4) Seleccionar el camino propio
Extraído y adaptado del Calendario Cabalístico de Sivan escrito por Ben Itzjak. Consultas y comentarios a ruthshira@tora.org.ar
Con relación al hecho de que la Torá fue entregada en el desierto, dijimos que el genial sabio de Praga, el Maharal, explica que la esencia del desierto es la de un sitio sin caminos. O siendo más claros aún: es un territorio en el que todos los caminos son posibles, razón por la cual el hombre extraviado normalmente renuncia a todo movimiento y se deja morir, o camina en círculos recurrentes y reiterativos de locura y muerte.
Cuando todo es posible, nada es posible.
Cuando todas las formas son posibles, entonces en realidad se carece de forma propia, ya que también según el Maharal, la forma rechaza la forma.
No es casual que los sabios sugieran que la Torá y el diluvio se encuentran de algún modo relacionados. ¿Cómo? La primera letra de la Torá es la bet, la del medio es la vav, y la última es la lamed, letras que conforman la palabra bul -confusión-, raíz de la palabra mabul, diluvio.
El diluvio bíblico, a través del agua, arrasó con toda forma existente.
La Torá, al ser recibida por el hombre, también arrasa con la forma anterior.
La sabiduría imprime una forma nueva en la persona.
Y una forma determinada obliga a su vez a un comportamiento determinado y a recorrer y a seguir un camino en particular.
Cuando se vive bajo un diluvio permanente de información y datos, se carece de una forma propia. Cuando la persona se aproxima a la sabiduría, entonces toma forma, vislumbra un camino individual, propio, y se dirige decidida a una vida plena de sentido.
Durante tres años, Zusia y elimelej viajaron por el país, pues querían compartir la suerte de la divina Presencia en el exilio y enseniar a quienes estaban en el error. Una vez pasaron la noche en una taberna donde se celebraba una boda. Los asistentes eran gente ruda y violenta y habían bebido más de la cuenta. Estaban precisamente tratando de idear una nueva forma diversión cuando llegaron los dos pobres viajeros, justo a tiempo para su propósito. Apenas se habían instalado en un rincón, Rabí Elimelej contra la pared, y Rabí Zusia junto a él, cuando se presentaron esos individuos, se apoderaron de Zusia, que estaba más a mano, y lo golpearon y atormentaron. Al cabo de un rato lo dejaron caer al suelo y se pusieron a bailar. A Elimelej le molestó que lo hubiesen dejado yacer sobre su saco sin molestarlo. Envidiaba a su hermano los golpes que había recibido. Entonces dijo: «Querido hermano, déjame tenderme en tu sitio y duerme tú en mi rincón». Y cambiaron los sitios. Cuando los asistentes terminaron de bailar, quisieron reanudar la diversión y echaron mano a Rabí Elimelej. Pero uno de ellos gritó: «Así no debe hacerse! Que el otro tengas su parte de nuestros regalos de honor! Con lo que arrancaron a Zusia de su rincón, le dieron una segunda paliza y gritaron:»También tú te llevarás un recuerdo de la boda!»
Entonces Zusia sonrió y dijo a Elimelej: «Ya lo ves, querido hermano, cuando hay golpes destinados a un hombre, siempre lo encontrarán, dondequiera que esté».
Con la mejor buena voluntad, y con la más pura de las intenciones, no podemos ocupar el lugar del otro. Nuestros caminos son individuales, particulares, y las pruebas que nos esperan fueron preparadas y destinadas para nuestro crecimiento espiritual.
Rabí Shalóm Shajna quedó huérfano siendo aún muy joven y creció en la casa de Rabí Najum de Tchernobil, quien le dio a su nieta por esposa. Sin embargo, algunos de sus modos y maneras eran diferentes de las de Rabí Najum y disgustaban a este. Parecía muy propenso a la exhibición, y su devoción por las enseñanzas era inconstante. Los jasidim no dejaband e insistir ante Rabí Najum para que obligara a Rabí Shalom a vivir de forma más «corriente».
Un año, durante el mes de Elul, época en la que todos se sumen en el arrepentimiento y se preparan para Rosh HaShaná, el día del Juicio, Rabí Shalom, en vez de ir a la Casa de Estudio con los demás, marchaba diariamente al bosque para no regresar hasta la noche.
Finalmente, Rabí Najum lo mandó llamar y lo amonestó, ordenándole que leyera un texto de la Cábala cada días y que recitara los salmos, tal como lo hacían los otros jóvenes en esa época del año.
Rabí Shalom escuchó en silencio y con atención. Luego dijo: «En cierta ocasión colocaron huevos de pato en el nido de una gallina, y esta los empolló. La primera vez que se acercó al arroyo, los patitos se tiraron al agua y empezaron a nadar alegremente. La gallina corría por la orilla desesperada, ordenando con su cloqueo a esos audaces que regresaran inmediatamente para que no se ahogaran. «No te preocupes por nosotros, madre», respondieron los patitos. «no tenemos por qué tener miedo al agua…Nosotros sabemos nadar».
La Torá nos permite reelegir un camino, propio, claro y salvarnos de una vida en la que todo camino es posible, tal como la vida en el desierto.