Humildad, la fuente de la felicidad
Extraído de El misterio del matrimonio. Rab Itzjak Ginzburgh
La clave para mejorar el carácter y en particular reducir la tendencia a la ira , es reconocer la propia insignificancia existencial .
Esto no implica que uno no debe reconocer su propio valor. Cada persona posee un alma Divina única y completa, con una profusión de las más nobles y sublimes capacidades del intelecto y la emoción, y este hecho en sí le confiere un potencial y valor inestimables .
Y sin embargo, la misma conciencia de nuestro gran valor, paradójicamente nos hace al mismo tiempo dolorosamente conscientes de nuestro fracaso total en aprovecharlo. De hecho, cuanto más uno aprecia la naturaleza exaltada de su alma Divina, más se desploma su autoestima cuando se compara su historial de lealtad hacia aquella.
La figura arquetípica de la humildad es Moisés: «Y Moisés era el hombre más humilde sobre la faz de la tierra» . Pero seguramente Moisés sabía que había sido elegido por Dios para tener las comunicaciones más intimas con él, de una naturaleza tal que ningún mortal había tenido, y que enseñaría la Torá al pueblo para siempre. ¿Cómo podía ser tan humilde pese a esta obvia superioridad?
La respuesta que se da en el Jasidismo es que sí, en realidad Moisés era perfectamente consciente de esto. Pero razonaba que sus enormes logros y el favor que le demostraba Dios se debían a las cualidades excepcionales que le había concedido Dios, y que si algún otro hubiese recibido dichas cualidades seguramente hubiese logrado mucho más. Como resultado de ese pensamiento, Moisés realmente se consideraba el más insignificante de los hombres, pese a -y de hecho a causa de- su grandeza .
El rey David también ejemplifica el epítome de la conciencia de la propia insignificancia. Cuando su esposa Mijal lo reprendió por degradar aparentemente el trono al bailar delante del arca del pacto ante las criadas, él dijo: «Yo soy (y seré) insignificante a mis ojos» .
La vergüenza esencial que uno siente ante Dios se debe a que la mayoría de nuestros pensamientos y sensaciones están desprovistas de conciencia Divina. Los sabios afirman que «no hay lugar vació de él» , y «lugar» significa no sólo lugar físico sino también lugar temporal y psicológico . Todo pensamiento y sensación ocupa un «lugar» en nuestra conciencia. Nuestro propósito en la tierra es llenar todo ese lugar con la conciencia de la omnipresencia de Dios. Cuando no logramos hacerlo, comparecemos ante Dios avergonzados , porque de la misma manera que la naturaleza aborrece el vacío, la mente no puede permanecer vacía. Si no está llena de pensamientos sacros, se llenará de pensamientos profanos .
Así como David personifica la conciencia de la insignificancia, José, el tzadik (justo) arquetípico, personifica el estado ideal de la conciencia Divina, su valor esencial. Su mera presencia en el «pozo» (la mente vacía) expulsa los pensamientos ajenos y profanos (las serpientes y escorpiones) que de otra manera lo llenarían.
Así es que José y David unen el reconocimiento del valor esencial y de la insignificancia existencial.
La Fuente de la Felicidad
Cuando uno es consciente de su propia insignificancia, uno deja de demandar de los demás y no espera nada de ellos, porque sabe que no merece nada . Y así sucede con nuestra relación con Dios, en la medida en que uno logra cultivar una humildad verdadera, no demanda nada de Dios y considera totalmente inmerecida la infinita bondad que él le otorga .
Esta humildad es personificada por nuestro patriarca Jacob. Cuando estaba por enfrentarse con su hermano Esaú, después de haber huido de él treinta y cuatro años antes, le pidió protección a Dios diciendo: «Pequeño he sido ante toda la bondad y toda la verdad que Tú has hecho con Tu siervo» . Sintió que todo mérito que pudiera poseer ya había sido totalmente agotado por la infinita bondad que Dios ya le había otorgado .
La Torá afirma que esta actitud es intrínseca al pueblo de Israel: cuando más bondad recibimos más humildes nos volvemos . En cambio, la característica de una mala persona es que el éxito y la prosperidad le inflan el ego, ya que su soberbia reforzada lo convence que todos sus logros y su fortuna son debidos a sus propios esfuerzos y méritos .
Por lo contrario, cuando suceden cosas aparentemente malas, una persona humilde asumirá la completa responsabilidad y reconocerá que Dios le causa sufrimiento como expiación por sus pecados .
Al dejar de lado todas las demandas a Dios y a los hombres por un lado, y aceptar la completa carga de culpa por el infortunio, por el otro, uno se repone del dolor de ser herido u ofendido en la vida. La ira y la depresión resultan de la creencia en que uno realmente se merece una vida mejor en este mundo y que su derecho asumido de gratificación está siendo infringido . La actitud correcta nos permite ser constante y sinceramente felices y optimistas .
Rab Itzjak Ginzburgh