HALEL
Bamidbar
El alma en el relato de la Torá
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2) Behaalotjá

Habló IHV”H a Moshé diciendo: Dile a Aharón que cuando encienda las siete lámparas de la menorá-candelabro lo haga de modo que iluminen hacia el frente.

La conciencia
El cerebro y la mente serían como la computadora y su sistema operativo respectivamente. Tanto en la computadora como en nuestra mente podemos «cargar» los programas que deseemos, o sea diferentes formas de estructurar y percibir la realidad. Esta interacción es la que genera nuestros pensamientos. Pero la computadora es sólo una máquina, no discierne en la información que recibe y tampoco busca un sentido a su «existencia». El ser humano posee conciencia y ello lo impulsa a buscar la verdad.
Una de las definiciones de conciencia que da el Diccionario de la Real Academia es: «Conocimiento interior del bien y del mal».
Acumular información o actuar instintivamente, poseer un cerebro y una mente no es garantía de desarrollar conciencia, debemos activarlos correctamente.

La menorá-candelabro también es un mecanismo de tubos donde se vierte el aceite pero si no se enciende e ilumina no pasa de ser un simple objeto decorativo. Lo mismo sucede con el hombre, mientras no «se encienda» e ilumine al prójimo no es más que un sofisticado mecanismo de carne y hueso. ¿Cómo surge la mente humana? y ¿Cómo surge la conciencia?

La experiencia sensorial
La ciencia nos enseña que el cerebro gobierna las actividades motoras y sensoriales utilizando sistemas de células llamadas neuronas. Las neuronas se encargan de elaborar y transmitir los mensajes a todo el organismo. Esto le brinda al cerebro información del cuerpo y de su entorno físico. Pero, ¿qué sucede con los aspectos emocionales e intelectuales, aquellos que nos diferencian de los reinos mineral, vegetal y animal y que nos permiten desarrollar escritura, sentido de la historia, plantearnos la necesidad de conocer los principios del universo, lo trascendente?
Aunque se sabe en cuales zonas del cerebro se producen las representaciones visuales, auditivas o el lenguaje, la ciencia no sabe cómo se logra la representación de nuestros pensamientos y sensaciones.
Los pensamientos y los sentimientos así como las sensaciones pueden ser inducidos, detenidos o alterados química y eléctricamente. Ello produce señales que pueden ser codificadas mediante técnicas como la tomografía. La conciencia, tomada desde esta perspectiva, sería apenas la de la experiencia sensorial, la conciencia corporal.

Dos mundos en armonía
El cerebro humano está conformado por dos hemisferios. El izquierdo es el dominante en la mayoría de las personas, es el que se relaciona con la facultad del lenguaje, matemática y lógica. El hemisferio derecho con la música, las artes, la intuición. Hasta el momento, los científicos han descubierto que la mayoría de nuestras percepciones conscientes se generan en la mitad izquierda.
Estas dos mitades del cerebro están interconectadas, y de ser cortada dicha conexión la parte izquierda no tendría acceso a la derecha y viceversa. Con el propósito de corregir ciertos trastornos (en casos específicos mediante cirugía) se desconectan estos dos hemisferios cerebrales. A simple vista ello no afecta el comportamiento de los pacientes; nadie puede notar la diferencia entre ellos y el resto.
La diferencia es tan sutil, que sólo es detectable a través de una prueba muy peculiar. Se sitúa al paciente frente a una pantalla y sobre una mesa se colocan algunos objetos. Inmediatamente sobre la región izquierda de la pantalla se proyecta fugazmente uno de los objetos depositados sobre la mesa. Nuestro sistema visual está conformado de tal modo que cuando la imagen se proyecta sobre la mitad izquierda de la pantalla es percibida por la mitad derecha del cerebro. Tras la pregunta de qué vio sobre la pantalla, el encuestado responderá que no ha visto absolutamente nada. De acuerdo a lo antes expuesto, la mitad consciente del cerebro que genera el lenguaje es la izquierda y consecuentemente no «vio» nada, pues al no tener acceso al lenguaje no puede nombrarlo, no toma conciencia y le pasa desapercibido.
La imagen llegó sólo a la mitad derecha del cerebro. Dado que la mitad izquierda está desconectada de la derecha no pudo recibir la información, entonces la persona no tomó conciencia y contestó que no vio nada.
Seguidamente se le pide al paciente que levante de la mesa el objeto que corresponde a la imagen que vio proyectada. Entonces la persona extiende su mano izquierda (controlada por la mitad derecha del cerebro) y levanta el objeto correspondiente.
La mitad del cerebro que vio y actuó (derecha) no es la misma que contestó la pregunta (izquierda). La persona contestó con seguridad que no vio nada sobre la pantalla y que levantó el objeto porque se le ocurrió. Este simple experimento ilustra el concepto de lo que significa conciencia.
Ambas personas realizan la misma acción por la misma razón, o sea, la orden de escoger el objeto proyectado sobre la pantalla. La diferencia reside en que el paciente que posee sus hemisferios cerebrales desconectados no tiene acceso consciente a la causa de su actitud, cree que él mismo decidió levantar el objeto. Las personas que no fueron sometidas a dicha intervención tienen plena conciencia de la causa de su acción y saben que no fue inducida por ellos mismos.

Conciencia y lenguaje
La conciencia surge a partir de un lenguaje que pueda describir la realidad que percibimos: allí donde nuestro lenguaje no posee alcance no poseemos conciencia.
El lenguaje es el instrumento y la mente es el espacio donde el hombre puede discernir sus pensamientos.
Nuestra tradición (Séfer haIgaión, etc.) nos enseña que la percepción de la realidad se puede dividir en dos aspectos:

a) Lo sensible, alcanzable o cognoscible mediante los sentidos: el ámbito material-sensorial.

b) Lo inteligible, alcanzable mediante la inteligencia:
los ámbitos mentales y espirituales.

Las formas exteriores estimulan los sentidos, otorgándole al hombre la percepción del ámbito material-sensorial. Sin embargo, cuando nuestro lenguaje no trasciende el ámbito material-sensorial limita al hombre a lo inmediato y empírico, o sea a los efectos que producen las impresiones exteriores en sus sentidos.
La percepción mental y espiritual, en cambio, es el resultado de un proceso de discernimiento inteligente que desemboca, finalmente, en una comprensión más amplia de la realidad.
Ejemplo: Cuando observamos un espacio iluminado concluimos en que debe haber una fuente luminosa de donde proviene dicha luz. La percepción mental y espiritual tiene el potencial de «ver» más allá de lo inmediato estableciendo una relación objetiva de causa-consecuencia en todos los ámbitos de la realidad.
Cuando el hombre activa dicha forma de percepción comienza a expandir su conciencia, siendo que ahora ya no limita la realidad a meros efectos, sino que puede acceder paulatinamente a las causas y luego al objetivo que hay por sobre el ámbito material-sensorial.

El discernimiento
La función del intelecto es captar la verdad a través de un discernimiento basado en Principios Universales Objetivos que nos permita mayor certeza de que lo que captamos es correcto. El intelecto debe poder discernir y comprender cada acto y objeto en relación a los demás, para lo cual tendrá que efectuar dos acciones simultáneas: diferenciar y asemejar. Ambas son siempre realizadas en relación a un modelo. En el caso del judaísmo, el modelo es la fuente infinita del altruismo: HaKadósh Barúj Hú. De ahí que toda educación judía auténtica debe brindar los elementos necesarios para distinguir entre los actos que acercan y aquellos que alejan del altruismo.

Una conciencia única
La menorá-candelabro debe estar hecha de una sola pieza, o sea una conciencia única.
La menorá representa al ser humano. Sus 7 brazos y los 3 pies en que se apoya señalan nuestra estructura perceptiva. Los 7 brazos están conformados por 3 tubos en «U» y uno central que desciende hasta la base donde se bifurca formando los 3 pies que le sirven de apoyo. El tubo exterior en forma de «U» representa los dos oídos, el intermedio a los ojos, el interior a las narinas y el tubo central a la boca que desciende y se ramifica en los tres orificios inferiores, umbilical, anal y genital. Ello nos enseña que nuestra percepción espiritual -la luz de las 7 lámparas, los orificios de la cabeza- depende de nuestra conducta moral y viceversa, la base de la menorá sus 3 pies -los orificios umbilical, anal y genital-.
Los 7 brazos y los 3 pies señalan las 10 sefirót, base de todo el lenguaje de la Kabalá. Éste lenguaje designa en forma precisa los diversas modos en que podemos percibir la realidad espiritual. Así como el compositor puede plasmar en la partitura sus aprehensiones musicales así el estudioso de la Sabiduría e la Kabalá no deja pasar inadvertida la realidad espiritual, o sea que a través del lenguaje de la Kabalá aprendemos a articular y por lo tanto a tomar conciencia de la realidad en toda su dimensión.

Un lenguaje ancestral
Los Sabios y Profetas de Israel siempre cultivaron el estudio que da acceso al lenguaje de la conciencia. Por ello el concepto religión, que significa religar o de cierta forma volver a tomar conciencia, sólo fue comenzado a utilizarse cuando fuimos forzados a explicar nuestra espiritualidad a otras culturas. Para los Sabios y Profetas de Israel su «conexión» no está basada en una creencia sino en una Sabiduría que logra articular conscientemente la realidad espiritual. Por ello Israel nunca denominó a su espiritualidad religión (religar) o sea volver a unir aquello que fue separado. El lenguaje de la Kabalá posee el potencial de articular aquello que es materia de puro conocimiento, sin intervención de los sentidos, la realidad inteligible. Su dominio señala que la conciencia y por ende el deseo llegó a su máximo desarrollo, ya que nuestra conciencia se expande en lo que deseamos. Ello sucede sólo en el ser humano, siendo que el reino mineral, el vegetal y el animal no fueron dotados con la facultad de abstracción que le permite al hombre captar relaciones lejanas de causa y consecuencia. El hombre posee el potencial de desear lo infinito y de alcanzar, a través del discernimiento, la conciencia de la realidad espiritual.

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