La Bendición del Jafetz Jaim
Un joven Rabino de Estados Unidos, estudioso, sobresaliente, relató un suceso extraordinario acerca del Jafetz Jaim, de cómo una de sus bendiciones se cumplió después de tantos años de su fallecimiento. ¿Cómo es posible relacionar al Jafetz Jaim con un joven Rabino de Estados Unidos de los últimos años? Veamos:
Es sabido que en los hospitales de Norteamérica acostumbran a recibir todo tipo de gente, de las más diversas religiones. Esas mismas entidades, a veces asignan un rabino para que éste funcione como una guía espiritual de las personas ocasionalmente internadas. Un día, el citado Rabino tuvo la necesidad de presentarse en el hospital para asistir a un muchacho Iehudí que había sufrido un accidente automovilístico. Su estado era desesperante.
Los médicos que lo recibieron, desde la primera revisión, determinaron que sus horas estaban contadas. Después de haberlo identificado por medio de uno de los documentos que llevaba en sus bolsillos, se comunicaron inmediatamente con una hermana que vivía cerca de allí, la que acudió sin demoras, y se quedó todo el tiempo al lado de aquel muchacho, sollozando amargamente. Cuando el Rabino se acercó a ofrecer ayuda, la hermana, entre lágrimas, le dijo que ellos tenían un padre muy anciano que vivía recluido en uno de los asilos. El Rab telefoneó al asilo e hizo que el padre del accidentado se presentara en el hospital. No quiso contarle la verdadera situación en la que se encontraba su hijo, apiadándose del pobre hombre y temiendo causarle una conmoción que lo fuera a afectar seriamente también a él. Mejor sería, pensó, que cuando estuviera frente a frente con el muchacho, se diera cuenta solo.
El anciano se acercó a la cama de su hijo, que yacía inconsciente, pero no se notó en él ningún sobresalto. Cuando el Rab vio que el anciano mostraba tranquilidad, pensó que quizás no se percató de la gravedad del asunto. Llamó al doctor y le pidió que fuera él quien le describiera el cuadro que tenía frente a sus ojos. «De acuerdo a lo que hemos visto, hemos diagnosticado que su vida es muy limitada. No sé si me entiende… es sólo cuestión de horas» decía el facultativo con dolor.
Pero el anciano seguía sin reaccionar. Se veía bastante calmo. Se acercó el Rab y le preguntó tímidamente: «¿Qué piensa usted?». Ante su asombro, el anciano respondió: «Me voy a mi casa».
«¿C… Cómo? No entiendo…», dijo el Rab
«¿Qué es lo que no entiende? ¡Me voy a mi casa! ¡Mi hijo sanará, se pondrá bien!» afirmaba el anciano con seguridad.
El Rab estaba convencido de que aquel hombre había perdido la razón, aunque siguió insistiendo en explicarle. «Usted… ¿sabe lo que está pasando? ¿Comprende que la situación… ?».
«¡Situación! ¡Situación! Le he dicho que el muchacho estará bien, Beezrat Hashem. Yo lo sé. Mire Rab, usted no me cree, pero le voy a contar algo que sucedió hace ya mucho tiempo: Yo nací en Radín, la ciudad del Jafetz Jaim. Cuando él estaba editando su obra Mishná Berurá, había organizado un pequeño grupo de estudiantes que leíamos sus escritos, para ver si era bien recibido y aceptado, por si entendíamos claramente lo que ahí decía, porque fue muy arduo el trabajo de redactar ese libro tan trascendental de Halajot. Yo me contaba entre los integrantes de ese grupo. Varias veces me tocó estudiar frente a él y mis comentarios le resultaron agradables y acertados. Y tuve el Zejut de recibir del Jafetz Jaim numerosas Berajot. Una de ellas me auguraba larga vida, pero yo hoy cuento con sólo setenta y seis años, y esto no lo considero larga vida. En otra Berajá me aseguró el Jafetz Jaim que ningún hijo mío se irá de este mundo antes que yo. Pues bien, si aún no he llegado a tener esa larga vida que me aseguró el Jafetz Jaim, ¿cómo se podrán realizar las dos Berajot al mismo tiempo? No existe otra alternativa más que la de que mi hijo siga vivo… y sano. Así que ahora me voy a mi casa».
Cuando el Rab escuchó todo el relato, llevó al anciano hacia su casa y él también se retiró a su hogar a descansar. Al día siguiente, cuando regresó al hospital como de costumbre, se acercó directamente a hablar con el doctor que había estado atendiendo a aquel joven para preguntar por su estado.
«Usted verá, Rabino. Estoy totalmente anonadado. ¡El muchacho ha abierto los ojos! Hasta ayer era candidato firme a la muerte, por todo lo que le había pasado y como había quedado. Pero, no lo puedo creer, abrió los ojos», respondió el doctor.
A medida que pasaban las horas, los médicos se acercaban a observar con sus propios ojos lo que carecía de toda lógica y explicación. Ahora sí coincidían que tenía esperanzas de seguir con vida. Al cabo de dos semanas, abandonó totalmente su lecho de enfermo, y se lo veía andar como si nada hubiera pasado.
Que la fuerza de las Berajot del Jafetz Jaim sea tan grande, no sorprende. Lo que hasta ese momento no se sabía era que aquella Berajá podía tener una vigencia tan extensa a través de los años. ¡Qué gran lección la de ese anciano! Con toda seguridad que su fe inconmovible sobre las Berajot que recibió, fue el factor preponderante para que se cumplieran al pie de la letra.
Sheal Abija Veiaguedja (Gentileza Revista semanal Or Torah, Suscribirse en: ortorah@ciudad.com.a )
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Shabat Shalom
Yosef Mario