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Acumulando piedras preciosas

Aquel rey tenía una gran preocupación. Su país estaba en guerra con la nación vecina, y ya habían pasado varios años sin que se encontrara la solución; ni por medio de la paz, ni por medio de la victoria.
Un buen día se le ocurrió que le iba a otorgar un grandioso premio, a aquel que lograra, de algún modo, poner fin a la contienda. El premio iba a ser, nada menos que poder entrar a la bóveda del tesoro real, y quedarse con todo lo que pueda llevarse en el lapso de siete minutos.
Surgieron miles de propuestas, pero ninguna de ellas satisfizo al rey.
Hasta que un día llegó un humilde trabajador con una idea que, luego de ponerla en práctica, acabó con años de guerras y angustia, y trajo la felicidad a toda la nación.
Ahora el rey se encontraba ante un nuevo dilema: si permitía que ese hombre entre a su bóveda, en siete minutos podía desvalijarla. Y toda la fortuna acumulada por él y por sus antepasados, se perdería en un instante. Por otro lado, si no le daba el premio, aparecería como un rey mentiroso. ¿Y cómo podría en el futuro imponer su autoridad, si en el momento más trascendental de la historia de su país, había faltado a su palabra?
Reunió a su gabinete y le pidió un consejo a sus ministros. Uno de ellos sugirió lo siguiente: «Si su majestad acepta poner en práctica mi plan, ni se verá afectado su buen nombre, ni su tesoro será reducido».
«¿De qué se trata?», quiso saber el rey.
«Tengo conocimientos de que ese hombre, a pesar de su situación, es muy afecto a la música. Mi idea es que el día que le toque entrar a recibir su premio, coloquemos en la bóveda una orquesta que ejecutará las más armoniosas melodías. No me cabe duda que, cuando las escuche, quedará extasiado y no alcanzará a sacar nada de allí».

El proyecto fue aceptado por el rey y tomó la decisión de llevarlo a cabo. Llegó el día, y el hombre se vistió de fiesta. También vistió de fiesta a todos sus familiares, que ya hacían proyectos, calculando la inmensa cantidad de dinero y riquezas que iba a acumular el ganador del premio.
Fueron todos al palacio del rey, y antes de despedirse, la esposa, los hijos y los familiares del hombre, le auguraban buena suerte y le daban indicaciones de cómo debía hacer para juntar la mayor cantidad de cosas en menos tiempo.
«Toma los objetos más pequeños, pero de mayor valor», le decían unos. «No pierdas ni un segundo, aprovecha bien todo el tiempo», le aconsejaban los otros. Los súbditos del rey vinieron por él; lo separaron del grupo y lo introdujeron en la bóveda. El tiempo comenzó a transcurrir.
Una vez adentro, lo primero que le llamó la atención fue la cantidad y la calidad del tesoro que estaba a su alcance. Cuando se iba dirigiendo al primero de los objetos que iba a tomar, escuchó los acordes de la orquesta
que comenzó a tocar. Era una melodía hermosa, como las que a él le gustaban. Se quedó como paralizado, subyugado ante esa armonía de sonidos.

De repente, se dio cuenta que no fue para eso que entró a la bóveda, y siguió caminando hacia el tesoro. Y otra vez, llegó a sus oídos una música que parecía celestial. Por un lado, escuchaba los acordes de aquello que tanto le gustaba, y que lo distraía de su objetivo. Por otro lado, una voz interior le decía: «¡Cuidado! No te vayas a olvidar para qué viniste aquí». Aparentemente, esa voz interior no sonaba tan agradable como la música, y
esta última terminó por concitar su atención de manera tal que no le permitió hacer nada de lo que se había propuesto antes de entrar a la bóveda.
Pasaron lo que al hombre le parecieron unos pocos segundos, y la puerta de la bóveda se abrió. A sus espaldas, se oye al soldado que antes lo había dejado entrar, diciendo: «¡Sal! Se te acabó el tiempo».

Se encontró a sí mismo afuera, sin poder creer lo que había sucedido. Sus familiares corrieron a felicitarlo, y se quedaron petrificados cuando vieron que tenía ¡las manos vacías!.
¡Qué decepción! Toda su vida estuvo sufriendo para ganarse el pan. Y ahora que podía haberse hecho rico él y todos los suyos, no aprovechó la oportunidad. ¡Y todo por una simple música!

Una situación parecida a la relatada en la parábola anterior puede encontrarla el Iehudí después de cumplir su ciclo en la vida terrenal. Los años de existencia en la tierra son como los siete minutos. Son, en realidad, setenta años de promedio. Pero comparados con la Vida Eterna del Olam Habá, resultan insignificantes. El Ieser Hará sabe que la persona podría acceder a esa riqueza incomparable que es la Vida Eterna en el Olam Habá, y trata de hacer todo lo posible para impedirlo. Para ello, le hace escuchar a la persona esas «melodías hermosas», con el fin de distraerle la atención de cuál es la verdadera finalidad de su existencia en este mundo.

Los placeres terrenales son como esas melodías, que le hacen olvidar cuál es su misión. Y de vez en cuando, la persona recuerda y toma conciencia de ello, por lo que cumple las Mizvot y estudia Torá, pero el Ieser Hará sube más el volumen de esa música, y la persona a veces termina por distraerse totalmente.

En una cosa nosotros somos diferentes afortunadamente al hombre que entró a la bóveda a recibir su premio: aquel hombre no sabía que se le había tendido una trampa, y cayó en ella indefectiblemente. Si lo hubiese sabido, hubiese tomado las precauciones y se hubiera esforzado por no hacer caso a los sonidos que parecían bonitos, pero que encerraban una intención destructiva.

¡Bendito nuestro Di-s, que nos ha creado para Su Honor, y nos ha revelado el secreto de la vida! Nosotros sabemos, de un principio, que el Ieser Hará
existe, y cuál es su intención. También Hashem nos ha hecho conocer cuál es la forma de callar esa música del Ieser Hará. Como está escrito: (le dice
Hashem a Am Israel) «He creado el Ieser Hará. Y también he creado su
antídoto, que es la Torá. Si ustedes estudian Torá, no caerán en su trampa»

(Masejet Kidushin 30).

Con este secreto que nos reveló Hashem, se nos facilitará la tarea de
liberarnos de la incitación del Ieser Hará, y al llegar a este mundo, podremos acumular tesoros inmensos (Mizvot y buenas acciones) para llevarnos al Olam Habá. ¡Aprovechemos la oportunidad!

(Gentileza Revista semanal Or Torah, Suscribirse en: ortorah@ciudad.com.ar )

1 comentario
  1. Andrés Jurado Jiméne

    Estaba buscando una lección de vida. Soy músico y llevo toda mi vida extasiado por la música, he dejado al lado muchos tesoros que pudieran hacerme rico por ir detrás de la música…pero saben que? la música cuando esta hecha para el Eterno vale mas que todo el oro del mundo, que todas las riquezas del mundo ya que con la música abrimos campos y dimensiones directas al creador; el oro, las esmeraldas, y todos los bienes materiales también son símbolo de nuestra riqueza espiritual, pero creo que la historia podría cambiarse con otro medio que no sea la música..existe mucha clase de música y estoy seguro que muchas personas darían la vida consiente-mente por la música con conciencia y con amor a el Eterno.

    30/07/2018 a las 07:21

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