Historia II
(selección extraída del libro «La Hagadá de Breslov» © Breslov Institute Research – www.breslov.org)
Iaacov y Labán; El Nacimiento de las Doce Tribus
Años antes que nuestro antepasado Iaacov llevara a sus descendientes a Egipto, él mismo hubo de sentir la amargura del exilio cuando fue forzado a dejar el lugar de su nacimiento y el hogar de sus padres. Buscando refugiarse de Esaú, cuya primogenitura y bendición él le había quitado con todo derecho, Iaacov se encaminó hacia la casa de su tío en Aram Naharaim (en Mesopotamia a unas 400 millas de la Tierra Santa). Pero Labán, el hermano de su madre, sólo a desgano le dejó quedarse. Cuando Iaacov llegó, Labán era tan pobre que no podía siquiera contratar un pastor para sus ovejas. Es por ésto que se nos cuenta que su hija Rajel era quien atendía los rebaños. Pero la llegada de Iaacov trajo una bendición sobre la ciudad y en particular sobre la casa de Labán, de modo que éste se hizo un hombre muy rico. Para obtener el permiso de contraer matrimonio con Rajel, la hija menor de Labán, Iaacov se ofreció a cuidar los rebaños de Labán durante siete años. En la noche de bodas, Labán mostró su «gratitud» por todo lo que Iaacov había hecho por él, colocando a Lea, su hija mayor, en lugar de Rajel. Al hacerlo, él sabía que Iaacov estaría dispuesto a quedarse en Aram Naharaim otros siete años para poder casarse así con Rajel, tal como había querido. Luego de los catorce años, Labán contrató a Iaacov por un período adicional de trabajo y durante los siguientes seis años el «agradecido» suegro alteró los términos del contrato unas cien veces, cada vez para ventaja suya. Los intentos de Labán por engañar a Iaacov no tenían sólo la finalidad de obtener ganancias económicas. Estaban dirigidos hacia algo de mucha mayor importancia: el debilitamiento de la espiritualidad de la nación Judía desde el momento mismo de su nacimiento. Era ésto lo que Labán esperaba lograr al negarle a Iaacov la oportunidad de casarse con sus esposas en el orden apropiado. Cuando ésto se mostró poco efectivo (no porque fallase su engaño, sino porque kabalísticamente Iaacov debía casarse primero con Lea, de modo que Labán de hecho lo ayudó a ello), trató entonces de engañarlo con su salario. Nuevamente Labán buscaba mucho más que una gratificante victoria sobre un yerno al cual le debía su propia riqueza. No, Labán no iba a sentirse satisfecho con algo menos que encargarse de que los Judíos estuvieran siempre golpeados por la pobreza y fueran incapaces de expandir su influencia. También ésto le falló. Cuando la Hagadá trata el tema del exilio, hace referencia a todos los exilios, comenzando con el primero de ellos: Iaacov en la casa de Labán. El exilio personal de Iaacov es el prototipo de todos los exilios Judíos; su encuentro con Labán es el prototipo de todos los diferentes intentos de aquellos que esperaron destruir al Pueblo Judío a lo largo de milenios.
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También los sucesos ocurridos alrededor del nacimiento de las Doce Tribus deben ser contados entre los milagros del Exodo. Nuestro antepasado Itzjak tuvo dos hijos. Su cuñado, Labán, tuvo dos hijas. Lea, la mayor, estaba destinada a casarse con Esaú, el hijo mayor. Sin embargo, las noticias relativas a la maldad de Esaú habían llegado también hasta Aram Naharaim y Lea oraba constantemente para que no fuera ese su destino. Las plegarias de Lea fueron respondidas. Aunque Labán e incluso Iaacov pensaron de otro modo, fueron de hecho sus plegarias y no las maquinaciones de su padre las que le hicieron ganar un lugar como madre del Pueblo Judío. Luego que Iaacov se casó con Lea y con Rajel, las hijas que Labán tuvo con su esposa, contrajo matrimonio también con Bila y Zilpa, hijas de Labán con su concubina. Las Matriarcas sabían que Iaacov tendría doce hijos, doce tribus; correspondientes a las doce permutaciones del Tetragrámaton (IHVH). Y aquí nuevamente, el poder de la plegaria de Lea volvió a verse. Aunque las esposas de Iaacov eran cuatro, Lea fue la bendecida en ser la madre de la mitad de sus doce hijos.
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Todos los hermanos (salvo Biniamín) nacieron durante el segundo período de siete años en casa de Labán, cada uno luego de un embarazo de siete meses. Lea dio nacimiento a sus cuatro primeros hijos: Rubén, Shimón, Levi y Iehuda; luego de ello Dan y Naftalí le nacieron a Bila y Gad y Asher a Zilpa. Lea dio nacimiento entonces a Isajar y a Zebulún. Sólo entonces Rajel dio a luz a Iosef. Dina, la hija de Lea, nació al mismo tiempo que Iosef. De hecho, durante su embarazo, Lea oró por una hija. Ella sabía que, debido a que ya tenía seis hijos varones y Bila y Zilpa tenían dos cada una, si ahora ella volvía a tener otro hijo varón, su hermana Rajel tendría la porción menor en las Doce Tribus, menos que las criadas. El Ierushalmi (Berajot 9) nos dice que Rajel estaba embarazada con una niña y Lea con otro varón, pero que un ángel cambió a los niños antes de que nacieran. Después del nacimiento de Iosef, el onceavo hijo de Iaacov, (Biniamín nació luego que Iaacov volvió a la Tierra Santa) y luego que transcurriesen otros catorce largos años, Iaacov le pidió permiso a Labán para volver al hogar de sus padres. Labán, no satisfecho aún de la prosperidad que Iaacov le había traído y no deseando aún abandonar su engaño, le pidió que se quedase, lo que Iaacov aceptó por otros seis años. Nuevamente volvió a cuidar diligentemente los rebaños de Labán, trayéndole a su suegro muchas más riquezas. Dios se le apareció entonces a Iaacov y le dijo que abandonase la casa de Labán. Iaacov juntó con premura a toda su familia y sus posesiones y huyó de allí. Cuando Labán se enteró de que era él quien había sido engañado, corrió detrás de ellos y rápidamente alcanzó al lento campamento de Iaacov. Labán quería destruir a Iaacov y a toda su familia. Sólo el Angel Mijael, levantando su espada contra Labán, le impidió llevar a cabo esta ultima maldad. Incapaz de llevar a cabo su deseo de destruir al «Pueblo Judío,» Labán se resignó a un pacto de paz con Iaacov. Nunca más volvería a intentar hacer daño a «su propia familia.» Pero aún ésto no llegaría a ser. La partida de Iaacov de la casa de Labán también trajo la partida de las bendiciones que sólo se encontraban allí gracias al mérito del Tzadik. Labán volvió a su casa y encontró que en su ausencia los ladrones se habían llevado todas sus posesiones. En su ira, fuera de sí, le envió un mensaje a Esaú, su sobrino, informándole del retorno de Iaacov hacia la casa de sus padres. Labán acusó a Iaacov de haberle robado todas sus posesiones e insinuaba que lo mismo le sucedería pronto a Esaú. Habiendo sido vencido en su propio terreno, Labán esperaba al menos volver a encender el ardiente odio que Esaú sentía por su hermano más joven. Así, la Hagadá trae el recuerdo de la maldad de Labán y de sus fallidos intentos por destruir a la nación Judía. El amargo sabor del exilio era algo que de seguro estaba aún en la memoria de Iaacov cuando se preparó a llevar nuevamente a su familia hacia un país extraño. De no haberle Dios asegurado que también El descendería a Egipto y que sería El quien lo sacaría de allí, es inconcebible que Iaacov hubiera hecho algo así de manera voluntaria.
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El Descenso a Egipto
Cuando sus hijos crecieron, Iaacov les transmitió todas las enseñanzas que él había recibido de su padre. Pero favoreció a uno de ellos. Aunque Iosef era el segundo más joven de los hermanos, era el discípulo más importante de su padre. Iaacov no intentó siquiera ocultar su gran amor por el hijo mayor de Rajel, honrándolo con una hermosa vestimenta de fina lana. Esto hizo que los hermanos sintiesen celos de Iosef, lo que a su vez llevó a que lo vendiesen como esclavo. Y fue el forzoso descenso de Iosef a Egipto lo que terminó eventualmente por hacer que los hermanos descendiesen allí y, en última instancia a la esclavitud de los Judíos. Así, en cierto sentido, el plan de Labán tuvo éxito. Si Iaacov se hubiese casado primero con Rajel, tal como era su intención, Iosef hubiera sido el mayor de los hijos de Iaacov. Y el recibir la atención especial de su padre hubiera sido algo aceptable para sus hermanos. Pero, el cambiar a Rajel por Lea atrasó el nacimiento de Iosef, de modo que su herencia de la primogenitura trajo celos y llevó al Exilio. Fue decreto del Cielo el que la descendencia de Abraham, los Judíos, fuesen los encargados de rectificar el pecado de Adán. De acuerdo a ésto, forzosamente hubieran tenido que experimentar el exilio en Egipto. Sin embargo, la venta de Iosef agregó la necesidad de que este exilio fuese bajo condiciones de opresión y de gran sufrimiento, lo que no hubiese sido incluido en otra instancia. Los 210 años de exilio y servidumbre se corresponden con el daño hecho al Santo Nombre de Dios conocido como EHIeH. Este Nombre, que acompaña a los Judíos en el exilio, tiene el valor numérico de 21. Cada uno de los 10 hermanos fue hecho responsable de la venta de Iosef a Egipto y tuvo que expiar separadamente por su pecado. Así, 10 veces 21 totaliza los 210 años del Exilio (Zohar Jadash, VaIeshev).
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Iaacov mismo no deseaba dejar la Tierra Santa y fue forzado a ello. Si Iaacov no hubiera descendido por su propia voluntad, hubiera debido ser arrastrado a Egipto encadenado. Esto se debe a que la servidumbre en Egipto era parte necesaria del Pacto de Abraham, una deuda que él y sus hijos estaban obligados a pagar. Esaú e Ishmael, también descendientes de Abraham, rehusaron reconocer la deuda y se retiraron del Pacto. Esto puede comprenderse a partir de la siguiente parábola: Había un hombre que tenía dos hijos. El hombre estaba endeudado. Uno de sus hijos huyó mientras que el otro se quedó sirviendo a su padre. Cuando el hombre falleció y el acreedor vino demandando el pago, el hijo que se quedó arguyó, «¿Debo pagar toda la deuda sólo por haber servido a mi padre?» «Así es,» le contestó el acreedor. «Por lo tanto, cuando atrape a tu hermano te lo daré a ti como siervo.» De modo que, a la llegada de Mashíaj y en recompensa por haber asumido la responsabilidad del pago de esta deuda, los descendientes de Esaú y de Ishmael deberán ser vasallos de los hijos de Iaacov.
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Los hijos de Iaacov sólo descendieron a Egipto por un tiempo, tanto como durase la hambruna. Aun así, Iaacov no deseaba pasar nada de tiempo, ni aunque sólo fuesen unos pocos años, en una tierra que estaba completamente vacía de santidad. De modo que, mientras preparaba su viaje a Egipto, envió a su hijo Iehuda por delante. Quería que él estableciese Ieshivot para el estudio de la Torá y preparara así espiritualmente esa tierra. Al llegar a Egipto, los hijos de Israel se ubicaron en Goshen. Ya muchos años antes, el Faraón le había dado esa tierra a Sara (Ialkut Ruveini, VaIgash). Era una tierra fértil, ideal para el pastoreo y los Judíos tenían mucho ganado y ovejas. También Goshen era un lugar apropiado por otra razón. Las ovejas eran una abominación para Egipto y al vivir en esa provincia, los Judíos pudieron mantenerse lo más alejados posible de los Egipcios. …Y aunque su intención era quedarse poco tiempo y aunque vivían separados de los Egipcios, los Judíos terminaron por adquirir casas y asentarse allí; haciendo de su estadía algo permanente (Targum Ionatán, VaIgash). Y ésto, desafortunadamente, ha llegado a ser un error muy repetido en la historia de nuestro Pueblo. Sin embargo, la Hagadá nos cuenta que mientras estuvieron en Egipto, los Judíos perduraron como tales. Es verdad que su estadía temporaria se transformó en un asentamiento permanente, pero siempre tuvieron cuidado de no asimilarse. Y fue ésto lo que los hizo dignos de la salvación. Nunca cambiaron sus nombres Judíos, ni su idioma (la Lengua Sagrada), ni su vestimenta Judía, algo que los mantuvo distintos y apartados.
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La Torá nos dice que «Iaacov vivió en Egipto diez y siete años.» (Iaacov tenía 130 años cuando descendió a Egipto y falleció a la edad de 147 años.) Aunque había bajado a Egipto con sólo 70 miembros de su familia, Iaacov hubo de fallecer luego de haber visto 600.000 descendientes. En esas generaciones, la gente era capaz de procrear desde la edad de ocho años. Con su descendencia multiplicándose tan rápidamente, cada día vio a Iaacov asistiendo a un brit o a un kidush, a una boda, un bar-mitzvá o a alguna otra simja. Así, luego de todos esos años de sufrimiento a manos de Labán y de Esaú, con las tribulaciones de Dina y la desaparición de Iosef, etc., Iaacov vivió diez y siete años. De hecho, el Talmud y el Midrash difieren sobre cuán rápido se reproducían los hijos de Israel. Algunos sostienen que en un vientre había seis niños por vez. Otros son de la opinión que doce niños nacían con cada parto. Otros aún afirman que los nacimientos eran algo tan milagroso que las mujeres Judías parecían sheratzim (insectos) y daban a luz a setenta hijos por vez. Existe un debate similar respecto a la cantidad de gente que murió en Egipto durante la Plaga de la Oscuridad. El versículo dice, «Y los hijos de Israel subieron jamushim de Egipto» (Exodo 13:18). Rashi ve en esta palabra la palabra jamesh (cinco); así, uno de cada cinco Judíos dejó Egipto. Dado que fueron 600.000 los que ascendieron de Egipto, fueron 2.400.000 los que murieron allí. (Por qué murieron es explicado en la Plaga de la Oscuridad.) El Ialkut afirma que la palabra jamushim puede significar uno de cinco, uno en cincuenta o uno en quinientos. El Rabí Nehorai lleva ésto más lejos aún y sugiere que ni siquiera uno en quinientos fueron los Judíos que dejaron Egipto; como nos dice la Hagadá, «Erais abundantes como la hierba que crece en los campos.»