Anecdotas de Rab Shalom Schwadron
Extraido de la Voz de la Verdad
Era érev (víspera) Rosh Hashaná. Faltaba una hora para que amaneciera y las calles de Shaaré Jésed estaban completamente silenciosas. De repente, rompió el silencio un grupo de jóvenes israelíes seculares que habían ido a observar el espectáculo de los judíos que se levantaban temprano por la mañana para recitar Selijot. Faltaba un rato para que se cumpliera su deseo. Todavía era tan temprano, que en las calles no había movimiento.
Luego apareció la silueta de una persona. Era un anciano judío de barba blanca que caminaba rápidamente con un martillo en la mano.
Los jóvenes y el líder de su grupo lo miraron fijamente con asombro, luego intercambiaron miradas, curiosos. ¿Qué estaba por hacer el anciano?
Rab Shalom continuó su camino hacia el bet haknéset. De pronto, sin aviso, se detuvo, se inclinó hacia el suelo y golpeó el asfalto con su martillo. El asombro de los muchachos se triplicó.
«Tal vez ésta sea alguna clase de ritual relacionada con Selijot«, sugirió el cabecilla del grupo a los desconcertados muchachos que lo acompañaban. Los jóvenes sacaron las cámaras de sus mochilas.
El misterio fue resuelto por un alumno de la Ieshivá Maalot HaTorá, quien en ese preciso momento salía de la sala de estudios luego de haber estudiado allí toda la noche («mishmar»). él, también, se sorprendió al ver a Rab Shalom, ruborizado por el esfuerzo, golpeando el suelo con su martillo. Se acercó, para ver mejor y luego comprendió.
Dirigiéndose al grupo de jóvenes seculares, explicó: «Esta calle fue recientemente pavimentada con asfalto fresco y accidentalmente un trozo de madera se pegó al suelo en este lugar. Sobresale del nivel de la acera y obstruye el paso de la gente. El hombre que ven aquí decidió asumir la responsabilidad de quitar este obstáculo del paso público. Por eso está martillando de ese modo».
Rab Shalom estaba seguro de que no se encontraría con nadie a una hora tan temprana. Finalmente, sin embargo, no sólo lo vieron los alumnos de la ieshivá, sino también el grupo de jóvenes no religiosos, quienes recibieron un poderoso mensaje sobre el significado del verdadero jésed.
La Misión
Rab Guedalia Shenin relata: Un Rosh Hashaná durante la repetición del Shemoné Esré de Musaf, un niño estaba vagando cerca del Arca Sagrada en la Ieshivá Jevrón. Repetidas veces subió y bajó los escalones que estaban frente al Arca, hasta que Rab Shalom le hizo un gesto para que se fuera de ese lugar. El sensible jovencito se sintió herido.
-Rab Shalom, -Rab Guedalia le dijo en voz baja cuando finalizaron los rezos-, el niño que estuvo saltando y molestando es huérfano. -Ay, ay, ¿qué hice? -exclamó Rab Shalom-. ¡Le causé dolor a un huérfano!
En su rostro se reflejaba la angustia que sintió mientras explicaba algo que lo afligía todavía más: pedirle perdón a un niño planteaba un problema halájico. ¿Qué debía hacer? -Lo mandé a un rincón porque temí que no estuviera limpio, en cuyo caso yo tendría prohibido rezar cerca de él. Pero terminé causándole dolor. ¡Ay!». Durante veinte minutos Rab Shalom estuvo reflexionando profundamente. Luego su rostro se iluminó. Sonriendo, expresó: -¡Guedalia! Lo nombro mi mensajero para pedirle perdón al niño. No, no ahora… ¡En su bar mitzvá!».
Rab Shalom le explicó su razonamiento: «Usted, Rab Guedalia, conoce a este niño y con frecuencia lo ayuda. Seguramente lo invitarán a la celebración de su bar mitzvá (mientras que yo no sé si estaré en este mundo en ese momento). En tal caso, se le ha dado una misión: ¡pedir perdón por mí!».
Al año siguiente, durante los piutim de Musaf en Rosh Hashaná, Rab Shalom volvió a ver al mismo niño. Inmediatamente, le hizo un gesto para que se acercara, con visible afecto. Cuando el niño lo hizo, Rab Shalom lo palmeó con cariño y lo sentó junto a él durante un largo tiempo. Pasaron los años y llegó el bar mitzvá del niño. Rab Shalom aún figuraba entre los vivos y recordaba el incidente.
Rab Guedalia fue a su casa para informarle que él, también, recordaba su misión: pedirle perdón al niño en nombre de Rab Shalom. Rab Shalom tomó un séfer de su armario como obsequio para el niño del bar mitzvá y se lo dedicó. Con el séfer en mano, Rab Guedalia fue a la celebración del bar mitzvá directamente desde la casa de Rab Shalom, para alegrar al niño y a su familia y para pedirle perdón. «Rab Shalom había estado preocupado por el aseo personal», Rab Guedalia pensó. «¡Contemplen la limpieza del alma de Rab Shalom!».
En el Horno de Jevrón
Rezar en la Ieshivá Jevrón era siempre un espectáculo increíble. El que abría la puerta del bet midrash la noche de Rosh Hashaná, tenía la sensación de estar parado en el borde de un horno ardiente. El Shemoné Esré era exactamente como lo describe el Shulján Aruj: no en voz alta, sino en un murmullo tembloroso y prolongado.
El deseo de elevarse espiritualmente estaba en todos lados y ejercía en el recién llegado, una irresistible atracción por participar de los rezos con Rab Jaim Aharón Tortzin, con Rab Israel Shenker, con Rab Moshé Simón Weintraub y muchos otros. Olas de emoción se deslizaban de banco en banco, de shtender en shtender, de boca en boca, de corazón en corazón, hasta que toda la ieshivá ardía en llamas. Los jóvenes casados se secaban las lágrimas a escondidas, los niños aplaudían y los Roshé Ieshivá y los Rebeim se paraban junto a la pared este de la sala, envueltos en un manto de miedo mezclado con respeto, para sumergirse en las profundidades de una experiencia intelectual única. De pronto, un joven rompía en sollozos, al desbordar su corazón de emoción.
Cuando finalizaba el servicio nocturno de Rosh Hashaná, los feligreses les echaban una rápida mirada a las grandes figuras del «Kneset Israel», tales como Rab Aharón Brisker y el Rosh Ieshivá, Rab Aharón Cohen y otros que aún no habían podido terminar sus oraciones. Su manera humilde de pararse, junto a la pared del este, transmitía todavía un poco más de temor Celestial, a los centenares de alumnos que salían del bet midrash.
Así era hace muchísimos años y de este modo continúa siendo hasta hoy en día. Las lágrimas que se derramaban entonces, eran lágrimas de nobleza, de nostalgia y de temor al juicio. Los feligreses tenían ansias de elevación y esas lágrimas refrescaban sus almas.
Emoción
En los Iamim Noraim, Rab Shalom tenía la costumbre de rezar Shajrit con el minián vatikín hasta Shemoné Esré, para luego entrar a la ieshivá a recitar el resto de la liturgia. Se sentaba en el primer banco detrás del baal tefilá, el mashguíaj, Rab Hirsch Palei. En algunas partes del servicio, Rab Hirsch rompía en sollozos, con lo cual a Rab Shalom le resultaba imposible contenerse. Su elevada voz transmitía una emoción tal, que cualquier oído podía captarla: «Para Él Quien pone a prueba los corazones en el Día del Juicio». Cuando finalizaba Musaf, Rab Shalom estaba exhausto, especialmente en Iom Kipur. En los intervalos, solía quedarse dormido en su banco durante unos minutos, totalmente extenuado.
Por Nuestros Pecados
Esta es una historia que se trasmitió de persona a persona, hace muchos años, en la Ieshivá Jevrón. Un jasid guer solía viajar a Givat Mordejai cada año, para rezar con la ieshivá en Rosh Hashaná, cuando ésta todavía se encontraba en Gueula. Sin embargo, su presencia se empezó a notar más, cuando la ieshivá se mudó, debido la gran distancia que la separaba de la ciudad. ¿Por qué?, le preguntaron, ¿recorría todo ese trayecto desde la ciudad?
Su respuesta fue: «Hace alrededor de 20 años, los rezos en el bet midrash guer, terminaban a las 2:10, más temprano que en otros lugares. Por alguna razón, yo sentía deseos de presenciar el rezo ‘Litvish’ en la Ieshivá Jevrón. Caminé por la calle Maljé Israel y doblé en la calle Malají, en dirección a la calle Jagi, donde se encontraba la ieshivá. Cuando doblé a la izquierda, oí una voz…Incluso a la distancia, pude percibir la nostalgia que había en ella; era una voz cargada de lágrimas judías…Escuché a Rab Shalom,
Aunque en esa época no tenía idea de quién era. Me dirigí rápidamente al edificio de la ieshivá y en ese momento pude escuchar el sonido de las voces de los jóvenes, que se acercaba cada vez más. Yo estaba increíblemente conmovido. Al entrar al edificio, escuché cómo Rab Shalom pasaba dulcemente de renglón en renglón, hasta llegar a las palabras: ‘Y por nuestros pecados nos exiliaron de nuestra tierra…y nos distanciaron…y no podemos…’. Cuando me quise dar cuenta, ya estaba derramando lágrimas por el Bet HaMikdash junto con él. A partir de ese día, tuve que seguir viniendo. Cuando el hombre que había logrado despertar en mí, el reconocimiento de la santidad del Mikdash se mudó a Givat Mordejai, lo seguí. Deseo continuar llorando como un judío».
(Tal como lo relató Rabí A. K., un alumno de la ieshivá)
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El Rosh Ieshivá de la Ieshivá Tiferet Tzví, Rab Michel Shlapovarsky, solía pedirles a los jóvenes en su shiur, que rezaran en la Ieshivá Jevrón en Rosh Hashaná y que escucharan el servicio de Rab Shalom. Él tenía una razón especial para hacer esta petición. Les contó que cierta vez un alumno de su ieshivá, había llegado del sur de Israel. Al finalizar el mes de Elul, este alumno fue a ver al Rosh Ieshivá y le dijo que quería abandonar su estudio y regresar a su casa. «Yo le pedí», dice Rab Michel, «que esperara hasta después de Rosh Hashaná y que rezara en la Ieshivá Jevrón, antes de regresar. Él accedió. El día después de Rosh Hashaná, en el Ayuno de Guedaliá, ese mismo joven pidió encontrarse conmigo nuevamente. Él me informó con alegría, que no se iba a despegar de su Guemará y que iba a quedarse en la ieshivá. En la actualidad, es un conocido talmid jajam (erudito)».
(Como fue relatado por Rab Nejemia Karlinsky)
Tashlij
A medida que el sol comenzaba a hundirse por el oeste, sus rayos caían sobre los edificios de la ieshivá iluminando el bet midrash y los dormitorios, desde donde los jóvenes estaban saliendo. Era la tarde de Rosh Hashaná y se estaban dirigiendo hacia un pozo de la zona, para hacer Tashlij. Los habitantes laicos del barrio esperaban este momento del año para pararse en sus balcones y mirar a la multitud pasar. «¡Miren!» susurraban conmovidos. «Allí, en el medio, el anciano rabino de Jerusalem». Con su abrigo blanco, medias y iermulka blancas, era un espectáculo imponente. Centenares de personas caminaban hasta llegar a la zona cubierta de hierbas, cerca del pozo. Allí, se detenían para recitar Tashlij.
De vez en cuando, Rab Shalom, como muchos otros, se detenía para secarse una lágrima. Su voz se elevaba en la quietud del aire, al pronunciar cada palabra: ¡Shir hamaalot mi maamakim keratija Hashem! Todos y cada uno de ellos, repetían las palabras y luego, en un silencio que los hacía sentir más elevados, lo seguían con reverencia, de regreso a la ieshivá para comenzar el segundo día de Rosh Hashaná.
«Era un momento precioso, allí entre los árboles, en el claro cubierto de hierbas», recuerda un alumno. «La paz que emanaba de Rab Shalom en Rosh Hashaná era como un regalo. Durante Tashlij, pude probar una minúscula fracción del último Día del Juicio, en el cual todos los árboles se regocijarán ante Hashem cuando Él venga a juzgar al mundo. ‘Y Él redimirá a Israel de todos sus pecados'».
Debo Estar
Una noche, unos días antes de Rosh Hashaná, el cuñado de Rab Shalom, Rab Abraham Dov Auerbach, fue a la casa de los Schwadron. Inmediatamente vio que Rab Shalom estaba absorto en introspección, preparándose para el Día del Juicio. Rab Abraham Dov esperó un momento y luego dijo: «¡Rab Shalom! Me gustaría saber la verdad acerca de qué hay en los corazones de los baalé tefilá y, específicamente, en su propio corazón cuando usted grita emocionado: ‘Aquí estoy, pobre de buenas obras, agitado y temeroso’. ¿Tiembla usted sólo delante de Hashem o tiene además algún otro temor como la aprensión de comenzar Musaf y saber que la congregación está pendiente de cada palabra que sale de su boca?».
Rab Shalom lo contempló un rato largo, replanteándose la pregunta. Luego, con un entusiasmo repentino, tomó su lapicera (era el momento del año en el cual él tradicionalmente se abstenía se hablar) y escribió: «¡Rab Berel! ¡Rab Berel! ¡Usted dice la verdad! Usted me está haciendo una pregunta incisiva y profunda. Pero, ¿qué podemos hacer? ¿Qué podemos hacer? Morenu Rab Eliahu Lapián ya hizo referencia a este problema». (En la introducción al Lev Eliahu, Rab Lapián dijo que había omitido por completo, esa frase. De manera similar, Rab Eliahu Dessler se negó a conducir el servicio de Musaf por temor a esa misma frase).
Dos días después, desde ese Rosh Hashaná y por varios años más, Rab Shalom adoptó la costumbre de decir en voz alta: «Aquí estoy parado, pobre de buenas obras», y murmuraba «tzarij liiot (debería estar)», luego expresaba: «agitado y temeroso», en voz alta. La congregación jamás supo el secreto de su breve pausa. Con el tiempo, cambió su costumbre y comenzó a cantar sólo a partir de las palabras: «Por consiguiente, Te suplico, D’s de Abraham, etc.».