Amar
Nuestro nacimiento y la vida son fenómenos independientes a nuestra voluntad. No pedimos nacer ni existir. A su vez, toda persona normal ama la vida. El fenómeno de la existencia engloba dos componentes, uno pasivo: el nacimiento y la vida y otro activo: el amor por la vida. El amor que cada individuo profesa por sus seres queridos, su pueblo y su tradición es su forma de relacionarse con lo esencial, lo que trasciende las palabras, aquello que no se puede explicar, como la vida misma. Cuando amamos, el corazón inspira a la mente a desarrollar las estructuras que den soporte y continuidad a ese amor. El objetivo de la educación judía consiste en orientar esa fuerza esencial, ese amor, al ámbito de la unidad donde comprendemos que nuestras diferencias son exteriores, secundarias, y que en última instancia todos somos parte de la misma Realidad Infinita. El único bien posible es aquel que nos incluye a todos. En hebreo Amor-Ahava y Uno- Ejad poseen el mismo valor numérico, 13. La Torá nos enseña que 13 son las medidas con las que se gobierna y comprende al mundo, 13 señala el Amor Superior, el altruismo, la única energía capaz de unificar y armonizar a los opuestos.
La mayor motivación humana es poder transformar la dualidad en unidad.
¡¿Qué es amor sino encontrar lo que nos ayuda a trascender los límites!? Todo anhelo es en última instancia des-cubrir la armonía que nos hace sentir que tenemos una función en el universo, que nuestra
vida tiene un sentido trascendente integrada al Todo.
«Y viajaron desde Redifím y llegaron al desierto de Sinái y acamparon en el desierto e Israel acampó allí ante la montaña»
En el libro Shemót-Éxodo, cuando se relata la preparación previa a la revelación de la Torá en Sinái, el texto repentinamente cambia del plural al singular cuando se refiere al pueblo de Israel. Nuestros Sabios explican que en ese momento eran como un sólo ser cuyo propósito consistía en ayudar a su prójimo, como diferentes órganos y células de un solo cuerpo.
Sólo el compromiso con el prójimo conduce al bien colectivo.
Hasta que el pueblo de Israel no alcanzó el grado de «amarás al prójimo como a ti mismo» la Torá no les fue revelada. Cuando aceptaron esta responsabilidad mutua, cada individuo se vio liberado de sus necesidades personales. Ya no temió por su existencia, tuvo la seguridad de que cada integrante del pueblo de Israel estaba dispuesto a ayudarlo. En cambio, antes de que esto sucediera, cuando se encontraban dispersos entre los pueblos, como durante la esclavitud en Egipto, dependían de otros para sus necesidades. Cuando el individuo está preocupado por sí mismo, se encuentra incapacitado para comenzar siquiera a pensar en la mitzvá de «Amarás al prójimo como a ti mismo»; por eso la revelación de la Torá aún no le es posible.
Una enseñanza siempre actual
Lo mismo se cumple en el presente, ya que la Torá nos habla de principios espirituales y por lo tanto siempre vigentes. El pueblo judío, al reunirse en la Tierra de Israel, tiene nuevamente la posibilidad de llevar a cabo la mitzvá de «Amarás al prójimo como a ti mismo», como en Har Sinái. Pero para que ello suceda todos debemos estar de acuerdo en la responsabilidad mutua como lo estuvimos en «ese momento». El desafío al cual la Torá y las mitzvót nos enfrentan es la superación del egoísmo, y por ende de la especulación mental que sólo tiende a justificarnos constantemente. La Torá y las mitzvót le brindan al hombre, si éste así lo desea y lo realiza en forma correcta, un sistema que lo entrena permanentemente para transformar sus instintos, emociones, pensamientos y deseos en altruismo.
Nos relata el Midrásh que dos personas van a bordo de un barco, una de ellas comienza a hacer un agujero debajo de su propio sitio, perforando el barco. Su compañero le pregunta por qué hace eso, y aquél responde: ¡Qué te importa, estoy perforando bajo mi asiento! El compañero responde: ¡Moriremos juntos si el barco se hunde! (Vayerá Rabá 1, cap. 4).
Quien no practica la miztvá de amar al prójimo como a sí mismo, no sólo se daña él sino que daña a sus semejantes y les impide recibir la Torá; pues en esta miztvá se encuentra la energía que nos fusiona con la Fuente original de la vida