HALEL
El alma en el relato de la Torá
Shemot
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14) Bo: Decisiones y adicciones

La extraña forma en que la Torá comienza ésta parashá encierra un profundo mensaje sobre el alma humana. HaKadósh Barúj Hú le dice a Moshé ven a Paró. Lo natural sería que le diga ve a Paró nuevamente ¿Acaso Moshé ya no fue a Paró varias veces?
Paró representa el ego cuando se percibe sólo a través a sí mismo: el ámbito de quienes quedan atrapados en la subjetividad que define el bien únicamente a partir de lo que ellos consideran «el bien». Cuando la Torá dice ven a Paró le da a Moshé una medida: HaKadósh Barúj Hú -la fuente de la Armonía Universal- le «dice» ven, o sea ven conmigo, con parámetros objetivos a evaluar el ego. Paró en cambio percibe la realidad justificándose. Es la subjetividad que evade la responsabilidad que le exigiría asumir Principios Universales. Ese camino termina sumiendo a las personas en la soledad y la depresión. Pero, finalmente, para liberarse de esa oscuridad en la que ellos mismos se encerraron, no les queda otra opción que encontrar una «llave» que los libere: Principios Superiores Objetivos que nos relacionan armónicamente con el prójimo y todas las situaciones existenciales.

Las tentaciones
Los niños pequeños y los animales prefieren una recompensa inmediata que otra más valiosa por la que tengan que esperar más tiempo. Pero no son los únicos. Las personas con adicciones, drogadictos por ejemplo, actúan del mismo modo.
Cada persona tiene su punto débil: las tentaciones que en el momento de tomar una decisión pueden hacernos perder la objetividad a tal punto de llegar a modificar completamente nuestro comportamiento. Es el potencial de Paró al cual cada persona debe sobreponerse para poder percibir objetivamente la realidad. Es la objetividad inmediata de la realidad material-sensorial que queremos imponerle a las relaciones humanas y al ámbito espiritual. La objetividad de la realidad material-sensorial, del saber científico es fácil de probar. Para todas las personas uno más uno es dos. En lo que se refiere a las relaciones humanas «uno más uno» no siempre es dos. A pesar de ello muchos estudiosos e investigadores creen que es posible establecer «leyes científicas» objetivas que expliquen la conducta y las relaciones humanas. Deducen que a partir del genoma humano, de la posibilidad de implantar chips en el cerebro y de la ingeniería genética será posible determinar la forma en que los seres humanos tomen decisiones. Creen que así se perfeccionará al hombre.

Decisiones y adicciones
Aquello que las personas denominan «racional» no es precisamente lo que influye en el momento de tomar decisiones. En esos momentos lo que influye realmente es lo que creemos que nos brindará mayor plenitud y una vivencia más intensa.
La esencia humana es la libertad. Sólo a partir de la libertad se puede alcanzar la plenitud. Toda imposición en contraria a la auténtica espiritualidad.
Ni inquisiciones, ni guerras santas, ni regímenes totalitarios, ni la ingeniería genética le darán al hombre felicidad. Tampoco la seducción que ejercen las tentaciones a la hora de tener que decidir nos darán la libertad para elegir correctamente.
Entonces ¿cómo se definen los criterios del bien y del mal y cómo se educa a las personas a sobreponerse a sus «adicciones» en el momento de tomar una decisión?

Nadie desea lo que no conoce
El desarrollo del ser humano, la auténtica educación, se basa en alcanzar la fuerza de voluntad para sobreponerse a las tentaciones de la recompensa inmediata en pos de lo trascendente. Pero si no fuimos educados a partir de valores trascendentes, altruismo, armonía, etc. de dónde surgirá la motivación para realizar tamaño esfuerzo!? nadie desea lo que no conoce.

Amor, temor y respeto
Temor y amor son los dos aspectos que inducen al aprendizaje.
Temor y amor son formas de relación con el prójimo y con todas las situaciones existenciales. El temor relaciona negativamente, separa del objeto temido, el amor unifica con el objeto amado. No obstante, el amor sin temor destruye los límites y el respeto. Hay un temor que es el comienzo, la etapa infantil del conocimiento, pero si una relación se basa sólo en temor y no desarrolla amor es incompleta. Si te amo temo perderte, si no temo perderte significa que aun no te amo. El respeto por el otro surge de la armonía entre el temor y el amor.

Movimiento espiritual
El temor a sufrir produce movimiento en pos del conocimiento y el conocimiento produce amor y el amor des-cubre lo que nos une. La Ketubá –Acuerdo matrimonial judío- establece que el hombre debe respetar a su esposa aun más que a su propio cuerpo. Cuanto más respeto más amor. El amor es una energía tan poderosa que puede destruir si no se establecen los límites y la forma de implementarlo. De ahí las mitzvót -preceptos de expansión y contención de la energía que determina la Halajá –Código legal judío- en lo referente al cuidado que debemos tener en todas las formas que manifestamos nuestros deseos. El deseo en su forma instintiva es egoísmo y concluye en desprecio. En cambio, el deseo depurado es el altruismo que genera armonía.

Armonía o caos
Cada acto que realizamos puede revelar lo sagrado, lo que une, si lo implementamos con objetivos altruistas. Nuestra actitud transforma la energía en pensamientos, sentimientos y acciones concretas. De acuerdo a la forma en que lo hagamos estaremos colaborando a espiritualizar y revelar el bien que existe en cada aspecto de la realidad o, por el contrario, a generar caos. La Torá nos ayuda a des-cubrir a través de cada mitzvá -acto de bien que realizamos- de qué forma lo sagrado se manifiesta y cómo el ser humano, centro y objetivo de la Creación, lo conecta y unifica.

La voluntad
La raíz de los seres humanos es la voluntad, la fuerza interior que nos sostiene. El deseo atrae hacia sí la plenitud, pero para que ésta llegue a su destino debemos activar las energías que estamos preparados para transformar en altruismo y posponer aquellas que aun no alcanzamos la voluntad para dominar. Esa forma de relacionarnos con la vida es lo que nos indica cuándo alejarnos: el temor del comienzo del desarrollo espiritual que luego se deberá transformar en respeto y cuándo acercarnos: amar. La Torá nos brinda para ello un sistema de discernimiento –la Halajá– que entrena al deseo confrontándolo a Principios Superiores. Así comenzamos a desarrollar nuestro potencial interior y surge en nosotros la energía de Moshé, quien que no se dirige a Paró sólo sino que lo hace con una Voluntad Superior: HaKadósh Barúj Hú. Entonces se libera lo esencial del hombre de la esclavitud que él mismo se autoimpone.

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