Sobreponiéndote al Hábito de la Preocupación
Un pensamiento tranquilizante: «Ni yo, ni las personas que quiero, son fracasos totales».
Para controlar la ansiedad y sobreponerte al «hábito de la preocupación» es necesario reconocer la fuente de esta desagradable emoción. No hay ansiedad sin un pensamiento de fracaso. El mensaje implícito y usualmente inconsciente que pasa por nuestra mente es, «Yo fui / soy / seré un fracaso». O tememos que aquéllos más cercanos a nosotros hayan fallado, fallen o vayan a fallar en el futuro. Como resultado, experimentamos una sensación de peligro como si el fracaso fuera desastroso, una causa de expulsión de la comunidad del hombre o alguna otra horrible consecuencia.
Cuando niños, quizá fuimos golpeados, ridiculizados o abandonados ya sea física o emocionalmente por otros cuando fallábamos. Nos sentíamos terrible. Pudimos haber sentido que preferíamos estar muertos antes que experimentar tal rechazo. Los mismos sentimientos se evocan cuando no vivimos de acuerdo a los estándares de otros. Debido a que tendemos ver a nuestros padres, parejas e hijos como extensiones de nosotros mismos, también pensamos que si ellos fallan, significa que nosotros somos unos fracasados.
Es por esto que no nos molestamos demasiado cuando los hijos o los parientes de otros demuestran malas maneras o fallan en la escuela, o son descuidados, poco ambiciosos, poco inteligentes, avaros o miserables. Ése no es nuestro fracaso. Pero D-os no quiera que sea un pariente consanguíneo. Entonces pensamos, «¡Si estoy casada con este fracasado, significa que yo soy un fracaso también!»
Como consecuencia, estamos innecesariamente ansiosos cuando el niñito no se entrena para ir al baño como el niño del vecino, o cuando el niño de siete años no parece entender tan rápido las matemáticas como nos gustaría. Nos preocupamos demasiado acerca de lo que nos ponemos, la comida que les servimos a nuestros invitados o qué van a pensar otros si nuestras casas no están tan pulcras como nos gustaría que estuvieran. Nuestro miedo al fracaso nos impide tratar proyectos nuevos y estimulantes o hacer las mejoras necesarias en la casa, la escuela o la comunidad.
Si un niño no puede mantener su cuarto en orden, o la pareja es poco comunicativa, poco servicial o negativa, podemos ver eso como problemas que necesitan ser resueltos. Sin embargo, si nuestros pensamientos están nublados con pensamientos de fracaso, entonces en lugar de ser racionales, creativos y constructivos tenderemos a gritar, quejarnos, amenazar, criticar y pegar, todo lo cual habitualmente termina reforzando el mismo comportamiento que nos gustaría eliminar.
Para tomar un ejemplo común, si un niño es poco cooperativo o jutzpadik (desvergonzado), es probable que su padre explote, enfureciéndose más al pensar, «¡Mira qué fracaso es él y qué fracaso soy yo por no haberlo educado mejor!» Esto es similar a un doctor gritándole a su paciente por estar enfermo, o a un maestro pegándole a un niño por no saber leer adecuadamente. Obviamente, su capacidad de curar o enseñar estaría severamente limitada si no es que completamente dañada. Las personas tienen problemas que deben ser ya sea resueltos o ignorados. No podemos hacer ninguna de las dos si nos estamos flagelando con una furia emocional o una melancólica desesperanza con pensamientos de fracaso.
¿Cómo podrías realizar tus actividades diarias si supieras que un peligroso criminal te está siguiendo? Esto es lo que hacemos cuando invitamos pensamientos de fracaso a nuestra mente.
Es un pensamiento paralizante, desmoralizador y desalentador. Es por esto también que nos sentimos tan heridos cuando somos criticados y por qué podemos provocar tanto daño haciendo un comentario aparentemente inocente acerca de la forma que otros educan a sus hijos, cocinan sus alimentos o actúan en público. Las personas tienden a pensar, «He fracasado en esta área; por tanto, soy un fracaso». Los pensamientos crean conflicto, humillación y dolor.
El hecho es que todos somos imperfectos. Todos somos «fracasados» en algunas áreas de nuestra vida. Nos enfermamos y cometemos errores. Parte de nuestros cuerpos, así como de nuestras psiques, tienen defectos. Pero eso no significa que somos defectuosos. Simplemente necesitamos mejorar.
Cuando eliminamos el molesto miedo al fracaso (una disciplina que toma muchos meses, si no es que años) vamos a notar todavía que las cosas y la gente no son como quisiéramos que fueran. La casa va a estar todavía desordenada en ocasiones; los hijos adultos pueden no llamarnos o visitarnos con la frecuencia que quisiéramos; vamos a perder control diciendo y haciendo cosas de las que nos vamos a arrepentir; y la gente alrededor nuestro va a hacer igual. Sin embargo, no vamos a tener la dañina carga emocional que resulta de enjuiciarnos a nosotros y a otros como fracasados.
Cuando notemos esas imperfecciones, vamos a ser capaces de decirnos objetivamente, «Algo está mal acá. ¿Qué puedo hacer acerca de esto?» Si nada puede hacerse, entonces vamos a enfocar nuestro precioso tiempo y atención en aquellas áreas donde tenemos influencia y control legítimo.
Cuando eliminamos la sensación de peligro que conectamos con nuestros fracasos ordinarios y comunes, podremos ser más felices, efectivos y honestos. Después de todo, nuestros fracasos son raramente catastróficos. Nos pueden causar inconveniencia, vergüenza o pérdida financiera, pero pocas veces son «terribles», es decir, pocas veces producen incapacidad permanente o la muerte.
Sin la etiqueta de «fracaso» colgada sobre nuestra cabeza, podemos pensar más constructivamente y actuar más afectuosamente. Y vamos a tener un mayor sentido de autorespeto y armonía internas.
Cada vez que nos sintamos ansiosos, va a ser sabio preguntarnos si acaso existe hasta la más ligera mentalidad de fracaso en acción. Mientras más rápido hagamos conciencia de este juicio hacia nosotros y hacia otros, más pronto será eliminada.
«¡Finalmente me di cuenta de que aunque mi nariz es un desastre, no quiere decir que yo lo soy!»
«Cada vez que me enfermo, me siento como un fracaso. Ahora puedo disfrutar quedarme en cama por un día o más y darme a un poco de atención extra».
«Cada vez que mi esposo estaba en silencio o me criticaba, yo me sentía un fracaso total. Ahora lo veo como un problema y no trato de tomarlo personalmente. Todavía me duele, pero no me pongo dramática por eso».
La próxima vez que te sientas ansioso, pregúntate, «¿Este suceso tiene valor eterno? ¿Voy a seguir preocupado por ello dentro de diez años? Si no, ponlo en la categoría de trivialidad. Una trivialidad es algo que ignoras o arreglas. No te pones dramático por ella.
Esto se lo ilustro a mis hijos con una simple regla. «Doce», quiere decir una catástrofe terrible. Luego «medimos» los variados eventos llenos de tensión que ocurren durante un día promedio. No hay ketchup para las papas francesas. Podría sentirse como «doce», pero vamos a ver, ¿dónde está en realidad? ¡Alrededor de «uno»! ¿No hay calcetines limpios en el cajón? Correcto, sólo vamos a buscar un par. No hay necesidad de ponerse dramático.
Y para los eventos graves como parientes críticos, un cónyuge poco cariñoso, preocupaciones por enfermedades, etc., existen solamente tres cosas que hacer: (1) obtener más información; (2) compartir tus temores con alguien que puede entenderte y ayudarte a ver las cosas desde una perspectiva espiritual y luego (3) someter todo y a todos los que están fuera de nuestro control a D-os.
Cuando yo estoy tensa por algo de lo que no tengo control, me imagino poniendo mi dolor, ansiedad o hasta a cualquier persona desagradable en un cohete y ¡los mando al espacio exterior!
Si tienes un nivel de ansiedad mayor del promedio, muchos eventos menores pueden parecer como «doce», y vas a necesitar disciplina mental para «pulirlo». No te avergüences de ti mismo. No te compares con aquéllos con optimismo natural y disposición radiante. Esto no es algo que Hashem te dio. Te dio un sistema diferente de «alambrado» interno. Es un «regalo» que te empuja a decir más Tehilim (salmos) o a encontrar ejercicios tranquilizadores. La naturaleza básica tampoco cambia mucho. Debe aceptarse sin vergüenza.
Lo más sereno que puedes hacer es aceptarte como te creó Hashem. Luego puedes aceptar Su voluntad.
En un libro titulado Behind de Ice Curtain, el autor describe cómo reaccionó su madre a la llegada de los nazis a Hungría, la pérdida de su magnífica casa con todos los invaluables muebles, luego el encarcelamiento de su amado esposo y su subsecuente exilio a Siberia durante seis años de privación y cerca de la inanición. Ella escribe:
«La transición de riquezas y confort a una cocina de campesinos (en Siberia) con un piso de abono, parecía natural para mi madre. Si es la voluntad de Hashem, debe ser para nuestro bien, y si es para nuestro bien, entonces debemos estar agradecidos», eran las palabras que repetía frecuentemente. Debemos agradecer a Hashem con el mismo fervor por lo malo como por lo bueno que Él nos confiere.
Copié estas palabras y las puse en mi sidur (libro de rezos) y a un lado de mi computadora. Las releo con frecuencia.
Miriam Adahan