Historia X
(selección extraída del libro «La Hagadá de Breslov» © Breslov Institute Research – www.breslov.org)
Fue al amanecer que los Hijos de Israel completaron el cruce del Mar Rojo. Los Egipcios suponían que si los Judíos habían podido cruzar el Mar Rojo, también ellos podrían hacerlo. Y así, persiguiendo a los Judíos, entraron al mar, que aún continuaba abierto. Cuando el último Judío terminó de cruzar, el último Egipcio entró al mar. Para recordarles a los Egipcios lo que habían hecho a los Judíos, Dios transformó el lecho del mar en un barro profundo y en pegajosa arcilla, haciendo que los caballos y los carros se atascaran en el fango. Fue entonces que las Nubes de Gloria y la Columna de Fuego comenzaron a calentar la arcilla. Los carros comenzaron a arder y la confusión y el desorden se apoderaron del campo Egipcio. Y en ese momento, sin aviso previo, las paredes de agua se desmoronaron, tragando de un solo golpe a todo el ejército Egipcio. Este atrapar de los Egipcios en el fondo del mar desató una discusión en el cielo. El ángel protector de Egipto pidió por ellos ante Dios, «¿Acaso los Egipcios destruyeron y mataron a todos los Judíos? Es cierto que los hicieron trabajar como esclavos, pero ¡los Hijos de Israel salieron de Egipto con vida y una paga completa!» Dios contestó, reuniendo al Tribunal Celeste, «Sentémonos y juzguemos este asunto.» Primero el Todopoderoso presentó Su punto de vista, «¿No fue Iosef quien salvó a Egipto del hambre? Y ¿cómo le mostraron los Egipcios su gratitud? ¡Esclavizando a los descendientes de Iosef! Luego emitieron duros decretos en contra de los Judíos. Yo instruí a Moshé para que retornase a Egipto y redimiese a los Judíos. Y ¿cual fue la respuesta del Faraón? Proclamó decretos más duros aún en contra de ellos. Finalmente, Yo Mismo los redimí. Ahora los Egipcios están persiguiendo a los Hijos de Israel para matarlos o hacerlos volver a la esclavitud. Yo les pregunto, ¿con cuál de ellos debo tener compasión?» Aunque era su turno para defender su caso, el ángel protector de Egipto no tuvo nada para contrarrestar el argumento de Dios y sólo pudo pedir compasión, «Tú eres un Dios de misericordia. ¡Te pido que tengas piedad de mis hijos!» En ese momento Mijael, el ángel defensor de los Judíos, descendió a Egipto y tomó el cuerpo de un niño Judío que había sido utilizado como ladrillo. Y presentando esta evidencia ante la Corte Celestial dijo, «¿Sobre quién deberá tener Dios misericordia? ¿Sobre esos malvados Egipcios que utilizaron los cuerpos de niños inocentes como ladrillos?» Y con ésto fue sellada la sentencia de muerte contra los Egipcios. La venganza con la cual cayeron las paredes del mar sobre los Egipcios hizo que se partiesen los ejes de sus carros y que los Egipcios fueran sacudidos violentamente, de tal modo que todos sus huesos fueron quebrados. Pero Dios mantuvo intactas sus almas. Quería que sintiesen cada fracción de dolor y de sufrimiento. Quería hacerles sentir el sabor de lo que habían hecho sufrir a los Judíos en Egipto. Muchos Egipcios fueron arrojados de sus carros y pisoteados por el resto del ejército y por sus caballos. Aquellos que estaban en la retaguardia de las tropas Egipcias intentaron volver a la costa, pero aunque lograban salir a tierra seca, el agua se elevaba por sobre la orilla y los tragaba nuevamente. Dios hizo que los jinetes no pudiesen despegarse de sus cabalgaduras, haciéndolos rodar dentro del agua como carne dentro de un caldero hirviente. Y así como los Egipcios que perseguían a los Judíos eran castigados de esta manera, también aquellos que quedaron en Egipto sufrieron la misma suerte, siendo aniquilados por el fuego y otras horribles formas de muerte. Dios lo hizo de manera tal que cada Egipcio se viera forzado a ser testigo del sufrimiento de sus compatriotas. Esto los obligó a reconocer finalmente que estaban siendo castigados por la Mano de Dios y no debido a hechicerías o causas naturales. El Faraón fue el único Egipcio al que se le permitió sobrevivir al desastre. Enseña el Midrash que siguió vivo durante otros mil años y que llegó a ser el rey de Nínive. Cuando Jonás fue enviado a profetizar contra Nínive advirtiéndoles que a menos que se arrepintiesen serían destruidos (Jonás, 3), fue la experiencia personal que el Faraón tenía sobre el poder de Dios lo que hizo que la gente se volviese de sus malos caminos. El mar había tragado a todos los Egipcios y a sus caballos, pero ésto hizo que los Judíos se sintiesen ansiosos y temiesen, «Así como nosotros salimos por este lado del mar, es posible que los Egipcios salgan por algún otro lado. ¿Cómo podemos estar seguros de su muerte?» Dios hizo entonces que el mar arrojase los cadáveres de los Egipcios y los de sus caballos. Al partir de Egipto y anticipando su victoria, los Egipcios se habían adornado a sí mismos y a sus caballos con todo el oro y las piedras preciosas que pudieron hallar. Este botín, que de por sí era muy superior a todo lo que los Judíos habían traído con ellos desde Egipto, se encontraba ahora diseminado por toda la playa. Aunque Moshé insistió en que los Hijos de Israel debían ponerse en marcha hacia la Tierra Santa, la tentación de tanta fortuna le hizo muy difícil hacerlos mover desde las costas del Mar Rojo (muy parecido alo que sucede hoy en día.)
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Luego de ser testigos de los maravillosos milagros que habían tenido lugar a su favor, los Hijos de Israel comenzaron a cantar en alabanza a Dios. También pidieron por el futuro, rogando llegar a ser dignos de recibir la Torá, entrar en la Tierra Santa y construir el Santo Templo. El versículo nos dice que «ellos creyeron en Dios y en Su siervo Moshé.» La Mejilta comenta: «Si creían en Dios, ¿qué era ese creer en Moshé? De aquí podemos comprender que cuando la persona tiene fe en el verdadero Tzadik, es como si creyera en el Creador del Mundo.» Y lo contrario también es verdad. No es posible alcanzar la verdadera fe en Dios a menos que se tenga fe en los verdaderos Tzadikim, pues ellos son Sus mensajeros, trayendo Su palabra a este mundo. Pero tampoco terminaron los milagros de Dios con la Separación del Mar Rojo. El Maná descendió todos los días durante los cuarenta años que estuvieron los Judíos en el desierto y cada familia recibía su porción diaria de acuerdo con su tamaño. Temprano en la mañana caía el rocío y sobre él, el Maná. Luego descendía otra capa de rocío para proteger el Maná. Al despertar ya los estaba esperando ese maravilloso Maná. Pero si atrasaban su búsqueda diaria hasta la tercera hora del día, el Maná era absorbido por el rocío y fluía fuera del campamento. Eventualmente, esta mezcla de Maná y rocío llegaba hasta algún lugar distante donde era bebido por los animales salvajes. Y todo aquel que cazara alguno de esos animales y comiese de él saboreaba el gusto especial del Maná y alababa a Dios y a Su nación, los Judíos. En Shabat no descendía el Maná. En cambio, una doble porción del mismo aparecía el Viernes, suficiente como para el consumo de ambos días. Además, este Maná descendía para cada persona de acuerdo con sus acciones. Si era una persona recta, el Maná descendía justo frente a su tienda. De lo contrario, debía salir a buscarlo. Más aún, cada persona podía sentir el gusto del Maná tal como lo desease. Podía estar caliente o frío, ¡todo de acuerdo a su especial preferencia en ese momento! El Maná era absorbido completamente por el cuerpo de los que lo comían, de modo que no producía deshecho alguno. Los Judíos poseían también una roca que los seguía de un sitio al otro. Esta roca los proveía milagrosamente de agua fresca en medio del desierto. Cuando el Pueblo Judío se detenía y acampaba, los cabezas de cada tribu tomaban sus báculos y trazaban una línea en el suelo desde la roca hasta el área de su tribu. Entonces el agua fluía desde la roca, llegando a cada Judío cuando la necesitaba. También crecían hierbas y árboles alrededor de la roca con lo cual alimentaban el ganado. Y también estaban las Siete Nubes de Gloria que acompañaron a los Hijos de Israel durante los cuarenta años que estuvieron en el desierto. Estas Nubes milagrosas no sólo los mantenían ocultos de la vista sino que les otorgaban muchos beneficios más. Las Nubes funcionaban como guías, apuntando hacia la dirección designada y aplanando la ruta sobre la que viajaban. Nunca tuvieron que trepar una montaña o descender a un valle. Además, estas Nubes les ofrecían protección ante las inclemencias del desierto y el ataque de sus enemigos. Aunque debieron combatir contra los Amalequitas, los Emoritas, los Midianitas, contra Sijón y Og, ningún soldado Judío hubo de morir en la batalla. Estas Nubes rodeaban por completo a los Judíos, de modo que cuando viajaban eran ellas, de hecho, quienes los llevaban: «Yo los llevé como sobre las alas de águilas.» Más aún, cada día estas Nubes limpiaban y planchaban las vestimentas de los Judíos, evitándoles gastar sus fuerzas en el cuidado de sus ropas, las que se mantuvieron en perfectas condiciones durante toda su estadía en el desierto. Y en cuanto a las vestimentas de sus hijos, a medida que el niño crecía, sus ropas crecían con él. Con la construcción del Tabernáculo (luego de la entrega de la Torá), algo que era tan maravilloso e increíblemente hermoso como la Creación misma, los Judíos obtuvieron un milagro más: la revelación diaria de la Divina Presencia. Los Judíos viajaron hasta el Monte Sinaí y allí acamparon a los pies de la montaña. La Revelación que estaban a punto de presenciar fue de hecho uno de los más grandes milagros de todos los tiempos. Pero aun así, la Hagadá nos dice: «Si Dios nos hubiera llevado al Monte Sinaí y no nos hubiera entregado la Torá, ¡Daieiuno!». La pregunta es obvia. ¿No era acaso el propósito del Exodo el que los Judíos recibiesen la Torá? ¿Qué valor tendría llegar al Monte Sinaí si la Torá no hubiera sido entregada? Rashi explica que cuando los Judíos acamparon a los pies de la montaña lo hicieron «como un solo hombre con un solo corazón» (Rashi, 19:2). Los comentaristas agregan, «Alcanzar los pies de la montaña hubiera sido de por sí suficiente, ¡aunque más no sea para lograr esa unidad!» El solo hecho de que los Judíos hubiesen logrado tal nivel de unidad, ¡hubiera sido suficiente como para llevarlos hasta el Monte Sinaí! Pero el milagro más significativo fue la Revelación en el Monte Sinaí. Allí Dios apareció ante los Hijos de Israel y les entregó la Torá. El mundo y todo lo que hay en él había sido creado para ese momento de Revelación; de modo que todos pudieran recibir Su palabra y saber que fue Dios Quien produjo el Exodo Judío de Egipto. La Revelación del Monte Sinaí y la Entrega de la Torá son el motivo más importante para la celebración de Peisaj y en especial de la Noche del Seder.