Autoestima, Humildad y Vanidad
Podría ser prudente anticipar un desafio en este punto. El lector puede preguntar: «¿Si usted enfoca un problema psicológico desde la perspectiva de la Torá, cómo puede criticar la baja autoestima? ¿No se nos enseña que la gaavá (vanidad) es una abominación? ¿No enfatiza el Talmud: «Sé muy humilde?» (Pirké Avot IV, 4).
Esto requiere una breve aclaración. Lo que yo he calificado como una autoimagen desvalorizada no es un sentimiento de anivut (humildad), sino más bien uno que resulta de una autopercepción distorsionada por la cual la persona niega sus aspectos positivos y se ve a sí misma como muy inferior a lo que es en realidad. La autoimagen desvalorizada no es humildad sino una ilusión, una percepción falsa.
La Torá es terminante al condenar la falsedad en cualquiera de sus formas. En verdad, aunque muchas medidas precautorias para evitar la transgresión de los mandatos bíblicos son de origen rabínico, sólo una de ellas está prescripta en la Biblia, y es la que se refiere a evitar la falsedad. Suplementando la prohibición «No mentirás» (Vaikrá XIX, 11), la Torá subraya: «Aléjate de la falsedad» (Shemot XXIII, 7).
Por ende, si la realidad es que alguien tiene una voz agradable, es impropio negar este hecho. Si algún otro es intelectualmente brillante, no debe pensar de sí mismo que es opaco. Si una persona es atractiva, no debe pensar que es fea. Si es un erudito consumado, no le es permitido considerarse un ignorante.
Próximo a nuestra época, el modelo de humildad fue el gran Jafetz Jaím (Rabí Israel Meir Hacohen), y somos afortunados en contar con muchos seres humanos contemporáneos que pueden atestiguar sobre la profunda humildad de este sabio. Sin embargo, el Jafetz Jaím escribió numerosas obras halájicas y éticas, sin manifestar reservas en la promulgación de decisiones halájicas definitivas y en el establecimiento de principios éticos. ¿Cómo pudo haberlo hecho de no considerarse calificado y competente para eso? De hecho, ¿cómo las grandes autoridades en materia de Torá hubieran asumido, a través de los siglos, las responsabilidades de la dirigencia y la autoridad si no se consideraran adecuadas para ello? ¿Cómo habrían desafiado a menudo las posiciones de otras grandes autoridades de no haber estado convencidas de su propia competencia para hacerlo? Evidentemente, el tomar conciencia verdadera de la naturaleza, de las habilidades y capacidades propias no es, en modo alguno, incompatible con la humildad.
La compatibilidad de la autoconciencia con la humildad es fácilmente comprensible a la luz de la enseñanza talmúdica: «Si has estudiado mucha Torá no te jactes, porque para ello has sido creado» (PirkéAvot II, 9). Así como la persona dotada de una hermosa voz debe reconocer que ésta es un don divino, así la que posee una mente brillante, capaz de aprender, retener y analizar, debiera reconocer que éste es un talento concedido por D-s. Uno puede medir su verdadera grandeza sin asumir el orgullo y la vanidad del presuntuoso pavo real.
La autoestima está basada en la conciencia de las propias capacidades, de lo que uno puede hacer. La vanidad es el sentimiento de que debería expresarse admiración y exaltación por lo que uno ha hecho. Así, el Jafetz Jaím escribió sus grandes obras porque sabía que podía hacerlo, y eso es una autoestima virtuosa y saludable. Después de que esas obras fueron completadas no esperó honores ni gloria por sus logros. Muy por el contrario, ya estaba concentrándose en lo que le quedaba por hacer, aún, con el talento con el que D-s lo agraviara. Esto es compatible con la humildad.
En realidad, hay una razón para creer que jamás la gaavá es consecuencia del reconocimiento de las verdaderas habilidades y talento de una persona. Quien tiene una saludable autoestima no necesita la alabanza y la aprobación de los demás. La gaavá es, invariablemente, el intento desesperado de una persona que se siente desvalorizada, por escapar de sus sentimientos de inferioridad. Pide con vehemencia honores y busca elogios para asegurarse de que es una persona valiosa, en contraste cm sus sentimientos. Sin embargo, puesto que estos sentimientos de inferioridad son erróneos, los elogios y la admiración jamás resultan suficientes. Esta persona nunca puede tener bastante seguridad y persiste tozudamente en tratar de impresionar a los demás con sus logros.
El TaNaJ nos enseña cuán extremadamente cautelosos debemos ser para no traspasar la delgada línea que separa la anivut del autodesprecio. Esto está demostrado en el episodio del rey Shaúl relatado en I Shmuel XV.
La humildad de Shaúl se hizo evidente cuando tuvo que ser sacado de su escondite para ser coronado rey de Israel. Poco después recibió instrucciones de Shmuel de aniquilar a los amalecitas y destruir todas sus posesiones. Shaúl, empero, cedió a los deseos del pueblo y no hizo matar el ganado, a fin de ofrendarlo en sacrificio sobre el altar. Al ser agudamente reprendido por Shmuel, Shaúl se defendió, al principio, insistiendo en que había satisfecho el deseo de D-s. Sólo después de que Shmuel lo increpara nuevamente, Shaúl admitió su error. Pero entonces ya era demasiado tarde: el Cielo había decretado que Shaúl perdieron su reinado. He aquí las palabras precisas del profeta a Shaúl: «Y Sh’muel dijo: Esto es lo que D-s ha dicho: Aun cuando eres pequeño ante tus propios ojos, te he designado como líder de Israel». Observemos que Shaúl no es reprendido por ser humilde, sino que es castigado por ser «pequeño» ante sus propios ojos.
La reprensión divina a Shaúl indica que en su gran piedad y profunda humildad Shaúl había llegado demasiado lejos y cruzado el delgado filamento que separa la virtud de la humildad de la peligrosa autodestructividad que implica la desvalorización personal. Fue este tipo de impropia autodestructividad la que condujo a Shaúl a permitir que lo dominaran los deseos del pueblo. Fue esta misma autodestructividad la que lo movió a intentar la defensa de su acción e impidió su pronto reconocimiento de que había obrado erróneamente, acto que podía haberlo salvado. Incluso si el concepto que Shaúl tenía de sí mismo no hubiera sido tan distorsionado como para que no confiara en su propio juicio al interpretar el deseo de D-s, juicio que se oponía a la interpretación dada por el pueblo, debía, cuando menos, haber comprendido que, puesto que D-s lo había designado para ocupar una posición tan encumbrada, él tenía la capacidad necesaria para cumplir con esas responsabilidades.
La gaavá es señalada como una aberración. Si bien D-s declara que Su presencia estará siempre con Israel aun cuando se encuentre en un estado de profanación (Vaikrá XVI, 16), El, no obstante, evita a los que son vanidosos (tratado Sota Va).
Todo judío tiene una neshamá (alma) que es parte de D-s. El judío que es consciente de su neshamá y aprecia su inestimable valor no debiera tener una autoimagen desvalorizada, ni recurrir a la detestable defensa de la gaavá. Esta existe sólo si alguien niega que tiene una neshamá, o no la aprecia en todo su valor. Ambas son herejías inaceptables para D-s.
El gran sabio Hilel es citado por el Talmud como modelo de humildad (Shabat XXXb). Sin embargo, es este mismo Hilel quien declara: «Si yo estoy aquí, entonces todo lo demás está aquí» (Sucá LIIIa). Uno debe tener un ego saludable, una autoestima, a fin de tener algo para anular. La autoestima y la humildad no se excluyen sino que se complementan.
Por ende, una persona debe tomar conciencia de todos sus haberes personales, reconocerse como la beneficiaria de la generosidad de D-s y conducirse, simultáneamente, con humildad. En realidad, uno recurre al falso orgullo y la vanidad, la gaavá tan denostado por la Torá, como resultado de su baja autoestima.
Dr. A. Twerski
Se que debo trabajar mucho en todas las áreas de mi vida, mil gracias
Grasias hermosa leccion para ser humilde