HALEL
El alma en el relato de la Torá
Vaicrá
+100%-

6) Behar

Habló IHV”H a Moshé en el monte Sinai

El ser humano ha dominado el fuego, la electricidad, la energía atómica, ha pisado la luna y descendido al fondo de los mares, pero cuando se trata de conocerse a sí mismo y dominar sus fuerzas interiores, permanece en la ignorancia.

El primero de enero de 1934 el tercer Reich decretó una ley que consideraba la castración como una pena accesoria a la condena, y la esterilización como una simple medida de orden público destinada a reforzar «una buena higiene de la raza». Se crearon «tribunales eugénicos», que juzgaban cada caso, dictando las sentencias correspondientes. Los motivos de esterilización eran la debilidad mental, la demencia precoz, los estados maníaco-depresivos, el alcoholismo, las deformidades corporales, la epilepsia, la ceguera, la sordera hereditaria, etc.

El tercer Reich concebía al mundo estético-corporal como el objetivo de «la perfección», consecuentemente la «raza aria» vivía en un ambiente de promiscuidad y depravación sexual característico de todas las culturas que toman lo estético-corporal como un fin en sí mismo. La casta militarista sustentada por el feudalismo agrario y por el gran capitalismo industrial inducía todo tipo de aberraciones psíquicas y sexuales que incluso se habían infiltrado en las capas populares. Así encontramos que en la década de 1920 se hallaba muy en boga la prostitución masculina, teorías absurdas de pureza racial, etc. La cultura germana preparó y el tercer Reich actualizó las tradiciones milenarias de la época de los antiguos bárbaros –enraizadas en el culto al poder a subyugar- representado por las divinidades guerreras y los héroes legendarios evocados en las trilogías wagnerianas.
El nazismo como todo culto pagano pretende que un cuerpo finito alcance un placer infinito. Así como Egipto, Roma y Grecia, así el nazismo basó su cultura en lo corporal, la realidad material-sensorial como un fin en sí mismo y como el cuerpo, nacieron con un destino: la muerte.

La armonía universal
Yo soy una creación y mi prójimo también. Mi trabajo está en la ciudad y el suyo en el campo. Yo me levanto temprano para hacer mi labor y él para hacer la suya. Así como él no presume de realizar mis tareas, tampoco yo presumo de realizar las suyas. Se nos ha enseñado: Aquél que produce más y aquél que produce menos son iguales en tanto sus corazones estén dirigidos hacia el cielo.
Talmud de Babilonia, tratado Brajót página 17a

La humanidad es análoga a un gran cuerpo compuesto por distintos órganos, cada uno con diferentes funciones pero con el objetivo común de servir al bienestar del hombre. El hombre está sano cuando cada célula de cada órgano trabaja para que éste pueda servir al cuerpo. En cambio, si una célula se desliga de su función y responsabilidad con respecto al órgano al cual pertenece y trabaja para sí, descuidando su relación con el resto del cuerpo, ello afectará a todo el sistema debilitando también a la propia célula que generó dicho desequilibrio.
Toda cultura y civilización cumple una función en el contexto del gran cuerpo de la humanidad. Cada individuo tiene una función irreemplazable dentro del «órgano» al cual pertenece. Los conflictos entre diferentes pueblos y civilizaciones son similares a un cuerpo enfermo. Cuando el deseo de recibir egoísta induce a un individuo o a un grupo a pretender que el «órgano» al cual pertenece sea el único válido, está actuando en contra de la ecología espiritual, o sea de las leyes con las cuales HaKadósh Barúj Hú estructuró el mundo.
En cambio, cuando todos los pueblos se unen con la intención de beneficiar al gran cuerpo que conforma la humanidad, todos reciben por igual: uno produce materia prima, otro la desarrolla, y así sucesivamente. Cada ser, comunidad, nación, etc., aporta de acuerdo a su verdadera naturaleza y vocación y de esa forma comparte todo y se unifica en torno al objetivo común: el bienestar del hombre. Es así como cada ser humano, sociedad, cultura y civilización, logra expresar su potencial en forma constructiva de acuerdo a sus características. De ese modo surge el bien que conduce a la armonía universal.

Torá miSinai
El primer capítulo de Pirkéi Avót o la Sabiduría de los ancestros de la Mishná comienza diciéndonos: «Moshé recibió la Torá desde Sinai y la transmitió a Ieoshúa, éste a los ancianos y ellos a los profetas quienes la transmitieron a los hombres de la Gran Asamblea o Knéset Hagdolá». Rabí Ovadia de Bartenura, el comentarista clásico de la Mishná (siglo XV), nos dice que el texto tiene como objetivo hacernos saber que estos principios de conducta no son producto de la imaginación personal de nuestros Sabios. El Tanaíta Rabí Iehudá Hanasí comenzó diciendo «Moshé recibió la Torá desde Sinai», para hacernos saber que estos Principios no fueron inventados, sino que se basan en la transmisión ininterrumpida a través de una cadena de maestros y discípulos que se pierde en los albores de los tiempos.
Así como el conocimiento científico se basa en des-cubrir los principios de la naturaleza y no en inventarlos, asimismo sucede con los principios espirituales, los sabios y profetas los des-cubren.
Si un niño ignora el peligro a que se expone si introduce su mano en el fuego, éste actuará independientemente de su creencia y/o conciencia. Sabiduría es el conocimiento objetivo de relaciones de causa-consecuencia y no lo que creemos o dejamos de creer.
Cuando la Torá nos advierte acerca de las consecuencias de la codicia, el robo, el asesinato, la promiscuidad, etc. no está enseñándonos simplemente moral, nos enseña los fundamentos esenciales que sostienen cualquier sociedad y que de no ser respetados terminan por destruirla. Civilizaciones e imperios como Egipto, Grecia, Roma y en los tiempos modernos el tercer Reich terminaron destruyéndose a causa de no implementar esos principios altruistas y civilizadores, fundamentos inamovibles de toda sociedad.

Torá y psicoanálisis
Freud «des-cubrió» -varios milenios después que la Torá lo formuló- que la energía del deseo es la que mueve todos los procesos de la vida. Freud hizo tomar conciencia al hombre moderno de sus fuerzas primigenias «liberándolo de todo prejuicio». Freud articuló toda su concepción basado en el lenguaje en que se educó, así la mitología griega fue el medio a través del cual transmitió sus ideas. Los dioses griegos, así como casi todas las deidades mitológicas de las diferentes tradiciones (inclusive los dioses categóricos y filosóficos de Aristóteles) descienden del Olimpo y actúan en forma completamente contraria al ideal de sociedad y familia que nos propone la Torá. Los sistemas idólatras y paganos adaptan la realidad espiritual a las debilidades humanas. Sus deidades no son modelos dignos de imitar, por el contrario, son el máximo exponente del instinto y la perversión. Freud le hizo recordar al hombre su desafío arquetípico. Así como la serpiente incita a Javá a comer del árbol prohibido –el del conocimiento del bien y del mal- Freud le devuelve al hombre moderno su contacto con lo esencial. La serpiente hace razonar a Javá y le dice que es ridículo pensar que HaKadósh Barúj Hú creó algo malo para el hombre. Lo que dice la serpiente es verdad siendo que todo fue creado con Sabiduría y bueno en su tiempo. Lo que no le dice la serpiente es que para comer de ese árbol debe adquirir la Sabiduría-Torá para saber cuándo y cómo ingerir «el fruto». Freud destruye casi 2000 años de prejuicios y falsa moral, le dice al hombre que no tenga miedo del deseo, pero Freud no conocía en profundidad la Torá y menos aun la Sabiduría Interior de Israel -la Kabalá– por lo cual libera una fuerza que él mismo no conoce hasta sus últimas consecuencias. Freud enfrentó al hombre a si mismo, pero lo dejó desnudo, lo confrontó a modelos que no consiguen armonizar sus instintos y deseos para consolidar una sociedad sana y justa.
La Sabiduría Interior de Israel, por el contrario, nos transmite que Moshé asciende a través del Monte Sinai a unirse HaKadósh Barúj Hú para luego transmitirles a los hombres un código universal, una fuerza civilizadora, la sabiduría contenida en la Torá. La tradición de Israel nos enseña que antes de recibir la Torá –los Principios Espirituales- la fuerzas primigenias se encuentran en un estado caótico y que la Torá es la destinada a darles la forma correcta: altruismo. Las mitzvót contenidas en la Torá actúan sobre el deseo: donde no hay deseos ni elección la Torá no tiene necesidad de darnos mitzvót, ya que es el deseo la energía primigenia, innata e instintiva que debemos encauzar en la forma correcta: altruismo.

Una revelación permanente
Nos toca vivir un momento especial de revelación. La energía nuclear, el genoma, la internet y todos los avances de la ciencia nos revelan la Infinita Sabiduría con que HaKadósh Barúj Hú creó el mundo. HaKadósh Barúj Hú no creó nada malo, el hombre puede utilizarlo mal. H’ creo un mundo destinado a recibir la Plenitud Infinita, por ello nos dio la Torá para que sepamos discernir en forma correcta y entonces podamos recibir todo lo que H’ creó, ya que no fue creado sino para el hombre.

HaKadósh Barúj Hú es Infinito, Ein-Sof, lo que nos exige sobreponernos a las propias limitaciones mentales y emocionales para poder des-cubrirLo en todo aspecto de la realidad. De ahí que no exista detalle que pase desapercibido para la Torá y las mitzvót, tanto en lo que consideramos sublime como en lo «ridículo». Toda la realidad no es más que una interfase entre nosotros y El.

No hay nada nuevo bajo el sol
El confrontamiento con el paganismo no es nuevo para el pueblo judío. Abraham Avinu, el iniciador del pueblo de Israel, comprendió hace ya miles de años la dificultad y las debilidades del hombre en su camino espiritual; siendo aún un niño destruyó las estatuas de Téraj, su padre, quien se encontraba inmerso en la idolatría reinante. La idolatría, el paganismo, parcializa y proclama la independencia de lo particular y pasajero –la perfección estético-corporal- en vez de elevar e integrar la individualidad a lo universal.
La representación de imágenes fija la realidad en un momento histórico, a una estética, a una determinada cosmovisión. El impedimento de darle forma material a la realidad espiritual nos exige sobreponernos a nuestras limitaciones mentales y emocionales. La imagen es estática, parcializa y proclama la independencia de lo particular y pasajero en lugar de elevar e integrar lo individual a lo eterno. En lugar de educar al hombre a expandirse a lo Infinito lo encierra en lo finito. Abraham Avinu des-cubre que la aparente multiplicidad de seres y aspectos que conforman la realidad, tanto de orden material-sensorial como espiritual, son diversos grados de una misma y única Realidad Infinita, denominada en el lenguaje interior de la Torá: Ein-Sof. Dicha Realidad es generada por la Esencia Creadora, la cual es llamada en dicho lenguaje espiritual: HaKadósh Barúj Hú, HaShém, Atzmút , etc.

Un objetivo trascendente
El libro del Zóhar nos indica que el propósito de la Creación del ser humano es la plenitud total y absoluta, la Armonía Universal, por ello la Torá se concentra en ayudarnos a dirigir todas nuestras energías hacia ese objetivo. Cuanto más altruistas sean los objetivos que se quieren alcanzar, a más individuos habremos de beneficiar, sean «perfectos o imperfectos» en la concepción estético-corporal de alguna de las formas que adquiera la idolatría pagana materialista. El verdadero desafío es transformar el egoísmo en altruismo, el «mejor» de los sistemas socio-políticos-económicos está destinado a fracasar si el hombre es egoísta y el «peor» será justo si el hombre es altruista. El objetivo de la Torá es la armonía de la humanidad, siendo que todos los hombres fueron creados por el Uno con un objetivo y una forma de alcanzarlo.

La historia se repite
La ideología pagana, manifestada de una forma u otra a través de la historia, se siente «incómoda» con la existencia del pueblo del Libro. La Torá enfrenta al hombre a su principal enemigo, el egoísmo, dejando en evidencia la mentira. Si queremos saber dónde hay vestigios de idolatría pagana analicemos quiénes acosaron, acosan y acosarán a Israel.
El mundo conoce perfectamente la relación esencial –confirmada por la historia en todas sus versiones- como lo es la del pueblo de Israel con la tierra de Israel y con HaKadósh Barúj Hú. No existe una nación, una tierra y una sabiduría que mantengan una relación tan estrecha documentada por el Libro de los libros -el más famoso del mundo- y a pesar de ello Israel es y ha sido exigido a demostrar su derecho a existir, a practicar su tradición y a vivir en su tierra.
Quienes pretenden desarticular la relación esencial entre el pueblo de Israel con su tierra, con Jerusalem -su milenaria capital- y con su Torá, están atentando en contra de sí mismos, en contra de su alma y queriendo acallar a su conciencia.

El enemigo de la humanidad
La segunda guerra mundial confrontó a los enemigos de la humanidad, el paganismo idólatra, con quienes querían la paz. La mayor aspiración humana es la paz, por ello debemos unirnos en contra de los verdaderos enemigos de la paz promoviendo sistemas altruistas basados en los Principios Espirituales que enseñen a la humanidad a discernir y no ser nunca más engañados por los auténticos dementes, maníaco-depresivos, ciegos, sordos e insensibles al sufrimiento humano que no hacen más que proyectar sus deficiencias en las minorías para no tener que enfrentar sus propios desafíos.
Cuando los discursos en pro de la paz se pronuncian debemos distinguir a quién acusan ¿a los enemigos de la humanidad o a sus defensores? La víctima directa e indirecta del terror es la vida. Legitimizar el terror asesino suicida significa fortalecer la idolatría pagana en su acepción moderna y neutralizar el antídoto contra el peor de los males, que en todos los tiempos más vidas ha cobrado: el egoísmo.
Si no nos adelantamos y educamos con objetivos precisos definiendo dónde está el bien y dónde el mal otros impondrán sus «valores». Los Hitler y Bin Laden que cada tanto surgen tienen «objetivos claros»: aprovechar el vacío que deja nuestra educación meramente informativa en lugar de una formativa ¿Decidimos nosotros o continuamos con la inercia y educamos «ingenuamente» para que tarde o temprano el paganismo idólatra se metamorfosee en una nueva forma que nos retrotraiga a épocas que todos deseamos olvidar? Entonces: ¿Qué hacemos?

Deje su comentario

Su email no se publica. Campos requeridos *

Top