La Plegaria de Musaf
(Selección extraída del libro «Rezar como Judío», por Rabi Hayim Halevi Donin, © Dto. de Educ. y cultura Relig. para la Diáspora)
En Shabat (y también en los dias de fiesta, los Días Solemnes y en Rosh jódesh), se agrega a la oración matinal una Amidá adicional. Esta se denomina Tefilat Musaf, que significa sencillamente «Oración Adicional». Se la recita después de la lectura de la Torá.
También la Amidá del Musaf tiene solamente siete bendiciones, y la bendición básica en la sección intermedia es la misma que se recita en los otros tres servicios. En realidad, en tiempos pasados la Amidá del Musaf parece haber sido idéntica a las otras oraciones de Amidá. Recién a fines del periodo talmúdico se desarrolló una diferencia sustancial. Si bien cada uno de los servicios de oraciones del dia debia corresponder al respectivo servicio de ofrendas en el Templo de Jerusalén, ninguna de las otras oraciones de Amidá hace referencia especifica a las ofrendas de sacrificios. La bendición intermedia de las otras oraciones de Amidá sólo solicita a Dios Sus favores y Su clemencia, o Le ensalza. En cambio, en la Amidá del Musaf las ofrendas de sacrificios constituyen el tema principal de la bendición intermedia. A raiz del deseo de mantener el recuerdo del Templo de Jerusalén, la bendición de Kedusbat Hayom (la santidad del Día) fue ampliada para evocar en ella las ofrendas correspondientes al día (Talmud Yerushalmi Berajot 4-6).
Esto se evidencia especialmente en el Musaf que se recita en las tres festividades de Pésaj, Shavuot y Sucot.
Cuando el Templo estuvo en pie, estas festividades – a diferencia del Shabat – se celebraban con el peregrinaje a Jerusalén y la concurrencia personal al servicio del Templo (Deuteronomio 16:16). Por lo tanto, la destrucción del Templo y el exilio se sentían con especial pesar en esas celebraciones. La Amidá del Musaf refleja este pesar en un ruego apasionado por la reunión de los exiliados judíos de todos los confines del orbe y por la restauración del servicio en el Templo de Jerusalén.
Dado que puede haber algunas personas para quienes la mera descripción de los sacrificios, o la idea de su reposición en alguna época futura, podría despertar asociaciones desagradables, y cuyos corazones no se avienen completamente a tal plegaria, séame permitido explicar esta oración por la restauración del servicio en el Templo.
En primer término corresponde señalar el significado espiritual de los sacrificios en el Templo de Jerusalén y la razón de la importancia que el pueblo judío les ha acordado.
La palabra hebrea que significa sacrificio – korbán – (en plural: korbanot) – engloba la palabra karov que significa «cercano». Le-hakriv (sacrificar) puede traducirse literalmente también por «acercar». Al ofrecer los korbanot, al ofrendar algo que es valioso para ellos, la gente se acercaba a Dios. Ese era el modo de expresar gratitud a Dios. Era el modo de pedir perdón y de expiar sus pecados después de haberse arrepentido. Era también el modo de unirse a una fiesta de peregrinación. Y finalmente era el modo de expresarle a Dios humildad y obediencia a Su voluntad. Ello se hacía por medio de sacrificios obligatorios y de ofrendas voluntarias, mediante sacrificios comunitarios y personales.
Y aun cuando el uso del término korbanot (sacrificios) puede suscitar visiones de sacrificios animales, en realidad en el servicio del Templo se hacían diversos tipos de ofrendas. Un tipo eran los zevajim (en singular zevaj), que consistía en el sacrificio de la mayoría de los animales casher y de aves coser tales como palomas y torcazas. Cabe señalar aquí que la mayoría de estos sacrificios servían de alimento a los sacerdotes. Otro tipo eran las menajot (en singular minjá), constituidas por ofrendas de harina de flor o de artículos panificados tales como jalot y matzot. Por lo general se las mezclaba con aceite de oliva e incienso. Y un tercer tipo de ofrendas eran los nesajim (en singular nésaj), que eran líquidos – vino o agua – que se vertian sobre el altar.
La carne, el pan y el vino eran artículos costosos y la gente no estaba dispuesta a desprenderse de ellos si no era por algo importante. Najmánides (1 194-1270) consideraba que los sacrificios de animales tenían un valor intrínseco y servían a un importante propósito psico-moral, en el cual el individuo que había cometido una falta se sometia a una experiencia de una muerte sustitutivo que le movía a analizar el sentido de su propia vida (Rambán, Levítico 1:9).
Si bien Maimónides ve en el sistema de sacrificios un complemento necesario al Templo restaurado (Maimónides, Hiljot Melajim 11:1), es no menos cierto que asume un criterio especial respecto a los korbanot. Maimónides sostiene que el sistema de sacrificios no fue establecido como un fin en si mismo, sino como una concesión pedagógica a fin de apartar a los israelitas de la idolatria y «establecer el verdadero gran principio de nuestra fe: la existencia y unidad de Dios». La costumbre de ofrecer sacrificios como forma de culto estaba tan arraigada entre la gente, incluso entre los israelitas, que prohibirles dedicarse a la única forma de culto que ellos concebían podría violentar su carácter y no hubieran sido capaces de obedecer tal interdicción. Por lo tanto se permitió que continuara la acción simbólica que brindaban los sacrificios, si bien en forma severamente restringida: confinándola a un solo lugar – el Templo de Jerusalén; limitando su práctica a un solo grupo – los cohanim, que actuaban en nombre de todo el pueblo; y proscribiendo las prácticas intolerables asociadas a la idolatria, tales como el sacrificio de criaturas pequeñas, la prostitución en el Templo y las auto-mutilaciones. Según Maimónides, «todas estas restricciones servían para limitar las formas de culto y para mantenerlas dentro de los límites en los cuales Dios no consideró necesario abolir del todo el sistema de sacrificios. Pero las oraciones y plegarias pueden ser ofrecidas en cualquier lugar y por cualquier persona» (Guía de los Perplejos III: 32).
En efecto, tal como lo hemos visto, incluso cuando el Templo de Jerusalén existia ya se había difundido el servicio de oraciones en las sinagogas. E incluso constituía un componente fundamental del ritual de los sacrificios. Más aún, habia dudas si el servicio de oraciones no podria sustituir totalmente a los sacrificios como modo de adorar a Dios. Sólo después de la destrucción del Templo quedó resuelta esta duda. La oración se convirtió en el modo aceptado por el cual el judio puede dar expresión al concepto básico subyacente en el sistema de korbanot. Los mismos beneficios espirituales que resultaban de los sacrificios de «el servicio de los actos» (avodá shebamaasé), se derivan ahora de las oraciones, de «el servicio del corazón» (avodá shebalev).
Para apoyar este criterio, los Sabios citaban a los Profetas: «Y en lugar de becerros ofreceremos (la oración de) nuestros labios» (Oseas 14:3). El Talmud describe una discusión entre Dios y Abraham acerca del modo en que los pecados de Israel podrian ser perdonados. Abraham dice: – «Está bien mientras exista el Templo. ¿Pero qué sucederá cuando el Templo no esté?» Y el Todopoderoso le responde: – «Ya lo he dispuesto en la Torá, en la sección de los sacrificios. Cuando el pueblo la lea, Yo lo consideraré como si hubieran ofrendado estos sacrificios ante Mi y les perdonaré todas sus faltas» (Meguilá 31b; Taanit 27 b).
Algunos Sabios no vacilan en considerar la sustitución (las oraciones) como espiritualmente superior al original (los sacrificios), y como una meta hacia la cual el judaísmo había aspirado de hecho, incluso cuando se cumplian los sacrificios en el Templo de Jerusalén. El Talmud registra la opinión de uno de estos Sabios, Rabí Elazar, quien deduce de un texto de las Escrituras que «la oración es superior a los sacrificios» (Berajot 32b).
Precisamente debido a que ya mucho tiempo atrás nos hemos entregado a la oración y a la sola lectura sobre los sacrificios, continuamos diciendo las oraciones por la restauración del Templo y del servicio en él (Avodá), porque son los símbolos de la Era Mesiánica y de la Redención Divina.
La cuestión de si la reconstrucción del Tercer Templo será acompañada por la reposición de los sacrificios animales, ya es un asunto totalmente diferente. Resulta bastante vano discutir hoy en día esta cuestión. Cuando ello sea posible, aun los que se oponen ahora pueden quizás considerarlo entonces de otro modo; del mismo modo que los que ahora están a favor, pueden tal vez hallar razones halájicas para objetarle. Las cosas pueden ser entonces totalmente diferentes. En primer término, está ampliamente aceptado que los sacrificios no pueden ser restablecidos hasta que llegue el Mesias y el Tercer Bet Hamikdash sea restaurado. Más aún, aquellos que más ardientemente rezan por la reposición del sistema de los sacrificios, viendo en ello la renovación de la prístina gloria del Templo de Jerusalén, son los primeros en admitir que en las circunstancias actuales, aun cuando el Monte del Templo fuera devuelto físicamente a nuestra posesión, los problemas halájicos inherentes a la restauración del servicio del Templo son insuperables.
¿Cómo será posible verificar la pureza genealógica de los cohanim actuales y demostrar su linaje?. La Torá previene que quien no sea cobén no ha de atreverse a acercarse al altar. ¿De qué modo será posible determinar el lugar exacto donde estaba ubicado el altar? Está prohibido sacrificar en algun otro lugar fuera de éste. ¿Cómo será posible confeccionar las vestimentas sacerdotales, sin las cuales los cohaním no pueden oficiar, si los tejidos y las tinturas que deben utilizarse en su confección ya no son obtenibles? ¿De qué modo podrán obtenerse las piedras preciosas para el pectoral, si no se cuenta con el método prescripto para hacerlas debidamente? Estas y otras preguntas similares plantean serios problemas halájicos que las autoridades religiosas contemporáneas sencillamente no están en condiciones de resolver.
Por lo tanto, la respuesta a todas las cuestiones referentes al restablecimiento del sistema de sacrificios radica en el futuro, a la espera del advenimiento del Mesias y de la restauración que él hará del Templo de Jerusalén.
En el interin no podemos decidir arbitrariamente la abrogación – ni siquiera teórica – de preceptos y rituales de la Torá, sea cual fuere la razón por la cual fueron establecidos originariamente, aun cuando ya no parezcan apropiados. No somos nosotros quienes podemos ejercer esta autoridad. En la conclusión del Tratado de Avodá en su obra Mishné Torá, Maimónides clasifica todos los korbanot en la categoría de las leyes religiosas conocidas como jukim (disposiciones establecidas por una autoridad superior y que son obligatorias para todos), cuyas razones no conocemos y cuyo sentido escapa a nuestro entendimiento. Respecto a todas estas leyes dice: «No debemos menospreciarlas». Parafraseando Exodo 19:21-22, dice: «Nadie ha de abalanzarse por ascender hacia el Señor, no sea que el Señor estalle en ira contra él. Los pensamientos acerca (de jukim) no pueden ser como los pensamientos sobre asuntos seculares » (Maimónides, Hiljot Meilá 8:8).
Si admitimos el credo fundamental del judaísmo, de que la Torá representa la infinita sabiduría de Dios, debemos tener suficiente fe para creer que la Halajá – a través de la cual la Voluntad y la Sabiduría Divina han seguido revelándose a lo largo de la historia – y quizás el retorno de la profecia, habrán de señalar el camino a las respuestas y actitudes correctas cuando llegue el momento.
Rabi Hayim Halevi Donin
Me fascinó estos temas bien explicados para conocer sobre el origen, significado la importancia. Estudio la Toraj. Baruj Hashem.
El Eterno Rey Universal les prospere en todo.
Profesora: Brenilda Villarreal Villarreal
Panamá.
Excelente información.
Deja claridad en la búsqueda de la verdad .
Muchas gracias por compartir su conocimiento y sabiduría. Shalom