Aguardando la salvación…
Extraído de Nosotros y el tiempo por el Rab Eliahu Kitov
El mes de Adar es el último del año hebreo, el decimosegundo mes, si nos basamos en la cuenta que comienza a partir de Nisán, y es conocido con ese nombre en las Escrituras (I Crónicas 27:15; Ester 9:1). Incluso en un año hebreo de 13 meses, cuando se agrega un Adar más al calendario, también éste es denominado “el duodécimo mes”. De este modo, observamos que en Meguilat Ester (el Rollo de Ester) está escrito: En el duodécimo mes, el mes de Adar… (Ester 9:1). Según la tradición, la conspiración de Hamán para aniquilar a los judíos tuvo lugar en un año hebreo de 13 meses, y la salvación milagrosa aconteció en el segundo Adar, al cual el versículo se refiere como “el duodécimo mes”.
Rosh Jodesh Adar siempre tiene dos días puesto que Shvat, el mes anterior, es siempre un “mes completo” —de 30 días—. En un año de 13 meses, el primer Adar es siempre “completo” [de 30 días], y el segundo es “incompleto” [de 29 días]; por eso, Rosh Jodesh Adar II tiene dos días. En un año regular, Adar tiene 29 días, y por ende el Rosh Jodesh siguiente, Nisán, consta siempre de un único día.
CUANDO COMIENZA ADAR, AUMENTA LA ALEGRÍA
Nuestros Sabios enseñaron: Así como el júbilo disminuye cuando comienza el mes de Av, del mismo modo se incrementa cuando comienza el mes de Adar. Rab Papá dijo: Por lo tanto, todo judío que está involucrado en un litigio con un no-judío debe eludirlo durante Av, pues es un período de mala suerte, e intentará encararlo en Adar, ya que es un período de buena suerte (Taanit 29a). El Cielo dirige los méritos hacia un día meritorio, y el júbilo hacia un mes marcado por júbilo; y no existe mes tan alegre como Adar, el que está colmado de un sinfín de bendiciones ocultas que los ojos de los enemigos de Israel no pueden afectar.
Cuando el malvado Hamán buscó descubrir, recurriendo a la astrología, en qué mes el pueblo de Israel sería más vulnerable, echó suertes para determinar cuándo debía concretar sus planes perversos. La suerte cayó sobre el mes de Adar, ¡pero Hamán no se percató que en este mismo mes los judíos se encuentran en su mayor grado de fortaleza y esplendor! Así, cuando el mes que él planeó convertir en dolor y aflicción se transformó en un mes de regocijo y celebración, la alegría de los judíos fue mucho mayor aún.
EL SIETE DE ADAR
El 7 de Adar es el día en el cual nació nuestro Maestro Moshé, y en el que falleció ciento veinte años más tarde, pues Di-s “completa los años de los justos” hasta el mes y el día, como declara el versículo (Éxodo 23:26): Yo completaré el número de tus días.
Entre los piadosos y puntillosos en el cumplimiento de los preceptos es costumbre ayunar el 7 de Adar y recitar la plegaria especial de tikún (enmienda) correspondiente, que puede encontrarse en algunos sidurím (libro de plegarias). La muerte de los justos es considerada una fuente de expiación, tal como lo son el ayuno, la plegaria y el arrepentimiento. Cuando estas fuentes de expiación se combinan, el pueblo de Israel logra el perdón absoluto.
En el 7 de Adar, todo hombre debe considerar seriamente dos cuestiones, y estar atento a ellas: aguardar la salvación y temer al Juicio Divino.
AGUARDANDO LA SALVACION
¿Qué se pretende decir con “aguardar la salvación”? Una lección que vierte luz sobre ello puede extraerse del nacimiento de Moshé Rabeinu. Una enorme aflicción rodeó el nacimiento de Moshé. El Faraón había decretado: Todo varón que naciere, al río lo arrojaréis (Éxodo 1:22). Durante más de tres años, los ministros del Faraón y su pueblo entero se mantuvieron al acecho de toda mujer judía encinta. Cuando llegaba el momento de dar a luz y nacía un niño, se apoderaban del pequeño y lo arrojaban al río. Todo niño judío estaba condenado a una muerte inmediata apenas salía del vientre de su madre. El pueblo de Israel por entero, jóvenes como ancianos, vivía sumido en la aflicción y la desesperanza. Cuando Amrám, el líder de su generación, vio a su pueblo sufrir de tal manera, exclamó: “¡Todos nuestros esfuerzos son en vano!” Fue entonces que se separó de su esposa, para no traer más niños al mundo. Para ese momento, sin embargo, su esposa, Iojeved, ya estaba embarazada de tres meses de Moshé.
Cuando los judíos vieron lo que Amrám había hecho, también ellos decidieron divorciarse de sus esposas. Pero en ese preciso instante el espíritu Divino se posó sobre Miriam, quien tenía tan sólo cinco años de edad, y dijo: “¡Mi madre está destinada a dar a luz un niño que salvará al pueblo de Israel!” Sus palabras infundieron en sus padres un renovado sentimiento de coraje y fe, y se volvieron a casar, causando que todos los demás hicieran lo mismo. Tiempo después nació Moshé, quien redimiría al pueblo de Israel de Egipto.
¡Cuán inmensa era la preocupación y la angustia ante el nacimiento de Moshé! Toda la nación egipcia —hombres, mujeres y niños— lo buscaba para matarlo. Y he aquí que, luego de haber nacido, Moshé fue abandonado, indefenso, en las aguas del Nilo.
Una vez rescatado del río por la hija del Faraón, enfrentó un peligro más grave aún. Siendo todavía un bebé de pecho, cayó en las fauces del león, la casa del Faraón, aquella de la cual surgió el furor y la ansiedad de destrucción implacables contra el pueblo de Israel. Moshé no era más que un niño, no conocía a su padre ni a su madre, ni había visto alguna vez a su pueblo. Los malvados lo criaron con el afán de convertirlo en enemigo del pueblo judío, para que se aliara a ellos en el tormento de esta nación. En efecto, el clamor de aflicción de Amrám parecía justificado: “¡Todos nuestros esfuerzos son en vano!”
¡Mas ahora, ven y observa cuán inmensa es la fe de aquellos que esperan ansiosos la salvación! De no ser por la fe que latía en el corazón de Miriam y en el de aquellos que compartían su convicción, si Moshé no hubiera nacido, ¿cuál sería el propósito del mundo, que se hubiera vuelto amorfo y vacío? Pero una vez que nació Moshé —aunque fue implantado en la “guarida del león”— estaba destinado a surgir para salvar a su pueblo e iluminar al mundo entero por el resto de las generaciones. Incluso las confabulaciones de los malvados fracasarían y ellos mismos admitirían, como lo hizo el Faraón: “Di-s es justo”.
TEMOR AL JUICIO DIVINO
Moshé Rabeinu fue el maestro de todos los Profetas y, desde el día de su nacimiento, fue destinado para la profecía. Trajo salvación al pueblo de Israel, y en Egipto llevó a cabo, como emisario de Di-s, milagros maravillosos en favor de su pueblo. Dividió el mar y allanó un camino para ellos en los altos Cielos. Luchó con los ángeles y recibió la “Torá de fuego”. Se sentó al pie del trono Celestial y habló con Di-s frente a frente. Enseñó la Torá a todo el pueblo de Israel y le proveyó de sustento durante sus cuarenta años de permanencia en el desierto. Libró batalla contra los poderosos reyes Sijón y Og, e hizo que el sol y la luna se detuvieran en su lugar.
Sin embargo, cuando cometió un pecado menor en el incidente de las aguas de Merivá, y como consecuencia de ello la santidad del Nombre de Di-s se vio involuntariamente disminuida, su muerte fue decretada y se le denegó la entrada a la Tierra Prometida. Ni su propio gran mérito, ni todos sus logros alcanzados en favor del pueblo de Israel, pudieron protegerlo del atributo Divino de justicia, la verdad del Creador del mundo.
¡Cuán inmensa es, entonces, la profundidad del Juicio Divino, y cuán temeroso del pecado debe ser el hombre!
Eliahu Kitov