno cuando la amenaza no es física y atenta contra nuestro yo. Si nos sentimos amenazados por condiciones económicas precarias, la aceleración del ritmo cardíaco y todos los demás cambios fisiológicos carecen de valor práctico. Si un comentario crítico de nuestro empleador es considerado como una amenaza a la seguridad laboral, la reacción de lucha o huida es inútil. Pegarle al empleador difícilmente mejore la situación y tampoco será de utilidad ocultarse. La reacción de lucha o huida tampoco es apropiada si sentimos que hemos sido desairados. Sin embargo, nuestro sistema fisiológico distingue los distintos tipos de amenaza. Hemos sido programados para reaccionar ante amenazas con cambios para la lucha o huida, y esto es, exactamente, lo que ocurre.
Además, dado que la reacción de lucha o huida responde a la agresión física, resulta evidente que la duración de los cambios fisiológicos ha de ser corta. Una contienda con un agresor durará, habitualmente, algunos segundos o minutos. Uno se librará exitosamente del otro, dominará al agresor o será asesinado. Cualquiera sea el resultado, todo sucederá rápidamente, y si alguno sobrevive, la amenaza habrá quedado eliminada y el cuerpo recobrará su funcionamiento normal en cuestión de minutos. Esto no es así, sin embargo, cuando la amenaza no tiene un carácter fisico directo. Amenazas de inseguridad laboral, desastre económico o pérdida de la autoestima no desaparecen en unos años. Los cambios fisiológicos crónicos y sostenidos que no se corresponden con la amenaza percibido originan los males del estrés mencionados anteriormente.
Las tensiones más comunes del mundo actual son las ocasionadas por las amenazas al yo. Lo que constituye una amenaza se corresponde, a menudo, con la propia autoimagen. Un yo sano no estaría sujeto, por lo tanto, a demasiado estrés. Aún cuando las circunstancias externas fueran difíciles, la persona que se sabe capaz se sentirá menos abrumada. Confía más en su destreza para hacerle frente a la adversidad. Aún el bitajón, la confianza en D-s, que es tan esencial en el enfrentamiento con las circunstancias adversas, se acrecienta cuando la persona se considera acreedora a la gracia divina.
Existe aún otra forma en la que la autoestima puede reducir los efectos destructivos del estrés a su mínima expresión. La tensión y la relajación se excluyen una a la otra, al igual que la luz y la oscuridad. Cuando se presenta la relajación, la tensión desaparece. Aunque la distensión parezca tan fácil de lograr, el hecho real es que mucha gente es incapaz de relajarse. Puede entretenerse leyendo, jugando, trabajando, mirando espectáculos deportivos o de otras maneras, pero sin alguna de estas diversiones es, realmente, ansiosa. Y relajación significa descansar cómodamente en un sillón confortable, o asolearse, sentarse en una bañadera con agua remolineante y no leer, ni escuchar, ni hablarle a nadie – no hacer nada excepto respirar y sentirse a gusto en esta situación durante quince minutos. Mucha gente se toma sumamente impaciente e incluso llega a irritarse al minuto o dos de estar en esas condiciones. A menos que esté adormecida o tranquilizada por el alcohol o alguna medicación, es incapaz de distenderse.
Esta incapacidad de relajarse es, más bien, de fácil explicación. Cuando una persona se encuentra totalmente sin diversión alguna, establece un contacto directo con sí misma. Es sabido que cuando te hallas en compañía de alguien que te desagrada deseas alejarte lo antes posible. Las personas que no pueden relajarse son aquellas que no se quieren a sí mismas debido a sus autopercepciones desvalorizadas. Simplemente, no pueden tolerar su propia presencia. Si sienten que no están totalmente solos por hallarse en presencia de D-s, esto les resulta muy poco consolador, pues creen que ni siquiera son queridos por El. Sin la relajación necesaria para interrumpir la constante tensión, no es de asombrarse de que caigan presas de los numerosos males provocados por el estrés.
El hecho de que muchos eruditos de la Torá sean capaces de dedicar muchas horas a la meditación en soledad es una clara evidencia de que poseen una sana autoestima. A pesar de su sincera anivut, ellos saben que poseen una neshamá que busca unirse a D-s y se consideran banim lamakom, hijos del Omnipresente, queridos y amados por El.
Derrotar a la distorsión perceptiva que conduce hacia una autoimagen desvalorizada es, por ende, vital para el bienestar físico, emocional y espiritual.
Dr. A. Twerski